Antecedentes de la declaración de la independencia

La Declaración de la Independencia fue una de las decisiones más audaces del proceso revolucionario iniciado el 25 de mayo de 1810. Sobre las consecuencias de lo ocurrido el 9 de julio de 1816 no hay mucho más que decir, pero acerca de los antecedentes que lo hicieron posible convendría hacer algún repaso.

Los historiadores al respecto señalan que la sublevación de Fontezuelas del 3 de abril de 1815, la desobediencia militar del general Ignacio Álvarez Thomas a la orden del director supremo, Carlos María de Alvear, de continuar la guerra contra José Gervasio Artigas, precipitó las condiciones políticas internas que hicieron posible la convocatoria al Congreso que declarará la independencia

Si en el orden interno Fontezuelas fue decisivo, en el orden externo el hecho más importante lo representó la ocupación de Montevideo por parte de los patriotas. El acontecimiento es conocido, pero no se le suele dar la importancia que tuvo para la suerte de la revolución. Se lo considera una batalla ganada a los realistas y la reanudación de la guerra civil con los orientales dirigidos por Artigas, pero no se tiene demasiado en cuenta la trascendencia que tuvo para la Revolución de Mayo que el puerto fuera recuperado por los patriotas.

Repasamos la trama de los acontecimientos. No fue necesario Waterloo para saber que las horas políticas de Napoleón en Europa estaban contadas. El Corso abdica en abril de 1814, pero el retorno de Fernando VII al trono se produce en marzo de ese año. La relación de fuerzas políticas en Europa estaba cambiando aceleradamente y esos cambios impactaban en América.

Recobrada la corona, las primeras decisiones de Fernando VII fueron las de desconocer la Constitución liberal de Cádiz de 1812, meter presos a los que habían luchado por su retorno y organizar una flota para recuperar las colonias de América. Respecto de esta última iniciativa, Fernando no perdió el tiempo. Convocó a uno de los militares más prestigiado y valiente del reino para dirigir el operativo. Se trataba de Pablo Morillo, héroe de Trafalgar y Bailén, la batalla donde compartió honores con San Martín.

Morillo organizó una flota de alrededor de quince mil hombres. El objetivo era Buenos Aires, pero la escala inmediata donde hacerse fuertes era Montevideo. Con quince mil hombres desembarcados en el Río de la Plata, nosotros no teníamos ni para empezar. Pensemos, al respecto, que con increíbles esfuerzos económicos y derroche de talento, San Martín pudo organizar un ejército de cinco mil hombres.

Morillo era un militar experimentado y contaba, además, con soldados curtidos en las prolongadas guerras europeas. En síntesis, su llegada al Río de la Plata era una catástrofe para las expectativas revolucionarias. Es allí donde la recuperación de Montevideo adquiere su verdadera dimensión.

Morillo para cumplir con sus objetivos necesitaba un puerto y para ello contaba con la ciudad que dominaba Gaspar Vigodet desde 1812. La noticia de su derrota en junio de 1814 lo obliga a modificar sus planes. El objetivo ahora no será Buenos Aires sino Cartagena de Indias; los problemas de la invasión española ya no son de San Martín y Belgrano sino de Bolívar.

¿Quiénes fueron los héroes de Montevideo? En términos personales, si hay alguien al que se le deben rendir honores eternos, ese alguien es el almirante Guillermo Brown.

Como se sabe, el sitio de Montevideo había establecido una suerte de equilibrio difícil de romper. Los patriotas dominaban la campaña y los realistas la ciudad. El sitio como tal tenía un punto vulnerable y era el control por parte de los realistas del río. Desde allí, eran abastecidos e incluso lanzaban expediciones militares destinadas a obtener alimentos y recursos en las costas del Paraná y el Uruguay. La batalla de San Lorenzo en febrero de 1813 puso un límite importante a ese intento.

Pero el desequilibrio real se produce cuando los patriotas logran financiar una flota. Ésta es puesta en pie por la destreza financiera del catalán Juan Larrea y el hombre encargado de dirigirla es el irlandés Guillermo Brown. Moraleja: la revolución entonces no se aferraba a un estrecho nacionalismo para cumplir con sus metas.

Brown, además de valiente y honrado, no era hombre de andar perdiendo el tiempo. Su primera victoria es contra el capitán Jacinto Romarate que controlaba la isla Martín García. Despejado el camino hacia Montevideo, el 20 de abril de 1814 inicia el bloqueo naval de la ciudad.

Los españoles juegan su carta con el general Miguel de la Sierra. La flota que dispone es superior a la de Brown. La batalla del Buceo se inicia el 15 de mayo de 1814. Habrá de durar dos días. Al concluir los disparos de la cañones y disiparse el humo, el panorama es absolutamente favorable a los patriotas. Los realistas pierden barcos, hombres y armas. La derrota es absoluta y total. El camino a Montevideo está abierto, pero el que recibirá las palmas de la victoria no será Brown, sino Alvear, quien cumpliendo órdenes de su tío, el director supremo, Gervasio Posadas, había marchado hacia Montevideo para reemplazar a Rondeau.

Los acontecimientos se precipitan. El 22 de junio se entrega la fortaleza del Cerro. Alvear inicia negociaciones con Vigodet. El acuerdo molesta a algunos oficiales, pero es el que se impone. Alvear se compromete a respetar la vida de los realistas, empezando por la de Vigodet. Se les garantiza que abandonen la ciudad con dirección a España y los patriotas se comprometen a mantener su lealtad a Fernando VII e izar la bandera española en el fuerte de San Felipe.

Más allá de las alternativas de la negociación, la jornada tiene su épica. Mientras las tropas realistas salen por el portón de San Juan, las tropas patriotas entran por el portón de San Pedro. Carlos María de Alvear rodeado de oficiales es quien encabeza la marcha. Respecto de las concesiones hechas al enemigo, hay que decir que para mediados de 1814 la fidelidad a Fernando VII se mantenía. La máscara estaba cada vez más deteriorada, pero seguía siendo un principio de legitimidad.

Una de las exigencias de Vigodet a Alvear fue la de obligar a los tropas criollas jurar lealtad a la Constitución de Cádiz de 1812. Como es de domino público, se trataba de una constitución que a los patriotas no les resultaba antipática. El hecho de que luego Fernando VII la derogara, contribuyó a legitimar nuestras pretensiones independentistas.

Recuperada la Banda Oriental y el puerto de Montevideo, se inicia otro capítulo de la historia, donde los protagonistas ahora son las tropas de Artigas enfrentadas a las del Directorio. Alvear negocia con Vigodet, pero apenas se despeja el escenario traiciona el acuerdo y ataca por sorpresa al lugarteniente de Artigas, el general Otorgués.

El Directorio tenía buenos motivos para desconfiar de Artigas, sobre todo cuando éste en enero de 1814 decidió abandonar el sitio de Montevideo poniendo en juego la suerte de la revolución. Pero Artigas también tenía serios reproches que hacerle a Buenos Aires.

Las vicisitudes de este enfrentamiento exceden las posibilidades de esta nota, aunque basta con saber por ahora, que apenas iniciado el Congreso de Tucumán, las tropas portuguesas dirigidas por el general Lecor avanzan sobre la Banda Oriental, reeditando la experiencia de Diego de Souza en 1811. El Directorio deja hacer, aunque habría que preguntarse si contaba con recursos para intervenir o si tenía algún sentido jugarse por un caudillo que se había constituido en su principal enemigo.

Más allá de los detalles, lo que importa destacar en este caso, es que mucho más importante que la supuesta traición del Directorio a Artigas, fue la traición de la burguesía comercial montevideana y la de sus principales colaboradores militares. Artigas para esa fecha no esperaba nada de Buenos Aires, pero sí contaba con la fidelidad de sus hombres, como confiaba en la lealtad de López y Ramírez.

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