La batalla de Maipú

El genio político de San Martín se probó en Perú; a su genio militar lo demostró en la batalla de Maipú. San Martín pensó la batalla con la precisión de un jugador de ajedrez. Después, su inspiración hizo el resto. Sus enemigos, que los tenía en todos lados y eran implacables dijeron que se presentó borracho al campo de batalla. Un historiador chileno los refutó con una ironía: «íImbéciles! Estaba borracho de gloria».

El combate se libró el 5 de abril de 1818, pero la victoria de los patriotas se resolvió antes de que se disparase el primer tiro. San Martín no era fanfarrón; mucho menos necio. Es por eso que cuando horas antes de la batalla le dijo a su ayudante O’Brien: «Que brutos son estos godos. Osorio es más torpe de lo que yo pensaba. El triunfo de este día es nuestro. El sol por testigo», sabía muy bien de lo que estaba hablando.

El triunfo de las armas patriotas en Maipú decidió la independencia de Chile, habilitó el control del Pacífico, aceleró la expedición hacia el Perú y le permitió a Bolívar continuar con su campaña. Sin Maipú no hubieran sido factibles Boyacá y Ayacucho. Maipú fue la revancha de Sipe Sipe, pero en términos más coyunturales fue la gran revancha de Cancha Rayada.

La victoria de Chacabuco -el 12 de febrero de 1817- le permitió a los patriotas tomar Santiago, pero los españoles se habían fortalecido en el sur. Para diciembre de 1817 dos malas noticias llegaron a Santiago: el sitio a Talcahuano había fracasado y desde El Callao bajaba una flota militar.

Un desastre

No terminaron aquí las contrariedades. San Martín salió de Santiago con sus soldados para unirse a las tropas de O’Higgins. La noche del 19 de marzo acamparon en Cancha Rayada. El general español Ordoñez ordenó atacar. La audacia de la maniobra sorprendió a los patriotas. San Martín nunca se habría de perdonar ese segundo de distracción.

Ordoñez ya había intentado hacer algo parecido contra Las Heras. Antes de Cancha Rayada ocurrieron algunas escaramuzas en las que las partidas patriotas no habían llevado la mejor parte. A San Martín uno de sus espías le informó de los planes de Ordoñez para atacar. El jefe patriota ordenó movilizar el campamento. Pero ya era tarde.

En la oscuridad de la noche el desastre se pareció a una pesadilla. La confusión y el pánico dominaron a la tropa. En la balacera, O’Higgins fue herido en el brazo; el ayudante de campo de San Martín, Juan José Larrain, cayó herido de muerte. En menos de una hora, la estrategia liberadora preparada durante años estuvo a punto de venirse abajo. El héroe de la jornada, el que logró evacuar a las tropas y alejarlas del campo de batalla, fue el general Gregorio de Las Heras que con 3.500 soldados realizó la proeza de marchar casi sin vituallas durante tres interminables días.

Cancha Rayada produjo más perjuicios políticos que militares. Se sabe que la derrota pone en evidencia las miserias humanas. En Santiago, los señorones de las clases altas y las chusmas, anticipo histórico de los actuales hinchas de fútbol, empezaron a cambiarse de bando. Las noticias que llegaban desde Cancha Rayada eran espeluznantes: todo el ejército se había rendido; O’Higgins había muerto, San Martín se había suicidado…

Si en Cancha Rayada el héroe fue Las Heras, en Santiago el héroe fue Manuel Rodríguez. Él fue quien movilizó a sus bravos húsares a favor de la causa. Sus frases aún hoy se recuerdan: «No desmayar camaradas. Aún hay patria ciudadanos». Lástima que, dos meses después, el premio a su lealtad fuera la ejecución por la espalda.

El todo por el todo

La batalla de Maipú se iba a librar diecisiete días después de Cancha Rayada. San Martín sabía lo que se jugaba. Así lo escribió: «Esta batalla va a decidir la suerte de toda América, es preferible una muerte honrosa en el campo del honor a sufrirla por mano de nuestros enemigos». La batalla empezó cerca del mediodía y concluyó a las cinco de la tarde con la victoria absoluta de los patriotas.

Las cifras del combate fueron abrumadoras para los españoles: más de mil muertos, alrededor de 2.500 prisioneros, número que incluía a la totalidad de su Estado Mayor. El general Mariano Osorio había huido del campo de batalla, en tanto que el que había peleado hasta el último cartucho era el bravo general Ordoñez. Después se rindieron, con sus colaboradores, los generales Morgado y Primo de Rivera. Junto a ellos también declinaron las armas los sobrevivientes del Burgos, el temible regimiento que marchaba al combate con sus banderas enarboladas al viento y sus consignas. «Aquí está el Burgos. Dieciocho batallas ganadas. Ninguna perdida. Viva el rey». En Maipú perdieron el invicto.

San Martín preparó la batalla con lucidez y severidad. Los estrategas militares consideran que las cargas paralelas y el ataque oblicuo fueron la clave de la victoria. En el parte militar, el Libertador señala este dato sin dar demasiadas explicaciones. Las Heras se lo reprocha, pero San Martín se niega a autoelogiarse. «Si digo algo más van a gritar por ahí que quiero compararme con Napoleón o Epaminondas…. Al grano Las Heras, al grano. Hemos derrotado a los godos para siempre y vamos al Perú «.

No siempre fue tan permisivo. Al mariscal Brayer lo trató de «cagón» porque invocando una vieja herida de guerra no quiso ir al combate. «Señor general, el último tambor del ejército unido tiene más honor que usted», le dijo al mismo que después de Cancha Rayada había llegado a Santiago exagerando el desastre y llamando a la rendición.

OïHiggins se hizo presente en Maipú. El abrazo de los dos héroes está registrado en un óleo de Subercaseaux. Las palabras de San Martín estuvieron a la altura de la hora: «General: Chile no olvidará jamás su sacrificio presentándose en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta». Palabras nobles para una hora noble. Poco importa que hayan sido ciertas.

A San Martín la victoria lo puso generoso. Un asistente le trajo la mochila de Osorio. Allí había cartas escritas por pelucones chilenos después de Cancha Royada prometiéndole sumisión. Ordenó quemarlas. Sus palabras fueron ejemplares: «Que nunca se sepa lo que ellos desearon a espaldas de la causa americana… no vale la pena matarlos, que vivan para disfrutar de su libertad».

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