Nelly Rivas tenía catorce años cuando lo conoció a Perón. Era delegada de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y una de las tantas adolescentes que a partir de mediados de 1953 visitaban la residencia de Olivos para practicar deportes y alternar con el general. Era menuda, delgada, y el pelo corto la identificaba más con una niña que con una mujer.
Más o menos al mes de haber conocido a Perón, la chiquilina empezó a quedarse a dormir en la residencia real del presidente, el Palacio Unzué. Primero fue porque se hizo tarde, después porque llovía y la tercera vez porque lo acompañó al Luna Park, pero lo cierto es que antes de finalizar el año la señorita de catorce años dormía todas las noches con el general.
El padre de Nelly era portero y su madre ama de casa. Se trataba de una familia humilde a quien no le quedó otra alternativa que aceptar que su hija menor de edad se transformara en amante del presidente de la Nación. La otra versión asegura que los Rivas creyeron tocar el cielo con las manos cuando se enteraron de que el hombre más poderoso del país había puesto sus ojos en su hija. Según se sabe, los escrúpulos que pudo haber tenido la familia se arreglaron con una casa y algunos beneficios monetarios. Dicho con otras palabras, el padre no vaciló en entregar su hija al “primer trabajador”.
Nunca se sabrá con precisión si la UES fue una pantalla deportiva y juvenil para satisfacer la lujuria del general o si, por el contrario, fue una iniciativa sana que produjo como resultado un inesperado romance entre Nelly Rivas y Juan Domingo Perón. Más allá de las interpretaciones que se puedan elaborar al respecto, lo que queda claro es que la relación existió hasta el 16 de septiembre de 1955. O sea que durante casi dos años vivieron juntos en el Palacio Unzué, pasaban los fines de semana en Olivos o en San Vicente y en más de una ocasión ella lo acompañaba a los actos oficiales. Nelly Rivas estuvo con el general en el Luna Park cuando peleó Rafael Merendino y fue su amorosa compañía en el célebre Festival de Cine de Mar del Plata organizado por Alejandro Apold.
Cuando Perón es derrocado y se refugia en la cañonera paraguaya, una de la primeras cosas que hace es escribirle a su “nenita”, como le decía en la intimidad y públicamente. Según se sabe ella respondió a esa carta y a otras. Eran textos sentimentales donde lo más novedoso o llamativo era la palabra que ella usaba para dirigirse a él: “Papito”. En algunas ocasiones él la trataba por el apodo que le había puesto: “Tinolita”. Todas esas intimidades se conocieron porque en 1957 un diario de los Estados Unidos publicó estas cartas, cartas por las que el diario pagó una suma considerable, con lo que se demuestra que esta joven señorita sabía defender muy bien sus intereses económicos.
Los partidarios de Perón sostienen que el general mantenía con esta chica una relación paternal alejada de toda connotación sexual. Los abundantes testigos sostiene exactamente lo contrario: la relación estaba desbordada de sexo y el general era el primero en asumirla así. Ella, por su parte, siempre se comportó como una amante y no como una nena inocente. Al respecto hay que decir que Perón siempre tuvo debilidades por mujeres mucho más jóvenes que él. Con Evita, por ejemplo, se llevaban veinticinco años de diferencia, aunque para esa fecha Evita ya era una mujer hecha y derecha. No se puede decir lo mismo de María Cecilia Yurbel, conocida como “Piraña”, una adolescente que Perón trajo en 1942 de Mendoza, y que cuando conoció a Evita vivía con él en su departamento de Arenales y Coronel Díaz. Según se decía entonces, esa niña de no más de dieciséis años era la hija de Perón, una explicación que a Evita no convenció, motivo por el cual una mañana se hizo presente en el departamento de Perón y fiel a su temperamento la obligó a Piraña a armar sus valijas y volverse a Mendoza.
Son los partidarios de Perón quienes sostienen que después de la muerte de Evita el general sintió el rigor de la soledad del poder y se dedicó a distraerse para ahuyentar fantasmas. Fueron sus años más decadentes. Pertenece a esa época un Perón que manejaba lanchas en el Tigre, autos deportivos, recorría en motoneta las avenidas de la ciudad, estaba presente en todos los espectáculos deportivos y no rehuía las invitaciones provenientes del mundo de la farándula. Dicho con otras palabras, es un Perón que se parece mucho a Menem, un Perón frívolo, juguetón, algo aburrido, deseoso de vivir aventuras sexuales y siempre confiado en su poder omnímodo e impune.
