Juan Domingo Perón y Licio Gelli se conocieron en la residencia madrileña de Puerta de Hierro en junio de 1971. Las presentaciones formales las hizo Giancarlo Elia Valori, empresario, lobbista y prominente miembro de la Logia Propaganda Due (P2). Los testigos de esa reunión fueron Isabel Martínez y José López Rega. Un lujo.
Perón y Gelli simpatizaron en el acto. Motivos tenían. El Venerable exhibía un pasado que a un hombre como Perón no le podía resultar indiferente: Camisa negra del Duce, miliciano voluntario en el bando franquista durante la guerra civil española, agregado diplomático en el Berlín de Hitler y anticomunista de tiempo completo. López Rega estaba deslumbrado; Isabelita, no podía hablar de la emoción.
Para 1971, Gelli ya era reconocido por sus aceitadas relaciones con los principales centros del poder político y económico mundial. Sus influencias se extendían al Vaticano y la Democracia Cristiana, el partido gobernante de Italia. En las redes secretas del poder, participaban la mafia italiana y norteamericana. El instrumento de poder era la logia masónica P2 a la cual la controlaba desde mediados de los años sesenta.
¿Qué lo unía con Perón? Según Gelli, el anticomunismo y los buenos negocios. No hay motivos para suponer que Perón pensara diferente. La primera exhibición de poder de Gelli fue traerle en bandeja, desde Milán, el cadáver de Eva Perón, un objetivo personal y político del viejo caudillo. Se dice que Perón quedó deslumbrado con los contactos y la eficacia de Gelli.
A título anecdótico, importa tener presente que el cadáver embalsamado de Evita fue colocado sobre una mesa, y diariamente “Lopecito” realizaba sesiones de magia negra, uno de cuyos ritos pretendía transmitir energías desde el cuerpo de Evita al de Isabel. Valori, con buen criterio, pensaba que los colaboradores íntimos de Perón estaban algo chiflados y eran algo siniestros, pero tanto él como Gelli habían aprendido que si deseaban llevarse bien con Perón debían respetar e incluso seducir a su curioso mucamo y su singular mujercita.
La otra gauchada que Gelli le hizo a Perón fue lograr que el Papa levantara la excomunión impuesta en su momento por Pío XII como consecuencia de las tropelías cometidas por el peronismo contra la Iglesia Católica. En términos de poder concreto, Gelli le ofreció a Perón dos cosas: ampliar contactos políticos para crear un clima favorable a su retorno y asegurarle la inversión de capitales europeos.
No mentía ni vendía papelitos de colores. Sus relaciones con el Vaticano eran públicas y notorias. Cardenales, obispos, funcionarios financieros y dirigentes de la democracia cristiana se reportaban ante el Venerable. Después estaba su amistad entrañable con Kissinger, Nixon y Reagan. Cuando Nixon asumió la presidencia de los EE.UU., uno de los presentes en la ceremonia oficial fue el señor Gelli. A ese privilegio no lo disfrutaba “cualquier cacatúa”.
Respecto de los capitales europeos el tema era un tanto más peliagudo. Y en ese punto, las opiniones de Gelli y Valori, por ejemplo, no eran las mismas, disidencias que se harán notar unos años después. Dicho en términos políticos: Perón era Gelli; Frondizi era Valori. En esos nombres pueden muy bien registrarse las diferencias en materia de inversiones extranjeras entre un populista y un desarrollista.
No sólo contactos hicieron los hombres de la Logia.Valori realizó las diligencias del caso para contratar el avión DC8 de Alitalia. El retorno de Perón no sólo era deseado por los chicos de la patria socialista. También lo deseaban los operadores de Propaganda Due. Las tácticas de Perón eran geniales, decían los jóvenes, pero para Gelli y Valori, las cosas eran mucho más prácticas y beneficiosas.
Alquilado el chárter y designados tanto los viajeros como los acompañantes, Valori se preocupó por estar al lado de Perón durante todo el viaje. Las imágenes de esa mañana lluviosa de noviembre con un Perón pisando tierra argentina luego de diecisiete años de ausencia son célebres por muchos motivos. Uno de los registros visuales más clásicos es el momento en que Perón saluda acompañado de un Abal Medina que mira con expresión adusta y de un Rucci que en un ostentoso acto de “lealtad” protege con el paraguas a su líder y conductor. Ese paraguas era de Valori.
