La muerte del «Gauchito» Lencinas

Hacía calor ese domingo de noviembre de 1929 en Mendoza. Hacía calor y, como dijera un periodista, el aire olía a pólvora. Carlos Washington Lencinas, popularmente conocido como “El Gauchito Lencinas”, estaba en el balcón del Club de Armas rodeado de sus seguidores más inmediatos. Fue en ese momento que se escucharon las vivas a Hipólito Yrigoyen, un verdadero acto de provocación en un acto organizado por la fuerza política enfrentada “radicalmente” con el Peludo.

Enseguida comenzaron los disparos. Se dice que el responsable del tiro de muerte fue José Cáceres; otros aseguran que el disparo salió desde un árbol donde estaba agazapado un francotirador. Lo cierto es que la bala mató en el acto a Lencinas. Sus seguidores lo trasladaron hasta uno de los salones del club, lo apoyaron sobre una mesa de billar y enseguida se hizo presente un médico. No había nada que hacer. Cuando lo trasladaron al Hospital Provincial ya estaba muerto.

Miles y miles de mendocinos, peones, trabajadores, gente sencilla se hicieron presentes en el velorio para despedir al “Gauchito” Lencinas, el político que -junto con su padre, el “Gaucho” Lencinas- más se había preocupado por mejorar la vida de los pobres. De la residencia en calle 25 de Mayo la multitud llevó a pulso el cajón hasta el cementerio de la ciudad. Los “vivas” a Lencinas se confundían con los “muera” contra Yrigoyen.

Hasta el día de hoy no se sabe con certeza quiénes fueron los autores de un crimen que enlutó a Mendoza, pero que escandalizó a la Nación, al punto que para más de un historiador, el atentado fue uno de los detonantes que explica el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930.

A decir verdad, los Lencinas desde hacía rato eran un verdadero dolor de cabeza para el radicalismo yrigoyenista. Como se dice en estos casos, no hay nada peor que la astilla del mismo palo. El fundador de la dinastía, José Néstor Lencinas, había nacido en Mendoza en 1859 y fue uno de los protagonistas de las patriadas radicales de 1890 y 1905. En 1918, Hipólito Yrigoyen intervino la provincia de Mendoza en manos de los conservadores -o los “gansos”-, como se los conocía y se los conoce.

En las siguientes elecciones, Lencinas llegó por primera vez al gobierno. Carismático, guapo, populista, su liderazgo provincial pronto entró en colisión con Yrigoyen poco propenso a admitir caudillos que le hagan sombra o lo desafíen. El “Gaucho” Lencinas murió en 1920 y, más allá de las intervenciones y maniobras del yrigoyenismo, su hijo Carlos Washington ganó la gobernación en 1921. Al “Gaucho” lo sucedió el “Gauchito”. La continuidad no sólo se manifestaba en los apodos. Ya para entonces el símbolo del lencinismo era la alpargata. Los gansos los acusaban de chusma y Lencinas les otorgaba a sus seguidores el título de descamisados. Como se podrá apreciar, el peronismo no inventó nada.

La popularidad del lencinismo no era arbitraria. Después de sesenta años de dominación conservadora, el lencinismo se presentaba como la alternativa a la hegemonía de los gansos. Jornada de ocho horas, salario mínimo, cajas de jubilados y pensionados, creación de escuelas y hospitales. El “Gauchito” Lencinas recorría a caballo todos los rincones de la provincia. Era inteligente, pícaro y valiente. Sabía tocar la guitarra, improvisaba tonadas que le encantaban al paisanaje y tenía una memoria asombrosa, atributo que le permitía recordar los rostros y los nombres de sus seguidores. ¿Un demagogo? Probablemente. Pero con votos, sensibilidad popular y cultura democrática.

“En el cielo las estrellas, en el campo las espinas, y en el centro de mi pecho, Carlos Washington Lencinas”, improvisaba el refranero popular. El símbolo de la alpargata se extendía por toda la provincia. También las pintadas callejeras: “Viva el gauchito Lencinas”. La adhesión era emotiva e incondicional. Cuando la intervención yrigoyenista probó algunos negociados cometidos por la gestión de Lencinas, el ingenio popular pintó en las paredes: “Viva el Gauchito ladrón”.

