El Congreso de Tucumán y la participación de Santa Fe

Como se sabe, Santa Fe no estuvo presente en el Congreso de Tucumán. Fue una lástima, entre otras cosas porque ya había designado a un diputado para que nos representara. Pero el rigor de las guerras civiles y la intransigencia de los principales líderes políticos de entonces impidieron que nuestra provincia firmara el acta de la Independencia.

Los dirigentes santafesinos no ignoraban la trascendencia de lo que se iba a decidir en Tucumán. Pero para 1816 pesaba más el acuerdo con Artigas y la defensa de la causa federal, que la alianza con el gobierno de Buenos Aires.

De más está decir que todos estaban de acuerdo con la declaración de la Independencia. Es más, Artigas como líder de la Liga del Litoral ya lo había hecho, pero ocurría que, superpuesto al conflicto de la naciente soberanía nacional, se planteaba el tema de la autonomía de los estados provinciales y la calidad del orden político que debía reemplazar al antiguo régimen.

El Congreso de Tucumán inició sus sesiones el 24 de marzo de 1816. Para entonces sólo había 21 diputados y una cantidad de problemas políticos y militares que no se sabía muy bien cómo se iban a resolver. Uno de ellos, era el de la rebelión de las provincias del litoral con Artigas a la cabeza.

Exactamente para la misma fecha o, para ser más exactos, para la semana del 24 al 31 de marzo, los santafesinos se levantaron en armas contra la intervención militar de Viamonte que desde agosto de 1815 controlaba a Santa Fe cumpliendo las órdenes de la autoridad de Buenos Aires.

La historia recuerda aquella gesta con el nombre de «rebelión del fortín de Añapiré». Los héroes de la jornada fueron: Mariano Vera, Javier Avalos, Cosme Maciel y un muchacho que ya estaba dando que hablar y que se llamaba Estanislao López.

El director supremo Alvarez Thomas no aceptó la decisión santafesina. Al jefe de la sublevación de Fontezuelas le pasó lo que le suele ocurrir a la mayoría de los que son rebeldes en el llano, pero cuando llegan al poder se identifican de manera absoluta con su lógica y se convierten en más «papistas que el Papa». Presionado por los grupos de poder de Buenos Aires envió a Eustoquio Díaz Vélez a ajustarles las clavijas a los rebeldes.

A esa altura de los acontecimientos en Buenos Aires las intrigas estaban a la orden del día. El poder nacional de hecho respondía a dos centros de poder: Buenos Aires y Tucumán. Se sabe que cuando el poder se fragmenta, no sólo se debilita sino que, además, deja espacios abiertos para las más extrañas combinaciones.

Díaz Vélez, quien alentaba sus propias ambiciones y sus largos resentimientos con Buenos Aires pactó con los santafesinos en Santo Tomé. La firma del acuerdo significó nada más y nada menos que reconocer la independencia de Santa Fe. Fiel a su estilo intrigante, Díaz Vélez incluyó en el tratado la destitución de Alvarez Thomas de su cargo de director supremo y el pedido de prisión para Manuel Belgrano. Más que una debilidad de Díaz Vélez, el acuerdo revelaba sus ambiciones y los niveles de confrontación interna existente en Buenos Aires.

Fue en ese contexto que Tucumán realizó gestiones diplomáticas orientadas a incorporar a Santa Fe en el Congreso. De hecho al proponerse este tipo de gestiones los congresistas también estaban reconociendo a Santa Fe el status de provincia independiente, algo que para esa fecha no estaba del todo claro. Recordemos que a partir de marzo de 1815; desde el levantamiento de Francisco Antonio Candioti para ser más exactos, todos los problemas políticos y militares entre las autoridades nacionales y Santa Fe derivaban de la pretensión de los santafesinos de declararse provincia independiente.

Lo cierto es que Tucumán designó al diputado cordobés Miguel del Corro para convencer a los santafesinos para que se sumaran al Congreso. Mariano Vera debe de haber tenido el corazón dividido o, como buen político, le debe de haber gustado jugar con alguna cartita debajo del poncho, porque la aceptación de esa gestión significaba entrar en cortocircuito con Artigas, cuya beligerancia con el gobierno de Buenos Aires y el Congreso era total.

Como resultado de las conversaciones con Del Corro, Santa Fe designó al sacerdote Pedro Crespo para representar a la provincia en Tucumán. Hasta allí llegaron los amores. En adelante, Santa Fe se vería sometida a las presiones simultáneas del gobierno de Buenos Aires, del Congreso de Tucumán y de José Gervasio de Artigas.

En Tucumán, los diputados están dispuestos a aceptar la participación de Santa Fe en el Congreso, pero exigían a cambio subordinación a las autoridades nacionales. Desde la Banda Oriental, Artigas le recordó a Vera los compromisos contraídos y recurriendo a un lenguaje inusualmente diplomático, pero cargado de insinuaciones más o menos terribles, le sugirió los peligros que podría correr la flamante provincia en caso de desobediencia a los pactos firmados.

Planteado el conflicto en esos términos, a Santa Fe no le quedaban demasiadas alternativas. Su estrategia ideal hubiera sido la de Córdoba, es decir, estar con dios y el diablo al mismo tiempo, pero las circunstancias históricas no lo permitieron. Obligada la provincia a elegir entre Tucumán y la Banda Oriental, no le quedó otra alternativa que reforzar su alianza con Artigas.

Recién en 1820 Santa Fe se independizó de Artigas, pero el escenario era otro, los protagonistas no eran los mismos y, por sobre todas las cosas, las relaciones de fuerzas habían cambiado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *