Los radicales tienen el corazón dividido con Alvear. Por un lado, le reconocen linaje radical, no pueden negar que fue el presidente de la Nación, el conductor del partido en la década del treinta y un político convencido de los valores que defendía. Pero por el otro, lo consideran un oligarca infiltrado en las filas de la causa popular o un niño bien que recibió los beneficios del poder sin disponer de otro mérito para ello que el prestigio de su apellido.
En muchos comités radicales, el retrato de Alvear está ausente. Nadie lo niega, pero muy pocos lo reconocen. En Entre Ríos, su memoria es rescatada como consecuencia de la tradición antipersonalista de esta provincia, pero en Santa Fe, y en la mayoría de los distritos radicales, Alvear es un ausente, alguien que se menciona sólo cuando no queda otra alternativa.
Balbín y Frondizi se formaron de jóvenes al lado de don Marcelo. Lo acompañaron en las campañas electorales y sabían de su coraje cívico. Cuando en 1945 estos dirigentes encabezaron la corriente de Intransigencia y se enfrentaron con los unionistas, Alvear comenzó a ser impugnado. El cuestionamiento se justificó porque los principales colaboradores de Alvear eran unionistas, pero no dejó de ser una paradoja.
La intransigencia redactó el Programa Avellaneda que constituyó una propuesta avanzada del radicalismo, un conjunto de principios que durante casi tres décadas los radicales iban a defender a capa y espada. Lo curioso es que el antecedente de ese programa de signo laborista, ya estaba prefigurado en el programa que Alvear redactó para la campaña electoral de 1937, cuando con Mosca enfrentaron a la candidatura de Ortiz y la enfrentaron con propuestas alternativas que, para muchos observadores, fueron consideradas las más progresistas de la década.
En esos años, Alvear fue uno de los promotores de la estrategia frentista que en Europa promovían los partidos socialistas y comunistas. Aliadófilo y frentista, sus seguidores estaban a la izquierda y a nadie le llamó la atención que su candidatura ese año fuera apoyada por el Partido Comunista y que sus interlocutores políticos fueran Lisandro de la Torre y Alfredo Palacios.
No se trata de inventar un Alvear de izquierda o progresista. Si de alguna manera se lo pudiera encasillar habría que decir que fue un demócrata liberal que se identificó con el radicalismo desde su primera juventud. Para los nacionalismos de derecha y de izquierda que se desarrollaron en los años treinta, fue la víctima propicia, el chivo expiatorio. Alvear encarnaba la entrega nacional, el vaciamiento ideológico y doctrinario del gran partido popular, la expresión de la derecha oligárquica en las filas nacionales y otras lindezas por el estilo.
Los muchachos de Forja nunca fueron muchos y su actuación política sólo fue importante para la literatura. Para 1945, Homero Manzi era más conocido por sus tangos que por su militancia en Forja. Cuando la mayoría de ellos se pasó con armas y bagajes al peronismo y el peronismo se transformó en una estrategia política exitosa, su relato histórico logró imponerse con tal fuerza que hasta los radicales se lo terminaron creyendo.
Para Forja, el radicalismo es yrigoyenista o no es, una afirmación históricamente discutible. Según su punto de vista, a la muerte de Yrigoyen el partido fue copado por los conservadores cuya cabeza visible era la testa calva y elegante de Alvear. La corrupción de los años treinta Äuna nimiedad al lado de la que conoceríamos despuésÄ y la participación del radicalismo en las elecciones del régimen daban cuenta de esa capitulación. El relato, para los forjistas, era de una asombrosa linealidad: agotado el movimiento nacional con la traición de Alvear y los alvearistas, su sucesor sería el peronismo, del cual ellos estarían llamados a labrar su orientación.
La victoria de Forja fue, en realidad, la victoria ideológica del peronismo que logró imponer un relato que legitimaba su presencia histórica con un discurso nacional y popular. Forja escribió ese relato, pero no se benefició con su invento. Perón, y muy en particular Evita, no fueron muy generosos con los forjistas. La mayoría ocuparía cargos menores en la provincia de Buenos Aires bajo el amparo de Domingo Mercante. Cuando este coronel Äleal a PerónÄ cayó en desgracia, los forjistas lo acompañaron en el derrumbe.
