De la Vuelta de Obligado a la guerra del Paraguay

La primera vez que oí hablar de la Vuelta de Obligado fue a través de la cartelería publicitaria de Tacuara, la agrupación fascista y antisemita que reivindicó esa gesta como una causa propia. Después llegaron nuevos adherentes: del peronismo y de la izquierda nacional, que se limitaron a darle un tono de izquierda a unas efemérides que durante años fueron y tal vez son el plato preferido de la derecha nacionalista.

Hoy, la fecha es motivo de honra nacional, y los más atrevidos la comparan con la gesta de San Martín. La desmesura y la transformación de la historia en mitos manipulables suelen ser la constante de las diversas corrientes del denominado revisionismo histórico. En la vida real, el acontecimiento estuvo muy lejos de adquirir la trascendencia que le darían después los epígonos del rosismo. El segundo dato de la realidad, es que se celebra una derrota militar y comercial, un hábito atesorado por nuestros nacionalistas de chiripá y mate cocido, ya que al mito de la Vuelta de Obligado le suman como gesta nacional decisiva la derrota que padecimos en Malvinas gracias a la irresponsabilidad criminal de la dictadura y el jolgorio de multitudes debidamente manipuladas por paladines de la causa nacional como Gómez Fuentes y Bernardo Neustadt.

Repito, en la mítica Vuelta de Obligado fuimos derrotados en toda la línea. El número de muertos de un lado y del otro no deja lugar a dudas. Cerca de trescientos criollos contra una veintena de ingleses y franceses. En cualquier academia del mundo, con esas cifras sólo hay lugar para una conclusión. ¿Lucharon con heroísmo los soldados de Mansilla? Por supuesto que lo hicieron, un coraje no muy diferente al de los ingleses y franceses experimentados en las guerras. No, no hubo victoria militar en la Vuelta de Obligado; en todo caso, y atendiendo a lo que luego sería una añeja tradición criolla, podríamos considerarnos, con suerte y viento a favor, campeones morales.

¿A Rosas le asistía la razón para impedir que avanzaran por el río las naves extranjeras? Su causa, bueno es recordarlo, fue la causa de la provincia de Buenos Aires, que controlaba las rentas de la Aduana y bloqueaba la libre navegación de los ríos. La supuesta defensa nacional del Restaurador de las Leyes no pudo ser tal, por la sencilla razón de que, en esos años, lo que luego se conocerá como la Nación argentina, aún no existía.

La causa de Rosas no dejaba de ser paradójica; por un lado era justa, porque le asistía el derecho a no dejar pasar a las naves extranjeras; pero por el otro, las provincias en nombre de las cuales se ejercía esa soberanía, deseaban ansiosas la llegada de esas naves para comerciar a precios accesibles.

El conflicto del Río de la Plata ocurrido en 1845 merece estudiarse en todas sus contradicciones, pero una cosa es analizar la política de las cañoneras de las grandes potencias, los conflictos comerciales en la región que inician Buenos Aires y la alianza de la Mesopotamia, Paraguay y Brasil; y otra, muy diferente, es la actitud de historiadores que un siglo y medio después pretenden transformar a Rosas en una suerte de Primo de Rivera o Fidel Castro, algo desopilante para Rosas, obligado a enfrentar contradicciones mucho más simples y por supuesto menos heroicas, sobre todo en un hombre que por personalidad era ajeno a los arrebatos románticos y los emprendimientos temerarios.

El conflicto de Juan Manuel con Francia e Inglaterra fue real, y hay que admitir que el hombre lo supo manejar con mano maestra. En los años de expansión del colonialismo, las diferencias comerciales y diplomáticas se resolvían con bloqueos y la presión de las cañoneras, pero más temprano que tarde llegan los entendimientos. Un viejo zorro como Rosas conocía estas reglas como la palma de su mano. Sabía que con una dosis de acciones firmes y negociaciones por debajo de la mesa, los acuerdos con las potencias extranjeras se resolverían. Mucho más complicado era el frente de tormenta abierto en la Banda Oriental que amenazaban extenderse hacia las provincias del litoral.

