Cristóbal Colón y Juana Azurduy

Supongo que no es necesario elaborar demasiados argumentos para admitir que en la Argentina hay problemas más serios que determinar dónde deben estar ubicados los monumentos de Cristóbal Colón y Juana Azurduy. Pero ante este planteo podemos decir que lo que se sabe es que Cristóbal Colón descubrió América y que a través de ese acto, que no fue tan accidental como dicen algunos, se inició la conquista y la colonización del continente por parte de Europa. También se sabe que tres siglos después Juana Azurduy luchó con las armas en la mano contra los realistas.

Cristóbal Colón es un personaje que no necesita demasiadas presentaciones porque su nombre está instalado en la memoria de todos los americanos. Desde Canadá a la Argentina hay ciudades, pueblos, regiones y países que recuerdan su nombre. En Santa Fe, sin ir más lejos, un popular club lleva su nombre.

Para el Centenario, una gentileza de Italia permitió que su monumento se levantara detrás de la Casa Rosada. Fue una decisión simbólica y política. Por entonces a nadie se le hubiera ocurrido pensar que rendirle honores al almirante significaba hacerse cómplice de un genocidio.

De Juana Azurduy conocemos menos. Bartolomé Mitre la menciona en su historia. Sabemos que gracias a las sugerencias de Manuel Belgrano, el Director Supremo Martín de Pueyrredón la nombró teniente coronel, y fue la primera mujer, y tal vez la última, distinguida con un honor militar. Murió en 1862 pobre y olvidada. Alguna vez Bolívar admitió que en vez del nombre de Bolivia impuesto en su homenaje debería haber evocado el de Azurduy. Bolívar era un hombre vanidoso, pero tenía grandeza y era capaz de distinguir lo que valía. Por lo menos con Juana Azurduy lo hizo.

En los años ’60 y ’70 una canción escrita por Félix Luna y cantada por Mercedes Sosa la hizo definitivamente famosa entre jóvenes y militantes de aquellos años. «Juana Azurduy, empuñá tu fusil, que la revolución viene oliendo a jazmín», decía en una de sus estrofas. No es un dato menor que sea una canción la que cimentase la gloria de una protagonista del pasado. Alguna vez un político norteamericano le dijo a un grupo de legisladores: «Déjenme manejar las canciones populares y les concedo a ustedes la redacción de todas las leyes y veremos quién tiene más influencia». No exageraba ni se equivocaba.

En ese contexto, la vida de Colón parece más pobre, menos heroica y, por supuesto, más expuesta a las impugnaciones. Sin embargo, el descubrimiento de América fue una proeza histórica que estuvo acompañada por gestos de coraje. Lo sucedido en 1492 puede calificarse o como un encuentro, un proceso de conquista, un genocidio o lo que se quiera, pero lo que no se puede soslayar es el hecho mismo. Es decir, el descubrimiento de un nuevo continente, circunstancia que cambió el curso de la historia.

El nombre de Cristóbal Colón es en este sentido paradigmático. Su grandeza estuvo en sintonía con su tiempo. Pretender exigirle que fuera algo así como un Che Guevara es un disparate y una aberración histórica. Acusarlo de genocida es una injusticia; pero en primer lugar, un acto de ignorancia. «Genocidio» es un concepto del siglo XX que cierta izquierda y ciertos populismos han manipulado y manoseado hasta el cansancio, en algunos casos por intereses inconfesables, y muchas veces sin saber exactamente el significado del concepto.

Según la peregrina imagen de nuestros indigenistas criollos, Colón nunca debería haber salido de Puerto de Palos. Lamento decirles que lo hizo y que si no lo hubiera hecho él lo hubiesen hecho otros. Para el siglo XV, la expansión del capitalismo, los viajes y exploraciones eran un dato avasallante de la realidad. Las expediciones, la búsqueda de riquezas, la disponibilidad de naves y armas no eran testimonios del medioevo sino del Renacimiento.

La conquista y colonización europea es una historia de luces y sombras que como tal debe ser tratada. También posee luces y sombras la historia de los pueblos precolombinos. ¿Por qué fueron conquistados y sometidos? La misma pregunta seguramente se hicieron los galos, los sumerios, los hititas, los celtas, los íberos y las tribus germánicas, porque nos guste o no, la historia de la humanidad ha sido una historia de conquistas, desplazamientos de pueblos, ocupaciones y mezclas. Alentar el mito de que en estas tierras existía un mundo feliz, de hombres y mujeres viviendo en una suerte de paraíso terrenal es una mentira, un acto de barbarie cultural y una grosera manipulación histórica y política.

Los caprichos y licencias de las modas históricas no dejan de ser curiosas. La leyenda negra de la conquista española, la misma que ahora parecen alentar nuestros populistas e indigenistas, fue en su momento inspirada por el liberalismo de origen anglosajón. Fue la diplomacia británica, en su afán por desplazar a España de estas tierras, la que enfatizó el costado oscuro de la conquista.

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