San Martín y la masonería

La participación de San Martín en las logias masónicas de su tiempo no es una anécdota, un detalle ornamental, sino un factor constitutivo de su personalidad política. Desde 1808, fecha de su inicio a la logia, hasta su muerte en 1850, el itinerario biográfico de San Martín está marcado por su relación con masones y su participación en diferentes logias. En Cádiz, Londres, Buenos Aires, Mendoza, Santiago, Lima, Bruselas, Escocia, París, Grand Bourg y en Boulogne sur Mer, San Martín participa de estas sociedades secretas o discretas. Desde esta perspectiva, es imposible reconstituir su vida al margen de lo que fuera su compromiso político más perdurable.

La militancia masónica de San Martín no fue un entretenimiento, una manera elegante de distraer sus horas, un estilo ocioso y patricio. Todo lo contrario. Para él, la masonería fue una vocación ideológica y una herramienta política para llevar a cabo sus ideales de libertad. San Martín no inventa nada. La revolución americana, desde Estados Unidos al Río de la Plata, es imposible entenderla al margen de la masonería. La Revolución Francesa no se concibe sin los masones. La modernidad como tal tiene como actores privilegiados a los masones. Nuestra historia nacional, sus principales protagonistas a lo largo del siglo XIX y las primeras décadas del veinte son masones. Algo parecido ocurre en Chile, Brasil y, por supuesto, Uruguay. Es imposible entender la modernidad sin el componente cultural y político de la masonería.

No hay biografía pública o privada de San Martín sin este reconocimiento ideológico. Masones son sus amigos íntimos, masones son los principales oficiales de su ejército y masones son sus compañeros de militancia política. Las máximas para su hija tienen el tono de la retórica masónica; su testamento utiliza los términos clásicos de los masones de su tiempo. Su proverbial reserva, el secreto con el que rodeaba sus actos, la discreción de sus declaraciones, corresponden a la clásica disciplina personal de los masones. Desconocer esta relación de San Martín es una torpeza o algo peor. En todos los casos, ninguna de las consideraciones que se hagan en esa línea alcanzan a ocultar lo evidente. San Martín, como la inmensa mayoría de los guerreros de la Independencia, fue masón. Para bien o para mal, pero es lo que fue. Sus pares fueron Miranda, Bolívar, Alvear, O’Higgins, Guido, Belgrano, Moreno. Y hay más nombres.

Como en su momento la masonería fue condenada por la Iglesia Católica, y en el siglo XIX la lucha ideológica fue muy dura, sectores católicos se esfuerzan por negar esta pertenencia ideológica de San Martín. En su tiempo esto no fue tan así. En principio, San Martín, como la mayoría de los masones, siempre se reivindicó cristiano y, en su caso particular, católico. En su correspondencia hay referencias a Dios y al “arquitecto universal”, pero como todo liberal de su tiempo, su fe no le impide ejercer la más plena libertad de conciencia.

San Martín fue católico, pero no era de misa diaria y ni siquiera puede decirse que haya sido un católico disciplinado. En Mendoza, en Santiago y en Lima, sus encontronazos con los curas realistas fueron célebres. Como los buenos liberales de su tiempo, se permitía hacer chistes sobre la Iglesia Católica, el Papa y la credulidad de algunos fieles. Como buen liberal, se jactaba de sus amistades con curas, algunos de los cuales también participaban de logias masónicas.

Discutir hoy si San Martín fue o no masón puede parecer un debate menor, pero desde el punto de vista histórico no lo es. El Padre de la patria tiene demasiado prestigio como para desinteresarse de su ideología.

Como ya es de público dominio, San Martín no siempre disfrutó de esa honra. Tuvieron que pasar muchos años y circular bastantes libros, para que los argentinos decidieran otorgarle la condición de Héroe Máximo de la Nación.

Cuando San Martín se fue de la Argentina en 1824 estaba muy lejos de ser el héroe que todos conocemos. Entonces no sólo era criticado, sino que amplios sectores de la elite porteña lo aborrecían. Cuando muere en 1850, la información que llega a Buenos Aires fue apenas una noticia. Cuando a principios de 1880 sus restos llegan a la Argentina, su prestigio había crecido, pero todavía no era absoluto. El obispo de Buenos Aires, por lo tanto, opone obstáculos teológicos para que sus restos descansen en la catedral: ¿El motivo? Su militancia masónica.

¿Es para tanto? Lo es. Un masón no puede ser recibido en tierra consagrada. Si bien el Papa condenará a la masonería oficialmente en 1884, la condena de las autoridades religiosas existía de hecho desde mucho antes. “En esta iglesia no entran perros ni masones”, era una leyenda que presidía la entrada de muchos templos católicos.

Las negociaciones para cumplir con el pedido testamentario de San Martín de que su corazón descansara en Buenos Aires, se inician apenas llegan los restos. El acuerdo al que se arriba es el producto de una negociación entre el poder político y el poder religioso. Finalmente, se acepta construir un mausoleo -Nuestra Señora de la Paz- ubicado en la nave derecha del templo y, según los entendidos, fuera del perímetro considerado sacro. Tres esculturas femeninas rodean al sarcófago, acompañado por las urnas que guardan los restos de Las Heras, Guido y el Soldado Desconocido.

Todo bien hasta acá. San Martín ha sido más o menos respetado. Sin embargo, algunos detalles no encajan. Y lo primero que no encaja es el propio sarcófago de San Martín que, además, queda inclinado, lo que provoca que la cabeza del Libertador en lugar de mirar hacia el cielo mire hacia la tierra. ¿Casualidad? Cien años después, historiadores revisionistas sostienen esa hipótesis. Según ellos, el cajón que llegó desde Francia es demasiado grande y no puede entrar en el lugar asignado. Por eso, se lo coloca en esa posición ¿Puede creerse en la casualidad en una institución que es muy celosa de los símbolos y del protocolo? Pero aceptando incluso que el cajón haya sido grande, queda pendiente otra pregunta. ¿Por qué su cabeza mira hacia la tierra y no hacia el cielo? ¿También es casualidad? ¿Un detalle menor? Para un laico o un indiferente puede ser un detalle menor, pero no para un católico celoso de su fe y de los preceptos de su fe, para quien está fuera de discusión -por lo menos para un católico beligerante de 1880 estaba fuera de discusión- que la posición de “cabeza abajo” es lo que se merece un masón predestinado al infierno.

En la misma línea opinan los católicos integristas españoles. En la época de Franco, existió una publicación llamada Editorial Nacional, donde se probaba que la mayoría de los militares españoles que fueron a guerrear a América Latina a favor de los insurrectos eran masones, y uno de los masones más distinguidos se llamaba José de San Martín. Los caballeros franquistas -despreocupados por el prestigio criollo de San Martín y de los esfuerzos de sus correligionarios argentinos por demostrar lo contrario- probaban a través de documentos su filiación masónica y, por lo tanto, su condición de traidor, confirmando mediante ese acto el principio de la derecha católica española de que todos los masones en España fueron traidores a la patria.

San Martín ingresó a la masonería en 1808. En Cádiz, para ser más precisos. Lo inició el general Francisco María Solano, su maestro, y la persona a la que San Martín honró toda su vida. Su primera tenida la celebró en la Logia Integridad y luego pasó a la de Caballeros Racionales Nº 3. Todos sus amigos de entonces participaban de la masonería. Es lo que dicen los documentos y es lo que aseguran los católicos españoles a la hora de reprocharle a la masonería haber alentado a los militares a sumarse a la causa de las revoluciones hispanoamericanas.

En el contexto del derrumbe de la monarquía y las guerras napoleónicas, San martín decide con otros militares trasladarse al Río de la Plata para continuar la lucha emancipatoria. Todas estos cabildeos se tratan en el interior de las logias. El pasaje de España a Gran Bretaña se realiza en este marco. En Londres, San Martín es recibido por lord Mac Duff, venerable con grado superior. Allí, junto con Alvear, Zapiola, Holmberg, Chilabert y Andrés Bello se integran a la Logia de Caballeros Racionales Nº 7. También en Londres los amigos y conocidos de San Martín son masones. Quien en el futuro habrá de ser su principal amigo, la persona con la que compartirá desventuras y placeres del exilio -me refiero a Alejandro Aguado, marqués de las Marismas del Guadalquivir-, es ya para entonces un activo partícipe de las tenidas masónicas y lo seguirá siendo hasta el fin de sus días.

No hay certezas de que el plan de liberación americana se haya elaborado en Londres. O en Cádiz. Lo seguro es que estos temas se conversaban en las logias que, por concepción ideológica e intereses políticos, tenían una visión internacionalista sobre los acontecimientos históricos de su tiempo. Hijos de la ilustración, amantes de la libertad y partidarios de las revoluciones burguesas y anticolonialistas, los miembros de las logias no pensaban exactamente lo mismo, no respondían a idénticos intereses, pero estaban unidos por un conjunto de certezas y de ritos.

La relación de San Martín con las logias inglesas dieron lugar a imputaciones acerca de su sometimiento a la diplomacia británica. Lo mismo se dijo de Miranda y Bolívar. Reducir la actividad de San Martín a la de un agente secreto de los ingleses, es tan falso como desconocer sus compromisos con las logias masónicas de su tiempo, el instrumento político operativo para llevar adelante los planes de emancipación. Por más que a ciertos nacionalistas el tema les moleste, a fines del siglo XVIII y a principios del XIX no se podía hacer política al margen de Gran Bretaña o desconociendo la gravitación e influencia de la Rubia Albión.

