La Reforma Universitaria

Los noventa años de la reforma universitaria deberían ser un excelente pretexto para pensar la universidad hoy. Toda historia es siempre historia contemporánea, decía Benedetto Croce. Indagamos lo que sucedió en 1918 porque estamos interesados en saber lo que corresponde hacer en el 2008.

En 1918 los grupos clericales oían hablar de la reforma y se persignaban. Noventa años después he conocido a reformistas que cuando le mencionan las jornadas del 18 se ponen melancólicos y lloran. Ni la señal de la cruz ni las lágrimas sirven en estos casos. No fueron útiles en 1918. No tienen por que serlo ahora.

En 1918 los estudiantes se revelaron contra el despotismo y la mediocridad. También contra el privilegio y la ignorancia.   Impugnaron los dogmas y reivindicaron la inteligencia. Al becerro de oro de la idolatría opusieron el rigor de la ciencia. No tenían nada personal contra Santo Tomás, pero querían leer a Darwin y a Einstein. También a Marx y a Nietzsche.

La rebelión estudiantil instaló la política en las casa de estudios: la política como virtud pública, como afán de justicia, como acción creadora y lúcida. En el movimiento reformista militaron socialistas, radicales, demócratas, libertarios. La historia los presentó como un puñado de jóvenes idealistas que marchaban cara al sol entonando las estrofas de la Marsellesa. Es verdad, pero no es toda la verdad. También se comportaron como políticos sagaces, que sabían lo que querían y no se privaban de discutir con mucha dureza entre ellos.

La rebelión en Córdoba estalló por muchas razones y se propuso diversos objetivos. Fue una rebelión, pero fue algo más que una rebelión. Fundó instituciones. Y creó un protagonista: el estudiante reformista. Ninguna otra rebelión estudiantil en el siglo veinte hizo algo parecido.

La universidad de la »Corda frates» era una isla. La universidad de la reforma se propuso abrirse a la sociedad, a América latina, al mundo. Para ello su primera exigencia fue la calidad académica. Los reformistas de 1918 renegaron de la universidad que entrega títulos y reivindicaron la universidad que investiga, que estudia, que elige a sus profesores no por su linaje o su patrimonio sino por su inteligencia y su saber. Una vez más importa decir que la reforma universitaria se hizo para estudiar más y mejor. A los profesores se los impugnaba por conservadores, pero por sobre todas las cosas se los impugnaba por ignorantes y mediocres.

La primera exigencia de los dirigentes estudiantiles de entonces era con ellos mismos. Ortega y Gasset dijo de Deodoro Roca que era la inteligencia más destacada de la Argentina. Enrique Barros estuvo entre los candidatos al Premio Nobel de Medicina. Méritos parecidos reunían   Gregorio Bermann, Julio V. González, Saúl Taborda o Raúl Orgaz.

Noventa años después hay muchas asignaturas pendientes. En los informes de la UNESCO la primera universidad argentina que se menciona está en el puesto 800. Mi universidad, la UNL, en el 2074. ¿Qué puede decir la reforma de 1918 de esta realidad?

Si en 1918 el oscurantismo clerical y el reaccionarismo político había transformado a las universidades en un anacronismo, ¿qué podemos decir en el 2008 de las universidades actuales que, más allá de los esfuerzos de docentes y directivos, están muy lejos de cumplir con los sus propios objetivos y están muy lejos de satisfacer las necesidades de la nación?

Los jóvenes de 1918 fueron contemporáneos. Sus lecturas, sus deseos, trataban de expresar las ideas más avanzadas de su tiempo. En el 2008 también tenemos la obligación de ser contemporáneos. El folklore es un lujo que no nos podemos permitir. Honrar a la reforma universitaria incluye el esfuerzo por actualizarla. »Despojarse de toda veneración supersticiosa del pasado» dijo Deodoro Roca. »Hay que desvincularse del pasado, vivir el presente y entregarse al  porvenir» escribió Julio V. González. De eso se trata. Nada más y nada menos.

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