Jordán Bruno Genta fue asesinado por un comando del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) 22 de Agosto, el 2 de octubre de 1974. El crimen se perpetró un domingo a la mañana, cuando este filósofo y católico integrista iba a misa acompañado por su familia, compañía que no inhibió a los asesinos para acribillarlo a balazos. Según las crónicas, once disparos a quemarropa en plena calle y a la luz del día.
El posterior comunicado de esta fracción del ERP fundado por Santucho, señalaba que Genta fue ajusticiado por ser un ideólogo de las fuerzas armadas y el teórico de la guerra contrarrevolucionaria, dos acusaciones seguramente verdaderas, aunque habría que preguntarse si estas supuestas faltas habilitan para asesinar a un hombre. Para el ERP y para las organizaciones armadas de aquellos años, esta pregunta admitía una exclusiva respuesta: los enemigos del pueblo debían ser asesinados en nombre de una justicia popular que, por supuesto, ellos encarnaban y ponían en práctica. Cuarenta años después, esta respuesta merece la condena más categórica: nadie puede atribuirse la decisión de matar; y los derechos humanos también valían para Genta.
Sin duda que Genta era un personaje controvertido -para usar una expresión deliberadamente delicada- y su biografía pública está plagada de polémicas acerca de un hombre que no vacilaba en calificar a la democracia como la antesala del comunismo, considerar que la verdadera soberanía no era la popular sino la divina, acusar a los judíos de ser los asesinos de Jesús, sostener que las dos calamidades de la Argentina en el siglo veinte fueron Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón, no disimular sus simpatías por Benito Mussolini, sostener que el comunismo y el liberalismo eran los dos flagelos de la humanidad y considerar que la sociedad ideal fue la que existió en el medioevo con reyes absolutos, papas infalibles, aristócratas piadosos gobernando a vasallos y ciervos mansos, resignados y, sobre todo, respetuosos de las jerarquías establecidas que, por definición, son naturales.
Giordano Bruno Genta nació en Buenos Aires en 1909 en el seno de una familia cuyo padre era anarquista y anticlerical, motivo por el cual anotó a su hijo -no lo bautizó- con el nombre de Giordano Bruno, un homenaje a la víctima de la intolerancia religiosa. Giordano -en realidad él siempre iba a decir que su verdadero nombre era Jordán- durante las tres primeras décadas de su vida honró los deseos del padre, iniciándose a la vida pública con un definido perfil de izquierda, identidad que inició en el Colegio Nacional Moreno -su celador de aquellos años fue Arturo Frondizi- y continuó en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
Según las crónicas biográficas, en 1934 se casó “por civil” con María Lilia Losada, pero poco tiempo después un diagnóstico de tuberculosis lo obligó a instalarse con su esposa en las sierras de Córdoba, oportunidad en que comenzó con sus lecturas sistemáticas de Platón, Aristóteles, Santo Tomás, San Agustín, Maritain y Bergson. Ignoramos si fue en Bialet Massé o en La Calera donde se produjo su conversión religiosa, pero lo cierto es que cuando se instaló con su familia en Paraná para hacerse cargo de su cátedra -ganada por concurso- en el Instituto Nacional de Profesorado, ya era un católico practicante gracias a las influencias reconocidas de sus maestros intelectuales: Cariolano Alberini y, en Paraná, Juan Ramón Álvarez Prado, profesor del seminario diocesano quien además de anunciarle la existencia de Dios, le reveló la existencia del único líder político que reconoció en la Argentina: Juan Manuel de Rosas.
En 1940, se bautizó y se casó de acuerdo con los ritos establecidos por la Iglesia Católica. Los santafesinos lo vamos a conocer en 1943, cuando el gobierno militar que llegó al poder el 4 de junio lo designó interventor de la Universidad Nacional del Litoral, cargo que desempeñó con fe de cruzado, como lo demuestran algunas cifras: la mitad de los docentes cesanteados, entre los que merecen mencionarse -entre otros- a José Babini y Aldo Mieli.
