Lisandro de la Torre

De Lisandro de la Torre podría decirse lo mismo que en su momento Alejandro Korn dijera de Juan B. Justo. “Reunía las virtudes morales e intelectuales necesarias para fracasar en un país como la Argentina”. Visto con los parámetros del éxito, su biografía es la del fracaso: perdió todas las elecciones, perdió los campos, vio morir a sus mejores amigos, el fantasma de la soledad lo acompañó hasta el último día y, finalmente, cuando no pudo más se quitó la vida en su departamento porteño de calle Esmeralda.

Fue un fracasado, sentenciaban sus adversarios; fue un resentido decían sus enemigos; fue un amargado reiteraba cierta prensa; fue un traidor a su clase, repetían los conservadores, sin embargo sus fracasos constituyen la clave de su gran victoria moral. Remedando un conocido aforismo diría que prefiero fracasar con Lisandro de la Torre que triunfar con Menem.

Muchos de los que se jactaban de haberlo derrotado hoy duermen el sueño de los justos y ni siquiera sus familiares los recuerdan. Por el contrario, Lisandro de la Torre sigue vivo en la memoria de los argentinos. Cada vez que un político decide inspirarse en un gesto noble, en una conducta generosa, menciona su nombre. Desde un punto de vista localista es por lejos el santafesino más importante en el orden nacional. Calles, plazas, edificios públicos recuerdan su nombre. Con Alem y Justo, encarnan un pasado de políticos rectos, austeros, talentosos y derrotados, un pasado que los argentinos contemplamos con algo de nostalgia y algo de resignación porque el fracaso de estos hombres representa de alguna manera nuestro fracaso como Nación.

Lisandro de la Torre nació en Rosario, el 6 de diciembre de 1868. Su padre, además de comerciante y ganadero, era un mitrista convencido, tan convencido que en los prolegómenos de la batalla de Pavón dispuso desde su estancia de un original juego de luces para que las tropas porteñas supieran hacia dónde debían desplazarse. La picardía casi le costó la vida, porque Urquiza ordenó fusilarlo. El que intervino para evitar que el futuro padre de Lisandro sea ejecutado, fue un soldado de Urquiza que más adelante también daría que hablar porque se llamaba López Jordán.

Se dice que De la Torre tuvo problemas con el clero desde su más tierna infancia. Un cura conservador y cascarrabias llamado Pantaleón Galloso se negó a bautizarlo porque sus padres se habían casado por el registro civil y, para colmo de males, el nombre del niño no estaba registrado en el santoral. Finalmente el bautismo se produjo porque su madre, doña Virginia Paganini, antepuso al célebre Lisandro el nombre de Nicolás.

Otros biógrafos aseguran que el niño terminó de desilusionarse con los curas cuando descubrió que el sacerdote encargado de su educación mantenía relaciones sexuales con una tía suya. Rumores más, rumores menos, lo cierto es que Lisandro de la Torre será agnóstico no tanto por estas desventuras familiares sino como consecuencia de su formación liberal e ilustrada.

Lisandro estudió en Buenos Aires y se recibió de abogado con una tesis sobre el gobierno municipal. En Buenos Aires descubrió la literatura, el teatro y la música. Años después, Alberto Gerchunoff, el escritor de ese maravilloso libro que se llama “Los gauchos judíos”, le dice, en el transcurso de una cena donde Lisandro habla de poesía, que ahora entiende por qué nunca llegará a ser el presidente de los argentinos. Lisandro, que no era un hombre que se distinguiera por su sentido del humor, le pregunta algo amoscado por qué le dice eso. Y Gerchunoff con la más suave y distinguida de sus sonrisas le responde que un político que durante cuatro horas conversa de literatura con un escritor, carece de futuro en estos pagos. Como Alejandro Korn, Gerchunoff no se equivocaba.

También en Buenos Aires descubre al radicalismo y a los hombres que marcarán su vida política futura. Digno hijo del padre respeta a Mitre pero admira a Alem. Más que afiliarse al radicalismo, De la Torre se suma a los seguidores de Alem. Admira sus ideas arrebatadas, su austeridad, su destino trágico. El otro dirigente que lo seduce es Aristóbulo del Valle. Años después dirá que si Del Valle no hubiera muerto tan rápido otro hubiera sido el destino de la Argentina. Y cuando un amigo pondere sus condiciones de orador parlamentario le contestará con tono amable pero seco: “Usted porque no tuvo la oportunidad de escucharlo hablar a don Aristóbulo del Valle”.

