San Martín en Boulogne Sur Mer

Estuve en la casa de San Martín en el mes de marzo de este año. Hacía tiempo que quería darme ese gusto. Seis años antes unos amigos de la masonería francesa me invitaron para ir a Boulogne Sur Mer porque se organizaba una cantata en homenaje al Libertador. El programa incluía ritos masónicos a los cuales San Martín era tan afecto. No pudo ser. Mi visita, se entiende, pero la cantata se hizo y con un éxito increíble.

Este año no tenía pensado jugar a las visitas. En la vida suelen ocurrir estos imprevistos: lo que se planifica no sale y el azar decide. Estábamos con mi mujer en Brujas y allí nos enteramos de que el camino de regreso a París muy bien podía hacerse por Boulogne Sur Mer. Esta vez todo salió a la perfección. Llegamos a Boulogne casi sobre el mediodía. Una ciudad antigua, medieval, levantada sobre el Canal de la Mancha. Las cifras oficiales dicen que el casco urbano tiene alrededor de 50.000 habitantes, pero la región supera los 150.000.

Boulogne Sur Mer es una hermosa ciudad, una ciudad que merece conocerse. Antigua, cargada de historia, honrada con leyendas medievales. Los lugareños dicen que los inviernos son fríos y raras veces sale el sol. También hablan de las catedrales sepultadas en el mar que a cierta hora de la noche, cuando las tormentas son más fuertes, hacen oír sus campanas cuyos sonidos se confunden con el aullido salvaje del viento.

El día que nosotros llegamos el sol brillaba como si fuera primavera. Era un día de luz, un día que daba ganas de pasear y descubrir cosas nuevas. Estacionamos en una playa cerca del centro y empezamos a caminar. A las ciudades se las conoce caminando. No hay otra manera. En el centro, en una calle con árboles y bancos, con palmeras y mesas de los bares ubicadas en los canteros, conversamos con unos estudiantes que almorzaban y tomaban cerveza al aire libre. Ellos nos indicaron dónde estaba la casa del Libertador. Había que ir caminando por la Grand Rue parece que en tiempos de San Martín se llamó Víctor Hugo, detalle que lo fascinaba porque admiraba al autor de “Los miserables”- y antes de llegar a la ciudad vieja, a la altura del 113 íbamos a ver la casa sin necesidad de preguntar mucho.

Desde el centro no es mucho lo que hay que caminar para llegar. Un detalle merece mencionarse. En esa calle se levantan las instalaciones de la Universidad del Litoral. Así como leen: Universidad del Litoral. ¿Otra casualidad sugerente? La calle perpendicular a la Grand Rue, la calle de la esquina de la casa de San Martín, se llama Charles Perón. A San Martín le gustaba Boulogne Sur Mer porque allí había vivido Napoleón durante unos cuantos meses. En efecto, en 1805 el corso se había instalado en esta ciudad para organizar la Gran Armee. Todo iba bien hasta que llegó la derrota de Trafalgar y Napoleón se vio obligado a postergar su estrategia de invadir Inglaterra.

Quedamos en que íbamos caminando hacia la casa ubicada en la Grand Rue al 113. No exageraban nuestros improvisados guías cuando nos decían que no hacía falta preguntar demasiado para advertir cuál era la casa. Dos inmensas banderas, una de Francia y otra de Argentina se encargaban de orientar al más desorientado.

Es una casa burguesa, honorable, “decente” hubieran dicho en otros tiempos. Por supuesto que está refaccionada, pero la casa que yo vi en sus líneas generales era más o menos la misma que descubrió San Martín por primera vez.

San Martín llegó a Boulogne Sur Mer en marzo de 1848 y vivió hasta el día de su muerte, el 17 de agosto de 1850. Su estadía no llegó a los dos años y medio. Después estuvo hasta 1861 enterrado en esta ciudad. A Buenos Aires recién llegó en 1880.

Alquiló dos pisos, el segundo y el tercero. El propietario se llamaba Adolfo Gerard. Era escritor y periodista. Según cuentan los cronistas fue muy amigo de San Martín y no me supieron decir con exactitud si fue el padrino de una de sus nietas o, si a la inversa, San Martín fue el padrino de una de las hijas de su locador. Lo seguro es que la relación era muy buena y Gerard estaba orgulloso de su inquilino y su familia.

