Se dice que Natalio Botana llegó a Buenos Aires en 1911 y que gracias a su amistad con Adolfo Berro logró conectarse con Marcelino Ugarte, el gran padrino del régimen conservador de provincia de Buenos Aires, el hombre que lo habilitó para iniciarse como empresario periodístico, ya que periodista de redacción lo fue desde 1911 en el diario La Razón dirigido entonces por Emilio Morales.
Nació en la localidad uruguaya de Sarandí del Yí en septiembre de 1888. Su familia quiso que fuera sacerdote e incluso estudió en un seminario jesuita, aunque pronto descubrió que no era la religión su vocación y antes de los veinte años ya estuvo enredado en las refriegas políticas entre blancos y colorados, destacándose por su coraje, su talento y sus conductas extravagantes, como por ejemplo, incorporarse al ejército con un mucamo negro.
Las derrotas de los blancos, facción política con la que siempre se identificó, lo obligó a instalarse en la ciudad de Buenos Aires donde llega con sus amigos y futuros socios Enrique Queirolo, Ángel Marides y Berro. Tiene 23 años, es ambicioso, le sobra talento y le gusta la buena vida: las mujeres, el póker, la música, los caballos, los cigarros, las ropas que hoy llamaríamos de marca y el trato con pintores y poetas.
El lunes 15 de septiembre de 1913, el diario Crítica salió a la calle, una edición impresa en una modesta imprenta de calle Sarmiento, con periodistas reclutados en los cafetines de la bohemia intelectual de aquellos años a quienes se les prometía participar en una arrebatadora aventura que, por el momento, no será retribuida con buenos sueldos porque el talento sobra pero los recursos faltan.
Durante diez años, Crítica luchará denodadamente para instalarse en un medio donde existían diarios de gran llegada como La Nación, La Prensa y La Razón. Lo que el nuevo diario se proponía era revolucionar el estilo periodístico, pero también el estilo de gestión empresaria y, como los hechos se encargarán de demostrarlo, lo iba a lograr.
Crítica se constituye en un verdadero fenómeno en una Argentina que según el censo de 1914 tenía casi ocho millones de habitantes y -dato destacado- una población que gracias a las leyes educativas de Sarmiento ya exhibía altos índices de alfabetización. En esas ciudades de inmigrantes, de italianos, españoles, judíos, polacos, árabes y rusos, se estaba gestando una vida urbana, cosmopolita, tumultuosa, moderna, que Botana percibía con lucidez, actuando en consecuencia.
Crítica, en ese sentido, era el emergente de una Argentina que se transformaba aceleradamente, como lo señala la apertura al mundo, el crecimiento económico, la prosperidad de sus clases medias, los flamantes derechos de las clases populares y sus manifestaciones cotidianas: el fútbol, el box, las carreras de caballos, el tango, el jazz, el cabaret, la sala de revistas, el circo, las nuevas editoriales que daban a conocer clásicos de la literatura, las últimas novedades científicas y la plenitud de la democracia, con sus contradicciones y tensiones, pero con sus libertades y su ampliación de derechos.
Con buenas y malas intenciones, a Botana se lo ha comparado con Randolph Hearst (y más adelante con Al Capone, con quien parecía tener un inquietante parecido físico) por su genio empresario, pero también por su inescrupulosidad. La insidia, la mala fe y, en algunos casos, la certeza, no alcanzan a ocultar aquello que era obvio: se trataba del periodista y el empresario de medios más destacado, más innovador y creativo de su tiempo, también el más audaz, el antecedente que hasta el día de hoy tiene presente todo empresario de medios que se proponga llegar al gran público con la mejor calidad, la mayor eficiencia económica.
Botana no confundía periodismo con beneficencia pública, pero entendía mejor que nadie lo que importaba para la calidad del producto que pretendía vender, lo que significaba tener una redacción que dispusiera de la libertad necesaria para expresar su talento en el marco de la estrategia editorial del diario.
