El 25 de diciembre de 1978 los vietnamitas decidieron invadir Camboya con la certeza de que se trataba de un acto liberador que iba a contar con el apoyo de todo Occidente. No se equivocaban. La invasión estuvo reforzada por camboyanos que habían logrado sobrevivir a las purgas y campañas de exterminio organizadas por los jemeres rojos.
La invasión tomó la capital de Camboya en pocos días. Sin embargo, se equivocaban los que suponían que allí se terminaban los problemas. Pol Pot y sus seguidores abandonaron las ciudades para resistir desde la selva, una habilidad que habían desarrollado durante años de resistencia anticolonial y que, a juzgar por los datos, era lo que mejor sabían hacer.
Las tropas vietnamitas se mantuvieron en Camboya hasta 1989. Y cuando se retiraron las refriegas continuaron entre las diversas fracciones camboyanas, aunque a esa altura ya era evidente que los jemeres rojos habían dejado de inspirar miedo. En 1997 Pol Pot perdió el poder de lo que quedaba de su partido. El asesinato de su camarada Son Sen y su familia, se transformó en el detonante que concluiría con su reclusión en una cárcel en la selva. Pol Pot murió en abril de 1998, sin saber con certeza que su nombre será, junto con los de Stalin y Hitler, uno de los más emblemáticos de los horrores del siglo XX.
Cinco años antes se había reinstalado el reino de Camboya como monarquía parlamentaria y el principal sobreviviente de ese proceso jalonado por guerras civiles y golpes de Estado fue el príncipe Shianouk, un dato que revela no sólo su habilidad política sino el grado de popularidad que históricamente tuvo la monarquía en ese país con una población que en su momento ascendió a siete millones y medio de habitantes, aunque luego del brutal ciclo de los jemeres rojos se redujo en casi dos millones de personas.
Se cumplen treinta años de la invasión vietnamita que puso punto final al dominio político de Pol Pot, un dato menor si se tiene en cuenta que fue entonces cuando se tomó conocimiento de la masacre en masa cometida por el régimen que sólo duró cuatro años en el poder, sentando el siniestro precedente de que nunca en tan poco tiempo una dictadura asesinó a tantos.
Hasta el día de hoy los investigadores siguen indagando sobre las causas y motivos de esta suerte de autogenocidio cometido por un régimen que invocaba la liberación de los explotados y la igualdad de los hombres. Lo que más llama la atención es que los responsables de esas masacres hayan sido marxistas leninistas. Pol Pot provenía de una familia acomodada de Camboya. Sus mayores habían sido funcionarios de la Corte y su calidad de vida siempre fue buena. Quienes lo conocieron lo describen como un hombre de modales suaves, agradable, culto, de buena conversación, nada que ver con el sombrío psicópata de la leyenda.
Nació en 1928, y cuando cumplió veinte años se fue a París con una beca donde vivió cinco años disfrutando de la típica bohemia intelectual de izquierda de aquellos tiempos. Pol Pot y un grupo de amigos y amigas constituyeron lo que luego se conocería como el Grupo de Estudio de París, la organización de izquierda protegida por el Partido Comunista de Francia. Ya para esa fecha la sección comunista de Indochina se había fraccionado por nacionalidades y los comunistas camboyanos desarrollaban un nacionalismo anticolonial que incluirá entre sus enemigos no sólo a Francia sino también a Vietnam, considerada como potencia expansionista interesada en despojar a Camboya de los territorios del sur.
Para entender el perfil ideológico de Pol Pot, tal vez sea significativo recordar que decidió casarse un 14 de julio, fecha que no es inocente, porque el propio Pol Pot se encargaría de decir que a su juicio la Revolución Francesa -con sus banderas de igualdad, libertad y fraternidad-, constituía el hecho más importante de la modernidad.
El grupo de intelectuales que lo acompañaba tenía inclinaciones parecidas. La esposa de su principal colaborador, Ieng Say, era una doctora en letras especializada en Shakespeare, de lo que se deduce que ese grupo que estaba por regresar a Camboya para llevar la buena nueva de la liberación se nutría con las ideas más avanzadas y refinadas del siglo XX.
Por lo menos eso es lo que creían, de modo que no es descabellado suponer que algunas de las operaciones de ingeniería social que iban a llevar a cabo en el futuro estaban inspiradas en esa visión iluminista de la realidad, combinada con arrebatos nacionalistas y una ideología campesina que de todos modos no contradecía los fundamentos originales de su ideología.
Cuando Pol Pot regresó a Camboya el proceso de liberación anticolonial se había desatado. En 1953 Camboya se independizó de Francia. El príncipe Shianouk era la cabeza visible de la monarquía, el dirigente que afirmaba el principio de una unidad nacional que no necesitaba de la colaboración de los comunistas para realizarse. Shianouk era un monarca que, además de gustarle las mujeres, disfrutar de la buena música y de todos los placeres de la vida mundana, pronto se habría de revelar como un político sagaz y astuto, capaz de hilvanar los acuerdos más audaces y contradictorios.
Estudiar la crisis de Camboya de esos años es también estudiar las torpezas, en más de un caso criminales, de Estados Unidos en la región. Shianouk no era comunista, más bien todo lo contrario, pero sabía que no le convenía ponerse en contra de Vietnam, por lo tanto eligió la neutralidad, decisión que exasperó a la diplomacia yanqui, al punto de que organizó un golpe de Estado que estallaría el 18 de marzo de 1970.
Como ya lo habían hecho en otros lados, los yanquis eligieron como representante de sus intereses a un militar desprestigiado y corrupto, el general Lon Nol. Shianouk se exilió en China y llegó la hora de los jemeres. Nixon estaba convencido de que la frontera de Camboya con Vietnam era una zona franca para el pasaje de armas y el reaprovisionamiento de las bases guerrilleras. En poco más de un año arrojó en la región más de cien mil toneladas de bombas, tarea que seguiría desarrollando hasta 1973 con un balance de más de medio millón de toneladas -tres veces más de las que lanzó en Japón- y un saldo de 600.000 camboyanos muertos.
Para esa fecha la guerrilla de Pol Pot controlaba el sesenta por ciento del territorio. El régimen de Lon Nol se caía a pedazos y efectivamente el 17 de abril, los jemeres rojos tomaron Phnom Penh. En esos momentos, en la capital había alrededor de dos millones de refugiados que recibieron a los guerrilleros como verdaderos liberadores. En pocos días se percataron de su error. El proyecto de Pol Pot concebía una sociedad campesina, austera, frugal y dirigida por una elite comunista invisible pero eficaz.
En realidad, se puso en práctica un modelo de ingeniería social tan audaz como inhumano. Se abolieron la moneda, el mercado y las transacciones financieras, se liquidó la propiedad privada y se “campesinizó” a la fuerza a la población. Como broche de oro, 1975 fue declarado año cero de la revolución, al mejor estilo de la tradición revolucionaria francesa.
El modelo de sociedad campesina -copiada del maoísmo- se compaginó con el proyecto de reorganizar la sociedad desde una elite de poder. Tradicionalismo y modernidad en sus versiones más perversas se conjugaron para promover un genocidio en nombre del marxismo, pero también en nombre de los beneficios de la frugal economía campesina. Esa mezcolanza nefasta de retazos de ideologías y prácticas políticas aniquiladoras provocó alrededor de dos millones de muertos.
Una invasión extranjera, luego una guerra civil y finalmente la constitución de un gobierno controlado por la ONU, pudo poner punto final a esta pesadilla digna de las más lúcidas alucinaciones de Conrad. Hoy en Camboya el setenta por ciento de la población es menor de 25 años y el poder está en manos del hijo de Shianouk, según los entendidos el más inteligente de una prole que llegó a sumar cuarenta hijos reconocidos, tal vez una modesta contribución del príncipe al despoblamiento forzoso provocado por los jemeres rojos.