Florencio Varela fue asesinado por Andrés Cabrera el 20 de marzo de 1848 a las siete y media de la tarde. El crimen se produjo en la ciudad de Montevideo. Según las rigurosas investigaciones de José Mármol, Varela fue apuñalado en el pecho y en el cuello cuando estaba a punto de ingresar en su domicilio de calle Misiones. Malherido se arrastró hasta la casa del zapatero Pedro Charbonier quien intentó asistirlo. Los gritos de los vecinos atrajeron al socio y colaborador en el diario “El Comercio del Plata”, Juan N. Madero. Los esfuerzos de Madero y Charbonier para contener la hemorragia fueron vanos. Varela, la pluma y la inteligencia más lúcida de la oposición rosista, murió a los pocos minutos. El informe sobre su deceso lo hizo el doctor Julián Fernández. Los más distinguidos miembros de la logia masónica “Los caballeros liberales”, estuvieron presentes en el cementerio. Allí hicieron uso de la palabra Luis L. Domínguez y Francisco Acevedo de Figueroa. Entre los presentes se destacaban Valentín Alsina, Alvarez Thomas, Salvador María del Carril, Martiniano Chilavert, Tomás de Iriarte y José Mármol.
El crimen fue atribuido a Rosas o a Oribe. Sin embargo, más de un historiador duda al respecto. Las disidencias internas entre los exiliados argentinos y la fracción riverista eran feroces y hay motivos para pensar que la orden de la ejecución haya provenido de ese sector. Varela alentaba el enfrentamiento hasta las últimas consecuencias contra el rosismo y las tropas sitiadoras de Oribe, mientras que los seguidores de Rivera intentaban arribar a un acuerdo con Oribe. También llegó a hablarse de un lío de polleras, hipótesis que hoy está descartada.
Lo cierto es que Varela murió antes de cumplir los 42 años. De lo que no caben dudas es que el rosismo festejó su muerte. Sin ir más lejos, el 7 de marzo de ese año -dos semanas antes de su ejecución- su efigie fue simbólicamente fusilada en el campamento de Oribe. Por su parte, el general oriental Arturo Días, dio a conocer una carta de Rosas donde prometía asesinar a Varela. La carta fue desmentida por los historiadores revisionistas. El argumento más fuerte a favor de Rosas es que el Restaurador nunca amenazaba de muerte. Ordenaba matar y a otra cosa.
A la hora de las investigaciones, se tuvo en cuenta que el 13 de marzo, una semana antes del crimen, Varela recibió una nota firmada por “El vizcaíno”, en la que éste amenazaba con ejecutarlo en un plazo no mayor a los ocho días si no se retractaba de sus opiniones. El autor del crimen, Andrés Cabrera era canario, pero analfabeto. ¿Quién escribió la carta? No hay respuestas. Lo que se dice es que Cabrera, después de haber cumplido con su faena, huyó hacia Buceo donde estaban acampadas las tropas de Oribe. También se asegura que Oribe premió su hazaña con una chacra y cinco mil pesos fuertes.
Ninguno de estos datos pudieron probarse cuando en 1851 Cabrera fue detenido. Las investigaciones auspiciadas por la familia de Varela no arribaron a ninguna conclusión importante. De Cabrera se dice que pocos meses después de haber sido liberado de culpa y cargo, fue asesinado en una riña por un oficial del ejército. ¿Casualidad o venganza? No se sabe. Tampoco se sabe nada de Esteban Arbelo, el hombre que estaba con Cabrera la noche del crimen.
La muerte de Varela produjo repudios y condenas, pero convengamos que desde hacía tiempo el clima de violencia era el dominante en Montevideo. Varela era el líder más duro de la oposición y sus columnas en su diario “El Comercio del Plata” eran tan festejadas como odiadas. Ese mes de marzo desembarcaban en Montevideo los representantes de Francia e Inglaterra, Roberto Gore y Jean Baptiste Louis Gros. ¿Motivo de la visita?: conspirar contra Rosas. Varela era el nervio y el alma de esa conspiración.
En realidad, esa era la tarea que se había asignado desde hacía por lo menos diez años. En 1838, Florencio fue uno de los integrantes de la célebre Comisión Argentina que alentó la invasión de Lavalle con la complicidad de la diplomacia francesa. Ese “barco” lo compartió con Alsina y Alberdi. Años después Alberdi se habría de autocriticar por lo que calificó como devaneos juveniles contra su propia patria. Varela nunca lo hizo o el destino no le dio tiempo para hacerlo.