La casa de San Martín hoy es propiedad de Argentina y los encargados de mantenerla son los militares. Precisamente el que nos atendió cuando golpeamos la puerta fue el suboficial Marco Antonio Tapia Parra. Amable, bien predispuesto, satisfecho de encontrarse con dos argentinos, nos hizo pasar y ofició de guía.

La casa luce en muy buen estado. Las placas, banderas y banderines están repartidos por todos lados; hasta en el patio. Todo lo que se ve, lo que se presenta como mobiliario u objetos íntimos que pertenecieron a San Martín son réplicas. Todo o casi todo.

Una escalera de madera comunica con los pisos de arriba. Es ancha, firme y hasta suntuosa. Esa escalera San Martín la subía por lo menos dos o tres veces por día. Así lo hizo casi hasta el último mes. Mientras la salud se lo permitía, no había manera de tenerlo encerrado en la casa. Merceditas se afligía pero su padre salía a caminar a la mañana y a la tarde. Saludaba a los vecinos, conversaba con los mozos de las tiendas y los marineros del puerto, a veces se sentaba a la mesa de un bar a tomarse un café o un vaso de bon vino sin preocuparse por las maledicencias de sus compatriotas que lo acusaban de borracho y mal entretenido.

El dormitorio de San Martín es modesto, austero. Es el dormitorio de un soldado, de un general que ganó sus ascensos en el campo de batalla. Una ventana amplia da a la calle. Me asomo y veo un horizonte ondulado por las serranías. Más allá, hacia el este, el mar. Pregunto por la casa del frente. Me dicen que esa casa se levantó en 1734. Otra vez la relación con el pasado. Estoy parado en la ventana de la casa de San Martín; ese cielo, ese horizonte serrano, la luz que llega del mar no son muy diferentes a las que contemplaba San Martín; esa casa antigua, era la misma que San Martín miraba cada vez que se asomaba a la ventana.

En Boulogne Sur Mer los recuerdos que hay de él son discretos. Seamos sinceros. Para una mayoría significativa de vecinos San Martín fue un desconocido; los vecinos de entonces y de ahora no saben muy bien quién fue este personaje a cuya casa van tantos argentinos a visitarlo y cuya estatua es la más importante que se levanta en la costanera.

San Martín había llegado a esta ciudad escapando de los disturbios revolucionarios de 1848. Las barricadas de los obreros en las calles de París, las fogatas y las ejecuciones le parecieron un espectáculo deplorable. Se dice que su destino era Londres, pero prefirió quedarse en Boulogne Sur Mer tal vez porque alentaba la esperanza de regresar a París cuando todo se serenara. No fue así, pero en la vida suelen pasar estas cosas.

La casa de la Gran Rue está atendida por militares y ésa es una realidad que no se disimula. Constato el hecho sin establecer ninguna valoración. Es más, creo que está bien que así sea. Según Tapia Parra el único presidente que visitó esta casa fue Raúl Alfonsín. Otra vez constato el hecho; que cada uno saque sus propias conclusiones.

Decía que en la costanera se levanta el monumento a San Martín. Es uno de los más importantes de la ciudad. El general está montado a caballo y enarbola una bandera. El monumento se inauguró el 24 de octubre de 1909. Se dice que vinieron militares y políticos. También unos cuantos granaderos transportados por la célebre fragata Libertad.

Sobre el monumento se tejen leyendas. Boulogne Sur Mer fue una base importante de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. A mediados de 1944 el 15 de junio- los aliados bombardearon la ciudad. Las fotos son ilustrativas; casas destruidas por todos lados; según los cronistas los barrios de San Pierre, Capecure y Ave María quedaron en ruinas. Una foto muestra un paisaje desolado de casas derrumbadas. Lo único que sobrevive en medio de esas ruinas es la estatua de San Martín. Nadie ha logrado explicarlo. Los más creyentes hablan del milagro y que la mano de Dios protegió a don José. Por algo son creyentes. De todos modos el hecho está: los famosos hoteles de la calle Saint Beuve no existen porque las bombas los destruyeron, pero la estatua está. Sobrevivió a los aliados y a los nazis. San Martín tenía esas cosas.

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