Forja desapareció como expresión política, pero quedó presente como mito. En la década del setenta, los peronistas de la resistencia recuperaron esa memoria con su cuota de mistificaciones y leyendas que poco y nada tenían que ver con la realidad. Que los peronistas hayan inventado este relato y además se lo hayan creído, a nadie debería llamarle la atención. Lo sorprendente es que ese mismo relato fue consumido por sectores importantes del radicalismo, más identificados con Forja que con Alvear, una verdadera operación de masoquismo político ya que el presupuesto teórico fundador del forjismo era el agotamiento del viejo radicalismo y su reemplazo, en la mitología de los movimientos nacionales, por el peronismo.
Félix Luna, luego de declarar que como militante de la juventud radical combatió a Alvear, concluye reivindicándolo. El reconocimiento no es lineal, pero es sincero y justo. Para Luna, Alvear pudo haberse equivocado, efectivamente encarnó una estrategia política en los años treinta que no fue la más certera, pero sin dudas fue un político honrado y sincero que defendió con lealtad y coraje sus convicciones en una coyuntura política muy compleja en la que no era sencillo encontrar salidas.
En efecto, las respuestas de Alvear a la crisis del treinta fueron las de un político que responde con los recursos que está acostumbrado a manejar. Es probable que el levantamiento de la abstención en 1935 debería haberse planteado en otras condiciones, pero también está claro que la estrategia de asaltar cuarteles o programar revoluciones radicales podrán haber sido muy heroicas, muy valientes, pero sólo conducían a la derrota.
En 1930, Alvear tenía más de sesenta años. Había sido presidente de la Nación, embajador, diputado. Sin embargo, cuando regresó de París en lugar de irse a los brazos de Uriburu o Justo se fue con los radicales y de allí en más se dedicó a tiempo completo a organizar un partido disperso y derrotado. Lo hizo a su manera, con sus límites, pero lo hizo.
Por supuesto que siempre se le reprochó su origen familiar. Alvear era nieto de Carlos, el joven que llegó con San Martín en la fragata George Canning y era hijo de Torcuato, el primer intendente de la ciudad de Buenos Aires. Su madre era una Pacheco, hija del general Pacheco, una de las primeras espadas de Rosas.
Marcelo nunca dejó de ser un patricio. Ni aunque se lo hubiera propuesto lo habría podido hacer. Era un niño bien que a diferencia de los niños de su clase en lugar de sumarse a los partidos conservadores decidió ser radical. A Alvear se le reprocha su origen familiar como si él fuera responsable de ello, pero se calla su decisión política, sobre todo en alguien que por apellido y fortuna tenía abiertas las puertas del régimen conservador para ser uno de sus principales representantes.
Su secretario privado lo definió como un político con cabeza de demócrata y corazón de patricio. No estaba del todo equivocado. Alvear fue eso y pretender de él algo distinto sería violentar su identidad. Lo que sucede es que no fue el único radical que pertenecía a las clases altas, pero sólo la leyenda puede suponer que en el radicalismo no había apellidos ilustres. «En la provincia de Buenos Aires, las vacas son radicales», solía decir con un toque de ironía ese gran conservador que fue Emilio Hardoy.
Los primeros en reconocer la identidad radical del niño Marcelo no fueron sus amigos conservadores, sino el propio Hipólito Yrigoyen. Alguna vez habrá que escribir sobre la extraña relación que sostuvieron estos dos hombres. En principio, a los biógrafos de Yrigoyen no deja de llamarles la atención las debilidades que un político consumado como Yrigoyen tenía con el niño Marcelo. Recordemos que fue Alvear quien lo acompañó como padrino en su famoso duelo con Lisandro de la Torre. Que cuando el radicalismo ganó las elecciones en 1916, Yrigoyen le propuso el Ministerio de Guerra y como Alvear lo rechazó le dio la embajada en Francia, el lugar donde el niño Marcelo estaba cómodo y feliz con su querida Regina. No olvidemos que en 1922, Alvear fue candidato a presidente gracias al dedo de Yrigoyen y recordemos que Yrigoyen ganó en 1928 las elecciones no sólo porque el gobierno de Alvear fue bueno, sino porque éste se negó a intervenir la provincia de Buenos Aires como se lo exigían a los gritos sus amigos antipersonalistas.
Es verdad que tuvieron diferencias, pero esas diferencias fueron más ásperas entre los yrigoyenistas y los alvearistas que entre Alvear e Yrigoyen. Alvear no estuvo de acuerdo con el neutralismo de Yrigoyen en la Primera Guerra Mundial, pero esas diferencias entre ellos no eran insalvables, de haberlo sido no lo hubiera propuesto como candidato a presidente un año después. También es cierto que después del golpe de Estado de 1930 las declaraciones de Alvear en París en contra de don Hipólito fueron duras e injustas.