El lencinismo no era yrigoyenista. Como para contradecir ciertas lecturas amañadas de la historia que hablan de un antipersonalismo de derecha y un personalismo popular, el lencinismo -como también ocurría con el cantonismo sanjuanino- se definían como antipersonalistas. Así se explica que la intervención federal de 1924 a Mendoza fuera ordenada por Alvear.

En 1926 Lencinas fue electo senador, pero en el Congreso rechazaron sus pliegos. Los reclamos serán insistentes. En 1929 Lencinas estará en Buenos Aires exigiendo que lo reconocieran como senador. Todo fue inútil. Los conservadores lo bloquearon, pero al mismo tiempo los diarios opositores a Yrigoyen lo defendían y presentaban su caso como una prueba más del autoritarismo del régimen liderado por el Peludo.

El 10 de noviembre, Lencinas y sus laderos regresaron a Mendoza. Lo hicieron en el tren La Internacional. Los rumores de que en la capital de su provincia lo esperaban para matarlo eran cada vez más insistentes. Lencinas había hecho declaraciones públicas en Buenos Aires responsabilizando a Yrigoyen por lo que le pudiera pasar.

Mendoza estaba intervenida. En su momento el interventor había sido Enrique Mosca; en ese momento lo era Carlos Borzani. Los interventores no se andaban con chiquitas. Disponían de hombres armados y se movilizaban rodeados de matones con funyis requintados y pañuelos al cuello. A Borzani lo acompañaban dos jóvenes militantes yrigoyenistas: uno se llamaba Arturo Jauretche, el otro Ricardo Balbín. Muchos años después -y en diversos tonos políticos- sus críticos les recriminarán su participación en el crimen.

El tren con la comitiva lencinista llegó a la estación Ferrocarril Pacífico de Mendoza a las 16,45. Una multitud de devotos lo esperaba en la estación. A pesar de las advertencias, Lencinas decidió ir caminando hasta el Club de Armas. Lo hizo por la calle Villaluga, Las Heras y Necochea, hasta llegar a España, donde se levantaba la sede del club social más distinguido de la ciudad.

Las autoridades de la institución recibieron a Lencinas con todos los honores. Los dirigentes hablarán desde el balcón que da a la Plaza San Martín desbordada de seguidores. El primer orador fue Juan Carri Pérez, después lo harán Alberto Saá Zarandon y Carlos Gallegos Moyano. La balacera se inició cuando hablaba el periodista uruguayo, García Pintos. Se estima que hubo más de quince heridos y dos o tres muertos. Uno fue Lencinas; el otro, José Cáceres, el supuesto asesino. Cáceres no estaba solo en la plaza. Lo acompañaban sus hermanos Froilán y Alejandro, todos yrigoyenistas rabiosos.

Días después, José Plomer, compañero de trabajo de Cáceres, declaró que en su momento éste le había comentado que iba a matar a Lencinas para saldar una deuda de honor o, para ser más claro, una deuda de polleras, como se decía entonces.

La hipótesis del crimen pasional fue refutada por varios historiadores. Al argumento de que hubo un francotirador, se suman los ocultamientos de pruebas por parte de las autoridades políticas de entonces. Entre otras cosas, el calibre del revólver de Cáceres no coincidía con la bala que mató a Lencinas. Palabras más, palabras menos, el radicalismo yrigoyenista nunca podrá desentenderse del todo respecto de su responsabilidad en lo sucedido.

Es verdad que en aquellos años la política se hacía con un revólver en el cinto, pero convengamos que ello no justifica el atentado. De todos modos, el precio más alto que pagará el radicalismo será en la ciudad de Buenos Aires. La muerte de Lencinas se vivirá en el orden nacional como un verdadero escándalo.

Con la muerte del “Gauchito”, el lencinismo como tal llegó a su fin. Durante la década del ‘30 intentarán en vano competir contra los conservadores. Con la llegada del peronismo, intentarán acercarse a Perón, pero el flamante líder optará por aliarse con la UCR Cruzada Renovadora. Los Lencinas insistirán con ponerse al lado de Perón, pero éste hará una declaración pública en Mendoza desentendiéndose de ellos. Conclusión: en las elecciones de febrero de 1946, el lencinismo que apoyaba al peronismo en el orden nacional sacará menos del cinco por ciento de los votos. Como dijera un historiador, fue la segunda muerte de Lencinas.

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