Está claro que si Evita hubiera vivido esto no habría ocurrido, sobre todo atendiendo a la manera en que ella expulsó a la Piraña u obligó a irse del país a otra de sus aventuras: la increíble y fascinante Blanca Luz Brum, izquierdista, esposa de Siqueiros, amante de González Tuñón y en algún momento querida de Perón. Pues bien, cuando llegó Evita, a esta mujer no le quedó otra alternativa que irse a vivir a los Estados Unidos. En estos temas, como en otros, con Evita no se jugaba.
Pero lo cierto es que para 1953 Perón estaba solo. Es en esas circunstancias, cuando el ministro de Educación, Méndez San Martín, un hombre mediocre pero leal al peronismo hasta la obsecuencia le propuso crear la UES. El funcionario le planteó al general organizar a los adolescentes en una institución que fuera al mismo tiempo deportiva y de adoctrinamiento político. Al general la iniciativa le gustó y brindó todo su apoyo para que se concretara.
Para los antiperonistas, la UES fue algo así como una agencie al servicio de la lujuria del general. Los testimonios existentes no coinciden con este punto de vista. Declaraciones de mujeres que fueron de la UES aseguran que las reuniones en Olivos eran correctas. Sin embargo hay datos que demuestran lo contrario. Un ejemplo elocuente es el de la navidad de1953, donde los festejos se prolongaron durante tres noches y según algunos testigos, el clima estaba cargado de erotismo.
¿Todas las chicas de la UES eran amantes del general? Afirmar eso es un disparate. Lo más probable es que la relación con la mayoría de las chicas haya sido normal y que las relaciones sexuales las haya practicado con una minoría ¿Cuántas? No lo sabemos. Lo que si se sabe es que la relación de Perón con las chicas era festiva y como decía una mujer del personal de limpieza: “confianzuda”. Todo este espectáculo estaba muy lejos de celebrarse a puertas cerradas. Perón salía a la calle con su motoneta escoltado por las chicas. Desde las ventanas de las casas, ojos recelosos y cargados de rencor observaban el espectáculo del presidente de la Nación y sus “pochonetas”.
Para bien o para mal a Perón los rumores y chismes lo tenían sin cuidado. De todos modos, no dejaba de ser paradójico que un general de la Nación, de ideas convencionales, fuera al mismo tiempo un transgresor a las normas sociales existentes y le importara tres pitos lo que la gente pudiera decir de él. La conducta de Perón en estos temas recuerda inevitablemente a la de uno de sus amigos latinoamericanos: el general Trujillo. En su novela “La fiesta del chivo”, Mario Vargas Llosa estructura el relato alrededor de los abusos sexuales del dictador contra adolescentes, algunas de ellas hijas de sus amigos y ministros, quienes intimidados o corrompidos consentían la relación.
Perón no fue Trujillo, aunque él mismo lo calificara como “un buen muchacho y un patriota ejemplar”, juicio mucho más generoso y benigno que el que emitió Roosevelt cuando dijo: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. En efecto, Perón no era Trujillo y no necesitaba del terror para ganarse a las jovencitas. Concretamente, en el caso de Rivas todo se arregló con la entrega de una casa, casa que dicho sea de paso, cuando llegó el gobierno de la Libertadora, le fue quitada a la familia Rivas. Perón no era Trujillo, pero los dos tenían en común una relación obsesiva y obscena con el poder. Por lo tanto hablar de los amoríos de Perón con Nelly Rivas, no es desgranar una historia salpicada con chismes picantes, sino poner en evidencia un estilo de ejercer el poder, una manera de controlar, vigilar y someter. Su concubinato con una nena de catorce años podría ser tipificado desde el Código Penal como estupro o pedofilia, pero en el caso que nos ocupa lo que importa evaluar es cómo el ejercicio impune del poder invade la intimidad y corrompe lo que toca. Vargas Llosa en su novela lo explica muy bien.