En esos años murió su hermano del alma, Juan Cruz, a quien reconoció como su verdadero maestro. En 1841 Lavalle fue derrotado en Quebracho Herrado y en el campo de batalla ejecutaron a su otro hermano, Rufino. Por su lado, Jacobo Varela decidirá después de la caída de Rosas quedarse en Uruguay. Su hijo, José Pedro Varela será uno de los reformadores de la educación uruguaya.
En agosto de 1843, Florencio viajó a Europa con el objetivo manifiesto de convencer a la diplomacia francesa e inglesa acerca de su intervención en el Río de la Plata. En Londres se entrevistó con Aberdeen y Canning y en París lo hizo con las principales espadas de la política francesa: Guizot, Chateuabriand y Thiers. Su principal argumento contra Rosas fueron las célebres y controvertidas “Tablas de sangre”, recién publicadas por Rivera Indarte y que dan cuenta de las supuestas atrocidades cometidas por el “tirano” contra los disidentes. Curiosamente, ni los ingleses ni los franceses hicieron caso de sus ofertas intervencionistas. Las diplomacias coloniales eran muy celosas de su independencia: las políticas de intervención las decidían ellos con prescindencia de los buenos oficios de los colonizados.
En ese mismo viaje, Varela se reunió con San Martín en su casa de Grand Bourg. Se dice que San Martín recibía a todo el mundo, pero no era tan así. Sus visitantes en esos años fueron, además de Varela, Alberdi y Sarmiento. Desde esa perspectiva, el Libertador parecía privilegiar su relación con los unitarios, aunque para esa misma época redactaba su testamento donde donaba el sable a Juan Manuel de Rosas y se ofrecía para luchar en contra de la intervención extranjera, ofrecimiento que Rosas tuvo la astucia de desestimar.
A su regreso de Europa, Varela siguió combatiendo contra el rosismo. Lo hizo fundamentalmente con la pluma y la palabra. Como buen “salvaje unitario” apoyó la excursión de la flota anglo francesa a la Confederación en 1845 y sostuvo por escrito que la única provincia que se oponía a la libre navegación de los ríos era la de Buenos Aires, es decir, la provincia sometida por el dictador.
Digamos que hasta su muerte Varela no faltó a ninguna de las citas del antirosismo más beligerante. A mediados de los años cuarenta promovió su iniciativa más audaz: la constitución de una nueva Nación llamada tentativamente “Mesopotamia”, e integrada por las provincias de Entre Ríos y Corrientes. El proyecto fracasó, pero lo que Varela, más allá de sus obsesiones conspirativas, registró con singular lucidez, es que el flanco débil de Rosas eran esas provincias. Varela es el primer opositor que observa que la única personalidad política capaz de derrotar a Rosas, es Urquiza. Detecta ese dato antes incluso de que Urquiza fuera plenamente conciente de su nuevo rol histórico.
Sin duda que las estrategias políticas de Varela son polémicas. Es verdad que en aquellos años tanto federales como unitarios recurrían a las intrigas con las potencias coloniales. Es lo que hizo Rosas contra Lavalle y es lo que hizo Lavalle contra Rosas. De todos modos, también es verdad que dirigentes antirosistas como Paz y Alberdi -por mencionar a los más famosos- advirtieron acerca de los riesgos de aliarse al extranjero.
No sabemos qué hubiera pasado si Varela hubiera vivido más años, si la muerte no hubiese interrumpido su itinerario político. Era inteligente, audaz y creativo. Sarmiento y Ramos Mejías lo admiraron. Siempre le gustó presentarse como poeta, pero sus escritos periodísticos, sus investigaciones eran superiores a su poesía. Nació en Buenos Aires el 23 de febrero de 1807. Estudió en en Colegio Nacional y se doctoró en Jurisprudencia siendo muy joven. Estuvo con Lavalle y fue uno de los que auspició el fusilamiento de Dorrego, aunque la carta más comprometida, la que recomendaba a Lavalle fusilar a Dorrego y luego quemar el escrito -“cartas como estas no se guardan”- fue redactada por su hermano Juan Cruz.
En Montevideo se casó con Justa Cané, hermana de Miguel. Fue el gran amor de su vida y la madre de sus trece hijos. Después de Caseros, sus restos fueron trasladados a la Recoleta. Allí lo despidieron sus amigos del alma: Valentín Alsina y José Mármol.