Genta consideraba que la universidad estaba copada por comunistas, masones, liberales y reformistas decididos a alejar el saber de Dios y transformar a las casas de estudios en un verdadero infierno. Su militancia integrista produjo las reacciones previsibles de estudiantes y profesores, quienes protagonizaron masivas movilizaciones contra el hombre que consideraba que una de las tareas de investigación de las facultades de ciencias era establecer la distancia real que existe entre la Tierra y el reino celestial.
A mediados de 1944, debió dejar su cargo de interventor en la UNL, pero continuó con su militancia ultramontana en Buenos Aires, aunque ya para entonces sus diferencias con un Perón a quien no vacilaba de calificar como un crápula, eran tan manifiestas que, finalmente, fue cesanteado por sus disidencias con la decisión del gobierno militar de declarar la guerra al Eje y, posteriormente, la decisión de iniciar relaciones diplomáticas con Israel.
Para los amigos de las calificaciones simplistas, habría que señalar que la oposición de Genta a los judíos no era racial sino religiosa, observación pertinente para señalar su rechazo al nazismo a quien no le perdonaba su perfil racista y su identidad pagana. En ese punto, Genta fue un compañero de causa de Hugo Wast e Ignacio de Anzoátegui, dos representantes arquetípicos de ese nacionalismo católico que, por comodidad, podríamos calificar de extrema derecha.
Durante los años del peronismo, Genta se dedicó a dar clases en sus célebres seminarios organizados en su casa y que contaban con la asistencia de sus seguidores, muchos de ellos militares, entre otras cosas porque él consideraba que en situaciones de crisis y vaciamiento moral la única institución jerárquica, disciplinada y honorable es la de las fuerzas armadas, un principio que habrá de sostener hasta el fin de sus días y fue tal vez, la causa de su ejecución.
Por supuesto, apoyó el golpe de Estado de 1955 perpetrado bajo la consigna “Cristo vence”, aunque pronto manifestó sus disidencias con el liberalismo y la izquierda que, según él, habían copado la Revolución Libertadora. Su beligerancia religiosa y sus ideas políticas originaron adhesiones, pero también previsibles rechazos que lo excluyeron del ámbito académico, motivo por el cual continuó con sus seminarios caseros y la publicación de libros y folletos que hoy se pueden encontrar azarosamente en alguna que otra librería de usados.
Las cesantías y marginalidad a las que se vio sometido, en lugar de obligarlo a reflexionar acerca de su posiciones, no hicieron otra cosa que fortalecer su integrismo, su convicción de que la soledad era una prueba que le ponía Dios para dar su testimonio. Genta estaba persuadido de que más importante que ser popular era ser verdadero y que la marginalidad que padecía era una prueba de que estaba en lo cierto, ya que su único juez no era de este mundo.
A su favor, puede decirse que creía apasionadamente en lo que decía y hacía, y que su testimonio político y religiosos era sostenido con una conducta acorde con los valores que practicaba, motivo por el cual supo ganarse seguidores que hasta el día de hoy ponderan sus virtudes, ponderación que incluye por parte de algunos religiosos la solicitud de ser considerado mártir, ya que a su manera murió abrazado a la cruz, e incluso existen algunas solicitudes de canonización, pedido que seguramente la iglesia católica no tendrá en cuenta.
Se puede estar en las antípodas del pensamiento de Genta -yo personalmente lo estoy- pero bajo ningún punto de vista se puede avalar el crimen que -dicho sea de paso y como un testimonio de los tiempos que se vivían- incluyó con pocos meses de diferencia a dos católicos practicantes “conservadores” como Carlos Alberto Sacheri y Raúl Alberto Amelong, ambos asesinados como Genta, en la vía pública y delante de sus familiares; y en el caso de Sacheri, a la salida de misa.