Gelli tampoco se privó de afinar sus relaciones con el general y su entorno. Al famoso viaje de Madrid a Roma lo pagó él. También formalizó la invitación a Isabelita y a López Rega para pasar una temporada en Villa Wanda, su lujosa residencia en Arezzo, la misma donde -como un padrino salido de la pluma de Mario Puzo- vive en la actualidad cumpliendo prisión domiciliaria.
Gelli les presentó a sus invitados a la nobleza de Florencia. Isabel y el Brujo, chochos de la vida. Perón también. De más está decir que Gelli no hacía gratis todo ese despliegue de poder. Sin embargo, parecería que Perón algunos límites le ponía a las pretensiones del Venerable Padrino. Según se sabe, después de instalar el cadáver de Evita en Puerta de Hierro, Gelli le reclamó al general un cargo diplomático para representar a la Argentina ante el gobierno de Italia. Concretamente, le solicitaba como contraprestación que el general le dejara manejar los negocios.
Según parece, Perón rechazó esta pretensión con palabras que luego darán que hablar a los coleccionistas de datos: “Antes de comprometer el patrimonio de la Nación por un favor personal, me corto las manos”. Gelli, de todos modos, se saldrá con la suya. No será Perón quien le otorgue ese cargo, pero será su amantísima esposa unos meses después de su muerte. Isabel y López Rega eran agradecidos.
“Me corto las manos”, le dijo Perón a un Licio Gelli impasible. El general no se las cortó, pero alguien o algunos se las cortaron diez años después de su muerte. ¿Una venganza de Gelli? ¿Humor negro con tono mafioso? Imposible probarlo. Lo seguro es que Gelli no daba puntada sin hilo y era un maestro para promover los operativos más siniestros. Su recurso preferido a la hora de eliminar a un adversario era el “suicidio”. Interesante: sus enemigos o testigos molestos se suicidaban. Los argentinos algo estamos aprendiendo al respecto.
Gelli desembarcó en la Argentina de la mano de Perón, Isabel y López Rega. Los contactos locales fueron varios. El más notorio fue, al mismo tiempo, el más secreto: Alcibíades Lappas, el venerable maestro de la logia de libres y aceptados masones de la Argentina. Cuando la masonería local advirtió que protegía a un mafioso, rompió relaciones con Gelli, pero a esa altura del partido el padrino ya tenía vuelo propio.
A su amistad con Perón, Isabel y López Rega, le sumó sus relaciones de cofrade con Vignes y Llambí. Cuando el peronismo cayó en desgracia, Gelli ya operaba con Massera, Suárez Mason y Viola. En 1976, la Gran Logia de Italia expulsó a Gelli de sus filas. Unos años después, el gobierno de Italia declarará ilegal a la logia Propaganda Due.
Volvamos a la Argentina, a los tiempos del retorno del general. El 18 de octubre de 1973, es decir, el día que la mitología califica como San Perón, el presidente lo condecoró a Gelli con la Orden del Libertador San Martín. El acto se formalizó a través de un decreto presidencial que firmaron Vignes y Perón. En la foto, Gelli sonríe complacido y feliz. Pocos, muy pocos, podían darse ese lujo.
Como le gusta decir a la señora Cristina: “Todo tiene que ver con todo”. En junio de 1973, Perón se había incorporado a la logia Propaganda Due. Hubo una tenida en regla donde Gelli en persona lo inició al general. Hasta ese momento, se suponía que los valores de la masonería eran la libertad de pensamiento, la solidaridad y la crítica a todo despotismo. A lo largo de su vida, Perón jamás se había interesado en la logia. Es más, por formación ideológica consideraba a la masonería como integrante de la sinarquía, es decir, el mal. Sin embargo, de la mano de Gelli el líder aceptó a la masonería, la masonería de Gelli, claro está. Ese infinito talento para transformar al oro en barro y a la virtud en vicio.
A su amistad con Perón, Isabel y López