Crítica pronto fue calificado como un diario sensacionalista, una imputación que tenía algo de verdad pero que a la hora del balance resultaba incompleta, porque si bien en sus páginas abundaban los títulos catástrofe, las fotos y caricaturas, lo que también se destacaba era la participación de los intelectuales más importantes de su tiempo, entre los que se puede mencionar, entre otros, a Jorge Luis Borges, Ulises Petit de Murat, los hermanos González Tuñón, Nicolás Olivera y Roberto Arlt.
Incluso, el supuesto sensacionalismo de Crítica merece una reflexión ya que en su momento constituirán toda una novedad los títulos de tapa, el empleo de un lenguaje coloquial -en el que abundaban los giros populares, incluido el lunfardo-, y el esfuerzo por conectarse con el humor de la sociedad, un logro que le permitió decir a un analista que Crítica no conducía a la opinión pública, sino que era conducido por ella.
De todos modos, no fue fácil instalar el diario en la calle. A la presencia de una competencia prestigiada, se sumaba la escasez de recursos. Para 1920, Crítica vendía apenas nueve mil ejemplares, pero ya empezaba el despegue que durante esa década será irresistible. Es precisamente para esa fecha que la gerencia del diario se instalará en su local de calle Sarmiento 815, modificará su original lema de “Diario de la noche, impersonal e independiente”, parta instalar la consigna que lo habrá de distinguir el futuro: “Dios me puso sobre vuestra ciudad como un tábano sobre un noble caballo para picarlo y tenerlo despierto”.
Para ese tiempo, Botana ya vivía con Salvadora Medina Onrrubia, “la Venus Roja”, como la calificara un periodista en homenaje a su belleza e inteligencia. Cuando Salvadora conoció a Botana ya era reconocida como la primera periodista mujer por sus columnas escritas en el periódico anarquista La Protesta y la primera oradora pública femenina por sus intervenciones en asambleas, diatribas que iniciaron un día de 1909, cuando desde un balcón arengó a sus compañeros en favor de Simón Radowiztsky, el anarquista que perpetró el atentado contra el coronel Ramón Falcon, jefe policial y propiciador de la mano dura contra el movimiento obrero.
Botana demoró varios años en casarse con esta mujer, no porque él no quisiera hacerlo, sino porque ella, a raíz de sus convicciones libertarias, rechazaba el matrimonio habilitado por Dios o el Estado. A Botana, una mujer hermosa, inteligente, transgresora y atrevida lo seducía, y Salvadora reunía todas esas condiciones. Atendiendo a la moral media de la época, tampoco le interesó al flamante director de Crítica que su mujer fuera madre de un hijo de padre desconocido. No sólo no le prestó atención a ese “detalle”, sino que adoptó al niño y, según dicen sus biógrafos, a ese chico lo quiso con locura, lo cual no hizo otra cosa que acentuar la tragedia ocurrida quince años después, cuando el adolescente conocido con el apodo de “Pitón” decidió suicidarse, un acto del cual él y Salvadora nunca pudieron recuperarse.
Natalio y Salvadora trabajaron codo con codo para sacar al diario adelante. La leyenda dice que en tiempos difíciles, Salvadora organizaba almuerzos en la redacción para atender las necesidades de los periodistas más famélicos, a muchos de los cuales se les pagaba con vales y con la promesa del reconocimiento para cuando llegaran tiempos mejores.
A la calidad periodística del diario, que poco a poco se irá imponiendo en el mercado, se sumaba el talento o la capacidad de maniobra de Botana para organizar la distribución de Crítica apoyándose en bandas de canillitas -dirán sus detractores-, quienes con buenos y malos modales aseguraban que el diario estuviera en las calles antes que los otros y a un precio más ventajoso.
Decía que el diario habrá de instalar las grandes agendas del periodismo contemporáneo: policiales, espectáculos, deportes y política, todo ello expresado con un lenguaje de frases coloquiales, con giros populares y consignas sacadas de los ambientes del fútbol, el turf, la noche, es decir los grandes protagonistas del Buenos Aires de los años veinte.
