Aldo Tessio

Don Aldo Tessio marchó al silencio un día de enero del 2001. Sus amigos, sus correligionarios, su hija y sus nietos lo velaron hasta el alba en el comité del partido radical al que le entregó sin reservas el don de su inteligencia y la calidez de su corazón. La ciudad se vistió con los colores del luto para despedir a uno de sus grandes gobernadores. En el cementerio hablaron sus amigos. El último orador fue Raúl Ricardo Alfonsín. Gestos nobles, palabras nobles para un hombre noble. Despedida austera y sobria para un político austero y sobrio. Palabras de gesta para quien hizo de su militancia una áspera y amorosa canción de gesta.

Mi memoria de Tessio se confunde con la memoria de mis mayores. Mi padre y los amigos de mi padre lo nombraban con respeto. Después fue el ex gobernador derrocado por un Golpe de Estado reaccionario. Cuando los militares armados con bastones largos entraron a la universidad una noche triste y desgarrada, él presentó la renuncia a la cátedra. Por supuesto no fue el único. Tres mil docentes universitarios dejaron sus cátedras, que fueron ocupadas por hombres solemnes e ignorantes.

Cuando en aquellas vibrantes jornadas de lucha de los años 69 y 70 los estudiantes salíamos a la calle a manifestar nuestra condena a la dictadura, cada uno de nosotros sabía que si iba a dar con sus huesos a la cárcel debía invocar los nombres de Aldo Tessio, Ricardo Molinas y Alfredo Nogueras. Entonces sabíamos que si ellos llegaban ya no teníamos por qué temer.

Después vinieron tiempos difíciles. La Argentina es así. Creemos que descendimos al fondo del infierno y siempre descubrimos que hay más escalones. Una mañana, casi sobre el filo del mediodía con Alberto Tur y Pedro Molina lo fuimos a visitar al estudio. Era a fines de 1979 o principios de 1980. Hacía calor, mucho calor. Nos recibió con ese señorío criollo de los hombres de antes. Le dijimos que estábamos organizando en Santa Fe la APDH (Asamblea Permanente por los Derechos Humanos) y que queríamos su apoyo. Lo dio en el acto.

Recuerdo como si fuera hoy lo que nos dijo entonces con su vozarrón enérgico y radical: “Estos militares van a terminar presos por traidores a la patria”. Nos pareció que exageraba. La dictadura gozaba de muy buena salud. Los militares hablaban de quedarse hasta fin de siglo. El general Galtieri, en un arrebato de sospechosa sobriedad, afirmaba que las urnas estaban bien guardadas. Los rumores sobre centros de detención clandestina y vuelos de la muerte empezaban a conocerse. ¡Y Tessio prometía juicios!

Nos pareció exagerado en serio. No le dijimos nada, pero pensamos que los políticos a veces dicen palabras ruidosas para expresar buenos deseos y nada más. Ahora, con el diario del lunes en la mano, como se dice en estos casos, lo que entonces nos pareció una exageración se revela como palabras proféticas o, tal vez, la evaluación realista, objetiva del desarrollo previsible de los acontecimientos.

Cinco años después de habernos reunido con él, los jefes militares eran juzgados en el juicio más trascendente en materia de derechos humanos. Los políticos, los grandes políticos tienen esas cosas. La profecía y el realismo se confunden en una exclusiva convicción. No exageran, tampoco se dejan dominar por los sentimientos, sencillamente ven más lejos, y ven con más claridad, tal vez porque sus ojos están mejor preparados, tal vez porque su inteligencia es más filosa, tal vez porque su corazón es más grande.

Tengo la costumbre de mirar archivos. Me gusta hacerlo. Miro un ejemplar de El Litoral de la década del treinta . Actos radicales reclamando elecciones libres, denunciando el fraude del régimen conservador. En esas tribunas improvisadas, amenazadas por la violencia de matones contratados o de policías bravas, se subía Aldo Tessio para repetir con creativa monotonía su credo laico a favor de la democracia.

Tessio se forjó en esas luchas, en tiempos en los que ser radical el único privilegio que otorgaba era el del calabozo. En eso años aprendió a caminar los caminos de la provincia, los polvorientos y a veces fangosos caminos de la provincia. Allí adquirió un conocimiento que no se aprende en los colegios y en los libros porque son verdades de la vida.

Santa Fe fue su escenario, pero no fue un político lugareño.

Su territorio físico pudo haber sido Santa Fe, pero su territorio intelectual fue el mundo y, sobre todo, las causas justas que se jugaban en un mundo que entonces parecía arder por los cuatro costados. Cuando en España los aviones negros volaban en picada por el cielo de Madrid para matar niños, él estuvo del lado de la República Española y defendió a la ciudad de Galdós y Baroja, que pudo finalmente caer asediada por los perros y las bestias. Y cuando las camisas pardas se paseaban por Europa y los campos de concentración y exterminio se abrían con sus hornos y sus fosas comunes para exterminar a la humanidad, él organizó en Esperanza a los alemanes antifascistas para demostrarle al mundo que había otra Alemania, más justa y más noble.

Conocí su casa en Santo Tomé y conocí su biblioteca. Guardo en mi casa dos tomos de las memorias de Churchill. No hace mucho los estuve hojeando. El pertenecía a esa generación y ese era su linaje. “No nos rendiremos jamás”, decía Churchill cuando todos se rendían en Europa. “La dictadura tiene los días contados”, decía Tessio cuando todos creíamos que había llegado para no irse más.

Los que lo conocieron dicen que en sus momentos de soledad, tal vez de tristeza o de cansancio, sedaba sus nervios tocando el violín. Perdón por mi memoria histórica. También se dice que en plena guerra civil un Trotsky agotado por los trajines militares escribía críticas de arte. Según cuenta Maicovoski, Lenín calmaba su ansiedad jugando al ajedrez. Clementine, la mujer de Churchill, asegura que su marido en las horas más difíciles, en las horas que Londres ardía bombardeado por los aviones de la Luftwafe, serenaba sus nervios pintando. Una reciente biografía recuerda que cuando los rigores de la cárcel eran más duros, Mandela escribía poemas. A los grandes hombres se los conoce por sus obras, por sus actos, pero también por la calidad de sus distracciones.

Su biografía política estaría incompleta si no rescatáramos sus simpatías con el pensamiento de izquierda. Como los grandes liberales de su tiempo, Tessio estaba convencido de que en la izquierda había una verdad que merecía ser defendida. Nunca fue comunista ni hubiera sabido como serlo, pero los comunistas fueron sus grandes amigos y con ellos se comprometió cuantas veces se lo exigió su conciencia.

La vida de un hombre, de cualquier hombre, está tallada con la madera que forjan los logros y frustraciones, las victorias y las derrotas, los dolores y las alegrías. Todo hombre teje su destino y Tessio tejió el suyo. Del joven radical que se trepaba a la tribunas para condenar el golpe de Uriburu, al estudiante que defendía la República Española; del amigo de poetas y pintores, al liberal que leía a Churchill y Benedetto Croce; hay un itinerario, una trama, tal vez un laberinto que, al decir de Borges, cuando se clausura deja dibujadas en el espejo las líneas de nuestro propio rostro.

Allí está el rostro de don Aldo, ese rostro que Fernández Navarro supo captar con sobria maestría. Los labios levente sensuales que a veces se distendían en una sonrisa o se replegaban en un gesto severo. Allí están los ojos en los que con frecuencia una sonrisa juguetona parecía instalarse, mientras la expresión simulaba ser seria, circunspecta. Después, para quienes lo conocimos, está su voz y cada uno de sus pequeños e intransferibles y definitivos gestos. Es a ese hombre, a ese político, a quien hoy se le ha rendido un homenaje que, como todo homenaje público, es inevitablemente formal porque en definitiva el homenaje que importa, el que vale, es el que cada uno de nosotros le hará en la intimidad de su corazón. Como diría Ingmar Bergmann, honrar a un hombre es como celebrar una misa: el verdadero misterio nunca se alcanza, pero nunca debemos renunciar a alcanzarlo.

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