Sabemos que San Martín llegó a Buenos Aires en la fragata George Canning en enero de 1812. Una de sus primeras entrevistas fue con Julián Alvarez, titular de la principal logia porteña. El primer triángulo constitutivo de la flamante logia estuvo integrado por él, Alvear y Zapiola. Contra lo que se cree habitualmente, la primera logia que San Martín crea en Buenas Aires no fue la Lautaro sino la de Caballeros Racionales Nº 8. La Logia Lautaro empieza a existir como tal a partir de 1815, cuando las diferencias con el grupo liderado por Alvear se hacen insostenibles.

La Logia de Caballeros Racionales y la Lautaro tenían objetivos políticos manifiestos. Se trataba de incidir en el curso de los acontecimientos. Y de ser posible, dirigirlos. La primera actividad política trascendente es el “golpe de Estado” contra el Primer Triunvirato en octubre de 1812. La movilización militar y las debidas presiones políticas permiten la constitución de un segundo triunvirato y la convocatoria a la Asamblea del año XIII. La Logia dispone en ese momento de una decisiva cuota de poder. Los tres integrantes del triunvirato, Álvarez Jonte, Nicolás Rodríguez Peña y Juan José Paso, eran “hermanos”; también lo eran la mayoría de los miembros de la Asamblea Constituyente, aunque ya en su interior las diferencias entre los seguidores de San Martín y los de Alvear se hacían cada vez más visibles.

Los logistas están comprometidos a actuar de común acuerdo. Todos se han comprometido a que las principales iniciativas políticas se decidan en el interior de la Logia, y todos los integrantes están obligados por juramento masónico a hacerlas cumplir. Los funcionarios políticos saben que toda decisión trascendente debe tomarse consultando previamente a la Logia. Así pensada la Logia, es como una suerte de partido secreto, centro de poder intelectual, moral y operativo que funciona en las sombras y decide sobre las cuestiones del poder, “obrando con honor y procediendo con justicia”.

Todos los movimientos emancipatorios de signo liberal de la última mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX, se realizaron en este contexto, el de la actividad secreta de las logias, instrumentos políticos aptos para conspirar, establecer y ampliar contactos e influir y decidir en el poder. ¿Por qué, secretos? Por elementales razones de seguridad.

Se dice que la Logia Lautaro no era masónica porque no estaba reconocida por la Logia de Londres. Para 1813 y en las condiciones de las guerras emancipatorias, ésta no era una condición excluyente. Su funcionamiento, su reglamentación interna, su carácter secreto y discreto se corresponde con la preceptiva masónica. Como en la célebre fábula del león, San Martín se portaba como un masón, se juntaba con masones, hablaba como un masón, se vestía como un masón, a cada lugar que iba se relacionaba con alguna logia pero, según los católicos integristas, no era masón.

La Logia Lautaro dio lugar a las “lautarinas”, logias extendidas en las principales ciudades de este territorio que empezaba a llamarse Argentina. También hay actividades masónicas en el Congreso de Tucumán, al punto que muy bien podría escribirse la historia de ese congreso atendiendo no a las reuniones públicas sino a las reuniones secretas que realizaban los “hermanos”. Belgrano, por ejemplo, fue el que brindó el informe decisivo sobre al situación internacional una semana antes del 9 de julio. Esa reunión se realizó en secreto y allí fue donde se decidió promover la declaración de la Independencia que, San Martín por su lado, promueve desde Mendoza. La correspondencia que sostuvo con el “hermano” Pueyrredón está jalonada por claves masónicas, incluido los famosos puntos que acompañan la firma.

En Mendoza, Santiago de Chile y Lima la participación de San Martín en las logias está probada. Sus principales y más notorios colaboradores -O’Higgins, Las Heras, Monteagudo y Guido, entre otros- son masones de reconocida trayectoria. La controvertida conferencia de Guayaquil, su carácter secreto y “misterioso”, sólo se puede descifrar a través de la disciplina masónica. En el exilio, San Martín continúa en la misma senda. En su corta estadía en Bélgica, se integra a la logia La Perfecta Amistad y en reconocimiento a su trayectoria le obsequian una medalla con su rostro, diseñada por el “hermano” Henri Simons.

En Londres, en Escocia y luego en París, San Martín se mantiene leal a lo que constituye su principal disciplina interior. Como lo dijera en la nota anterior, sus últimos textos trascendentes -las “Máximas” a su hija y el testamento- revelan la cultura masónica de alguien a quien muy bien se lo podría definir en su relación con la fe como deísta. Es decir, alguien que cree en la existencia de un ser superior, que no niega a Jesús, es más lo reivindica como el “filósofo de Nazareth”, pero considera que el principal atributo que Dios -el Gran arquitecto universal- nos ha dado es la libertad; y particularmente, la libertad de pensamiento, esa libertad de pensamiento que San Martín ejerció durante toda su vida en su condición de hombre libre.

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