Para los primeros años de la década de los años veinte, Crítica es el diario más popular de la Argentina, esto quiere decir el de más venta y el de más llegada con sus temas a la opinión pública. En la calle se lo conoce como el diario del pueblo, una designación que, por supuesto, no fue espontánea, ya que Botana nunca se permitía dejar librado a la espontaneidad cuestiones que él consideraba decisivas.
Los números, en ese sentido, no dejan mentir: para 1925 la venta superaba con creces el medio millón de ejemplares, una cifra que hoy haría derramar gruesas lágrimas de pena a los actuales empresarios periodísticos. Para ese mismo período el diario llegó a sacar cinco y hasta seis ediciones que los canillitas voceaban en todas las esquinas de las ciudades.
Crítica, a su manera, revolucionó el periodismo de su tiempo y esa revolución incluía a los diarios de la competencia que también se esforzaban por entender las nuevas claves de nuestro país, que en esos años se está transformando aceleradamente. Crítica cambió contenidos, consignas, titulares y lenguajes. Los columnistas ya existían pero con el diario de Botana adquirirán entidad propia. Personajes como Least Reason en el turf o Hugo Marini en fútbol, ganaban legiones de lectores. Pero también ganaban repercusión los críticos de arte, los destacados en teatro, en libros y en ese nuevo fenómeno que convocaba a multitudes: el cine.
Con Crítica adquirirán personalidad propia los corresponsales, corresponsales que acompañaban por ejemplo a Boca en su gira por Europa y corresponsales que iban a cubrir las peripecias de la guerra entre Bolivia y Paraguay. Botana había dado instrucciones precisas a sus periodistas para que toda noticia fuera una primicia. Ramón Franco -que todavía no sabía que su hermano Francisco será caudillo por gracia de Dios- realizó la proeza de unir en avión a España con Buenos Aires y allí estaba Crítica. Jack Dempsey peleaba con Ángel Firpo en los EE.UU. y el diario realizó una cobertura completa del acontecimiento.
Botana logró consumar esta hazaña porque construyó una sabia ecuación que incluía una impecable y dura gestión empresaria, con la intuición y el talento para captar las necesidades de la Argentina de esos años. La fórmula de Crítica era, por calificarla de alguna manera, heterodoxa. Siempre existió la sospecha de que el diario fue financiado, por lo menos en sus orígenes, por políticos y empresarios conservadores, pero la línea editorial del diario combinaba con singular maestría el populismo con el liberalismo, la crónica policial con editoriales y columnas de opinión a favor de algunas reivindicaciones de los trabajadores, la cobertura hasta en los detalles del juicio a Sacco y Vanzetti o la solidaridad con el anarquista Wilkens, el autor de la muerte del teniente coronel Varela, unas líneas de simpatía con la causa libertaria en la que era evidente la influencia de Medina Onrrubia. Esa simpatía con el anarquismo, muy al estilo uruguayo, dicho sea de paso, no lo inhibía para ejercer una oposición frontal no al radicalismo en general, sino a Hipólito Yrigoyen, ya que las relaciones de Botana con Alvear siempre fueron cordiales.
Botana acerca de Hipólito Yrigoyen, nunca tuvo dudas: fue un opositor duro, una oposición que incluyó la conspiración y la abierta actividad golpista. En este tema podría decirse, con cierto tono irónico, que Botana fue coherente, porque cuando Yrigoyen asumió su primera presidencia en 1916, la consigna editorial de Crítica, un diario que todavía no era ni la sombra de lo que iba a ser, fue “Dios salve a la república”, de alguna manera un anticipo de la otra tapa del diario, la del 5 de septiembre de 1930: “Váyase”.