Rosas no ignoraba ese peligro que, finalmente, será el que terminará por derrotarlo. Porque bueno es recordarlo, a Juan Manuel lo derrotó una coalición del Litoral, y su derrota fue, al mismo tiempo, la derrota de Buenos Aires, no muy diferente de la derrota que había sufrido treinta años antes con los caudillos del Litoral; o la otra derrota, que ocurrirá en 1880 frente a las tropas nacionales de Julio A. Roca.

Sólo la mentalidad mitológica puede pretender transformar a un estanciero multimillonario, conservador y amigo obsesivo del orden establecido en una suerte de líder tercermundista, título que Rosas, ese amancebado súbdito de los ingleses, hubiera rechazado escandalizado.

A quienes se resisten a admitir este punto de vista, les recuerdo que Rosas no se exilió en la embajada británica porque no tenía otro lugar donde ir, como tampoco decidió subirse a un barco inglés vestido de coqueto marinerito porque no había otro barco a mano. Tampoco fue casualidad que en Inglaterra lo recibieran con una salva de cañones (fui varias veces a Inglaterra en tren de amistad y nunca me pasó algo parecido), iniciativas que tomaron no porque no sabían qué hacer con las balas sino en agradecimiento al hombre que, más allá de algunos desencuentros, siempre había sido un leal servidor de la Corona y un conservador de tiempo completo, capaz de reclamar la dictadura temporal del Papa en Europa a la menor señal de desorden.

De todos modos, insisto que el problema no son los hechos históricos, sino los epígonos que fabulan mitos de un pasado inexistente por la sencilla razón que sus protagonistas obedecían a otras creencias y otros intereses. El afán de estetizar la historia y sembrarla de mitos es una reconocida afición de los fascistas de todo pelaje.

Curioso destino el de nuestros revisionistas, siempre dispuestos a fundar fortines nativistas. Dicen amar a la patria, pero manifiestan una morbosa obsesión por adherir a nuestras derrotas y rechazar nuestras victorias.

A la Revolución de Mayo, la aceptan a regañadientes porque desconfían de las ideas de la Ilustración; a la declaración de la Independencia, la ignoran porque para ellos la verdadera independencia se forjó en Uruguay. Nuevos contingentes nacionalistas consideran que se ganó moralmente la Batalla de Las Malvinas y están convencidos de que en ese puñado insignificante de kilómetros cuadrados se juega la soberanía de una Nación de dos millones de kilómetros cuadrados.

Por el contrario, nuestras grandes victorias militares los dejan indiferentes, y no es raro que los coloquen en la vereda de enfrente. Las campañas de San Martín no son argentinas sino latinoamericanas, excelente gambito para despojarnos de nuestras genuinas glorias criollas. Por último, la gran Guerra de la Triple Alianza, la victoria militar contra un dictador megalómano y genocida de su propio pueblo, es considerada por ellos como una canallada. Notable. La única gran guerra ganada por la Argentina, una guerra apoyada por los principales gobiernos de la Nación en ciernes, un campo de batalla en el que participaron Dominguito Sarmiento, el hijo de Paz, Mansilla, Alem, Roca, Aristóbulo del Valle; y donde pelearon y murieron hombres valientes, para los revisionistas es una vergüenza nacional.

Hace años que trato de entender cómo funciona la cabeza de un nacionalista criollo, y hasta el momento he fracasado por completo. Por ahora, cada vez que el tema sale a debate me limito a repetir un principio básico sacado de la universidad de la calle: “La Guerra del Paraguay fue complicada, cara y corrió mucha sangre. De todos modos, la Argentina que conocemos, forjó su identidad nacional a lo largo de esa guerra. Además, muchachos, yo, en estos temas, y en mi condición de hijo, nieto y bisnieto de argentinos, me manejo con un principio que me enseñaron mis abuelos cuando era chico: si la Argentina está en guerra, yo tengo el deber de estar del lado de la Argentina. ¿Ustedes, de qué lado están?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *