La Conadep y la metáfora de los dos demonios

La creación de la Conadep no les gustó a los militares y tampoco le gustó a la ultraizquierda. Si la iniciativa molestó a unos y a otros, el informe los fastidió más aún. El juez Rafael Sarmiento, un magistrado reconocido por sus simpatías con la dictadura, pidió prisión para Sábato; mientras Juan Gelman, Osvaldo Bayer y Hebe Bonafini descalificaban al autor de “Sobre héroes y tumbas” con los peores términos.

El prólogo de la Conadep fue el punto que generó más controversias. Treinta años después los disidentes de ese texto resolvieron la diferencia escribiendo otro prólogo. No les alcanzó con criticar y oponerse a una de las iniciativas más audaces y generosas a favor de los derechos humanos en nuestra historia, no les alcanzó con injuriar a sus protagonistas -sin advertir que a su costado sus supuestos enemigos también se dedicaban a ese dulce oficio-, también consideraron necesario reescribir el texto, algo así como reescribir la historia.

El señor Eduardo Luis Duhalde justificó la decisión con diversos argumentos, pero el de más peso o el más eficaz fue el que postuló la legitimidad de la reescritura porque el presidente de la Nación así lo había dispuesto. La víctima propiciatoria fue Sábato, el responsable de este supuesto prólogo infamante. No les importó nada: ni la trayectoria ni los escrúpulos del escritor, ni su memoria. Tampoco la honorabilidad de los hombres y mujeres que participaron de esa comisión. Otro prólogo y a otra cosa mariposa. No nos engañemos, en términos personales, el acto fue una canallada; en términos políticos, una impostura; en términos históricos, una falsificación; en términos culturales, una vergüenza.

¿Y que decía el prólogo de la Conadep que molestó tanto a estos señores? Veamos: “Durante la década del setenta la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía, tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda”. ¿Y acaso no era cierto? En aquellos años había un amplio consenso en organismos de derechos humanos como la APDH, el Cels, la Liga Argentina de los Derechos del Hombre (Ladh) y Paz y Justicia, en condenar políticamente los crímenes cometidos por unos y otros. Puede que por cuestiones coyunturales en algún momento se haya puesto más énfasis en los crímenes de la dictadura que en los cometidos por las organizaciones armadas, pero la crítica a PRT y Montoneros nunca dejaron de estar presentes, no sólo por parte de los partidos de centro y centro izquierda, sino por muchos partidos marxistas que nunca compartieron el accionar de estas organizaciones y en todos los casos las calificaron de aventureros y provocadores.

Hoy, los principales dirigentes y militantes de aquellos grupos armados admiten que se equivocaron, una conclusión que no exige demasiados refinamientos teóricos, ya que los errores y los horrores están a la vista. Sin embargo, el prólogo de la Conadep a una fracción de los viejos Montoneros les hace perder el sueño y no descansaron hasta el momento en que un presidente manipulador y demagogo los habilitó para imponer su propia y exclusiva versión de los hechos.

El controvertido prólogo no está firmado. Se lo atribuyen a Sábato, pero no se sabe con exactitud si fue él quien lo escribió o fue el abogado Gerardo Taratuto. En todos los casos, lo que importa saber es que todos los integrantes de la Conadep lo aprobaron, y si alguna disidencia hubo, ésta no se hizo pública, por lo que el texto expresa el pensamiento de los hombres y mujeres que participaron de la dura tarea de recolectar testimonios que pongan en evidencia el tiempo del desprecio -al decir de Sábato- en el que vivimos durante tanto años.

Así y todo, a los integrantes de la Conadep no se les escapaba que a la hora de hilar fino era válido establecer diferencias entre el terrorismo de Estado y las acciones armadas de los grupos insurgentes. “A los delitos de los terroristas, las fuerzas armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de personas”, escribieron.

El texto es claro y las diferencias se distinguen. Sin embargo, a Duhalde y su séquito esto tampoco les alcanzó. Héroes o nada, parece haber sido su consigna. Ni autocrítica, ni disculpas. O como dijera la señora Hebe Bonafini con su habitual delicadeza: “Todo lo que hizo la Conadep es una mierda”. Se trata de la misma heroína que entre otras bellezas aplaudió la masacre de las Torres Gemelas, se opuso a la búsqueda de los bebés secuestrados y transformó a una institución de derechos humanos en una cloaca rentada con dineros públicos.

Conviene retornar a los años ochenta, a los años de la Conadep, para recrear el clima político existente entonces. La dictadura se replegaba y asumía el poder un gobierno democrático cuyo futuro -atendiendo nuestras tradiciones golpistas- estaba puesto en tela de juicio. Sin embargo, fue este gobierno el que toma la decisión inédita en América Latina de juzgar a los militares, pero también a los responsables de las organizaciones armadas.

Es en ese contexto que Alfonsín usa la metáfora de los dos demonios. No era nueva ni original. La condena al terrorismo “venga de donde venga” estaba presente en las instituciones de derechos humanos activas desde los tiempos de Perón, Isabel y López Rega: ni con las Tres A ni con las acciones militares de organizaciones armadas que nunca creyeron en el Estado de Derecho y mucho menos en los derechos humanos, valores que descubrieron en la cárcel o el exilio; valores que abandonaron apenas se les fue el susto.

La mayoría de los argentinos no compartió los abusos de la dictadura militar, pero tampoco aplaudió a las organizaciones guerrilleras. La idea de haber vivido en el infierno fue recuperada por diferentes partidos políticos, intelectuales e instituciones religiosas y laicas. En todos los casos se trataba de metáforas destinadas a expresar el horror y lo siniestro de un tiempo terrible.

En el caso de Alfonsín, la imagen de los dos demonios alude a la violencia de izquierda y de derecha. ¿Sorprende tanto que un político progresista de un partido tradicional se exprese en estos términos?, ¿que le repugnen los crímenes de los militares pero condene los secuestros y las muertes perpetradas por las organizaciones guerrilleras? ¿Acaso la mayoría de la sociedad no pensaba lo mismo?

Alfonsín habló de los dos demonios y de las víctimas de ese juego siniestro. La observación es importante, porque incorpora a otro actor y a su vez establece una consideración política opinable pero legítima. ¿Quiénes fueron las víctimas? El pueblo que participó como espectador y los desaparecidos, considerados inocentes en este relato. Alfonsín tenía autoridad moral y política para hacer ese planteo, mucho más que un abogado patagónico que para ese mismo tiempo se hacía millonario esquilmando a propietarios indefensos con una ley de la dictadura.

La metáfora de los dos demonios respondió a posiciones políticas asumidas públicamente. Alfonsín, a diferencia de Perón, nunca alentó a los jóvenes a tomar un fusil ni tampoco ordenó luego asesinarlos porque no hicieron lo que él consideraba adecuado. El flamante gobierno democrático repudiaba el terrorismo de Estado pero ese repudio nunca fue el aval a una guerrilla cuya objetivo final era la construcción de un orden político que, como dijera Tzvetan Todorov, su exclusiva referencia histórica en los años setenta fue Camboya.

¿No había diferencias morales y éticas entre guerrilleros y torturadores? Es probable que las haya habido, pero ese registro no altera las conclusiones políticas. Las buenas intenciones en este campo suelen ser la antesala de la alienación y el fanatismo. La alternativa política y humana, por lo tanto, no era ser torturador o guerrillero; había y hay otras posibilidades fundadas en la vida, la esperanza, la rebeldía, pero sobre todo en el ejercicio de la libertad.

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