Se dice que en los días previos al golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, el diario llegó a la cifra de un millón de ejemplares, una hazaña editorial en un país que tenía menos de la mitad de habitantes que hoy. Los historiadores explican con diferentes tonos el rol decisivo del diario en la asonada militar. Por lo pronto, los grandes titulares de esas semanas ventilaban negociados, corruptelas, ineficiencias e instalaban en un primer plano las movilizaciones callejeras de estudiantes alineados con la FUA, las ruidosas disidencias de caudillos provinciales como los Lencinas y los Cantoni, o los lamentables episodios de violencia protagonizados por el Clan Radical, un grupo de choque del radicalismo constituido para reprimir a disidentes.
Para 1930, el diario funcionaba desde hacía por lo menos dos años en su mítico local de la Avenida de Mayo, un edificio imponente construido por los arquitectos más prestigiados de Buenos Aires. Ese local contará con su célebre Sala de Redacción frecuentada por los intelectuales más distinguidos de su tiempo; y el despacho exclusivo de Botana, despacho que incluía escritorio, una sala de conferencias que podía transformarse en sala de timba y un dormitorio con baño en suite. En esa sala, los días previos al golpe, Botana se reunía con jefes militares, dirigentes empresarios y las autoridades juveniles de la FUA.
Con todo, no le fue bien a Botana con los militares en el poder. Él y su esposa terminaron entre rejas y él, en particular, soportó los interrogatorios del hijo de Leopoldo Lugones, el muchacho que aportó la picana eléctrica como símbolo de la cultura nacional. Botana no soportaba al yrigoyenismo pero mucho menos a los militares con ínfulas fascistas. Su oposición a la dictadura de Uriburu, a los afanes por instalar un régimen corporativo, concluyó con su detención, una peripecia que más de un radical celebró atendiendo a la actividad -hoy denominaríamos destituyente- que realizó contra el gobierno radical.
El desplazamiento de Justo por Uriburu, la constitución de la Concordancia y su victoria -proscripción de la UCR mediante- en las elecciones de noviembre de 1931 volvió a colocar a Botana en el centro del escenario. Los años treinta fueron para Botana el tiempo de la consolidación del diario y de su romance político con el régimen conservador, romance que incluyó algunas disidencias, en toda circunstancia conjuradas con la proverbial habilidad de Botana y la consumada picardía conservadora.
Se dice que Botana y Justo fueron los creadores del mito de Carlos Gardel. El anecdotario cuenta que para esos meses el gobierno acusaba el golpe provocado por las denuncias de Lisandro de la Torre contra los negociados de la carne y el escandaloso desenlace en la Cámara de Senadores. “Nos salvamos Justo”, dicen que un eufórico Botana le dijo al presidente en Casa Rosada. Las influencias de Justo y las habilidades periodísticas de Botana montaron seis meses después de la muerte del cantor, el gran escenario popular, la convocatoria de multitudes en el Luna Park para acompañar los restos de Gardel hasta la Chacarita.
Su antiyrigoyenismo y sus relaciones con los conservadores no fueron rumores, sino hechos, pero a la hora del balance también importa señalar su firme militancia antifascita. En 1933, Botana se acercó a los periodistas que estaban diseñando la tapa del diario, pidió que dejaran lo que estaban haciendo y ordenó que saliera la siguiente consigna que escribió delante de ellos: “Un loco ganó las elecciones en Alemania; peligra la paz del mundo”. La crítica terminante a Hitler no era lo habitual en 1933, cuando políticos liberales y conservadores miraban con algún afecto al hombre que prometía liquidar al comunismo en el mundo. El mismo comportamiento sostuvo desde un primer momento con la guerra civil española y, en ese sentido, su adhesión a la causa republicana nunca dejó lugar a dudas.
Natalio Botana: conservador, libertario, populista, liberal, identificado con las causas populares y amigo de militares; una suma de contradicciones a las que su personalidad le otorgaba un singular encanto. Murió en agosto de 1941 en una peripecia que no deshonra su biografía y su estilo personal. De gira de placer con su flamante Rolls Royce por el noroeste del país, sufrió un accidente menor que, por falta de atención médica adecuada, terminó provocándole la muerte. Le faltaba un mes para cumplir 53 años.