Sus grandes referentes morales no concluyen bien. Alem se suicida y Del Valle muere de manera inesperada. Enfrentado a Yrigoyen escribe una carta responsabilizándolo de los fracasos de la UCR. El duelo se celebra en los galpones de Las Catalinas. Los padrinos de Lisandro son Carlos Gómez y Carlos Rodríguez Larreta; uno de los padrinos de Yrigoyen es un muchacho elegante y atlético. Se llama Marcelo T. de Alvear.

Para 1900 Lisandro de la Torre está de vuelta en Rosario. En noviembre de 1908 funda la Liga del Sur. Todavía no ha cumplido treinta años y ya es considerado una de las grandes promesas de la política nacional. En 1910, cuando George Clemecenceau, el célebre “tigre” de la política francesa, el defensor de Dreyfus y el amigo de Zola, visite Rosario, descubrirá que el joven que lo acompaña por los polvorientos caminos de la región es un polemista encarnizado y talentoso. Él mismo escribirá en sus memorias que no esperaba encontrarse en esas soledades inmensas con un rival de ese fuste. Cuando se entere del nombre de su ocasional rival, la respuesta del Tigre será célebre. “He aquí el hombre llamado a dirigir los destinos de la Argentina”.

En 1916 De la Torre hace su apuesta más grande y más esperanzadora a la construcción de un partido liberal, progresista y moderno. En la empresa lo acompañan los hombres más lúcidos del régimen conservador, pero también los más corruptos. Serán estos últimos los que le negarán el apoyo final. Don Lisandro se lamentará siempre de ese fracaso político y de la incomprensión de los caudillos conservadores. Cuando más adelante uno de estos conservadores le proponga sumarse a sus filas, le recordará la experiencia de 1916 y le dará una respuesta muy en su estilo: “Ustedes son conservadores, clericales, armamentistas, antiobreros y latifundistas ¡Vaya usted a fusionar eso!”

En la misma línea le responde a Sánchez Sorondo en el debate sobre la sanción de una ley anticomunista: “Yo estoy afiliado a la democracia liberal, progresista, que al proponerse disminuir las injusticias sociales trabaja contra la revolución comunista, mientras que los reaccionarios trabajan a favor de ella con su incomprensión de las ideas y de los tiempos”.

En 1921 es uno de los artífices de la célebre Constitución provincial que propone la separación de la Iglesia del Estado. El gobernador radical Enrique Mosca veta la ley a pedido se dice- de Yrigoyen. Diez años después, con Nicolás Repetto integran la fórmula de la Alianza Civil. El fraude lo derrota una vez más. Es probable que ya para entonces haya estado convencido de que su sino histórico es la derrota.

Como le dijera con sorna un conservador, “usted es un perdedor”. Pues bien, esa vocación de perdedor la volverá a probar cuando denuncie el célebre negociado de las carnes. Ya en su momento se había opuesto al tratado Roca-Runcimann. Sus palabras serán categóricas: “El Reino Unido no se toma la libertad de imponer a los dominios británicos semejantes humillaciones. Los dominios británicos tienen cada uno su cuota de importación de carnes y la administran ellos. La Argentina en cambio no podrá administrar su cuota. No sé si después de esto podemos seguir diciendo “¡Al gran pueblo argentino salud!”

El debate en el Senado de la Nación concluirá con un crimen. El autor de los disparos será el matón conservador Ramón Váldez Cora, indultado en 1952 por orden de Juan Domingo Perón, que en estos temas nunca se equivocaba. Para esa misma fecha el régimen conservador interviene la provincia de Santa Fe gobernada por Luciano Molinas. En Europa, la República española está por caer derrotada y Hitler ya ha invadido Checoslovaquia y se prepara para hacer lo mismo en Polonia. El mundo se ha transformado en un lugar incómodo para vivir. Tal vez algo parecido piensa don Lisandro aquella mañana del 5 de enero de 1939 en su departamento de soltero de calle Esmeralda.

 

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