El subcomandante Marcos veinte años después

 

EL SUBCOMANDANTE MARCOS VEINTE AÑOS DESPUÉS. por Rogelio Alaniz

El pasado miércoles 1º de enero se cumplieron veinte años del momento en que el subcomandante Marcos y su Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), anunciaban a México y, de alguna manera, al mundo, su decisión de iniciar la lucha armada en el Estado de Chiapas. La noticia despertó las más variadas sensaciones en un tiempo en que el socialismo real se había derrumbado con más pena que gloria, la guerrilla se desarmaba en Centroamérica y el sueño del “hombre nuevo” cubano degradaba en una realidad miserable y opresiva.

En ese contexto, un hombre con el rostro tapado por un pasamontañas, decidía iniciar la lucha armada. Sin embargo, luego de las primeras refriegas, el EZLN modificó su estrategia, al punto que llegó a decirse que lo que se presentaba como un movimiento armado había derivado en un operativo cuya principal eficacia fue de naturaleza mediática. En efecto, la supuesta guerrilla que prometía seguir los cánones clásicos del experimento cubano con todos sus mitos incluidos, derivó en una versión indigenista y aportó como dato original el de una lucha armada que nunca se manifestó como tal.

Convengamos que Marcos supo entender que la lucha armada, como la había aprendido en los libros de la universidad o en las sesiones con catequistas y militantes residentes en la Sierra Lacandona, carecía de posibilidades históricas. Su gran talento fue, acto seguido, transformarse en un líder mediático, en una leyenda literaria que sedujo a intelectuales europeos. No dejaba de ser una paradoja contemporánea que un movimiento social que rechazaba la globalización, lograra hacerse popular en México y más allá de sus fronteras, no gracias a la revolución social sino al auge de las comunicaciones promovidas por la detestable globalización. Para una Europa escéptica, con una izquierda derrotada, la emergencia de Marcos fue una esperanza, pero sobre todo una de esas ilusiones que la vieja Europa suele comprar sin beneficio de inventario.

Por su parte, Marcos se reveló más como un poeta o un líder religioso que como un caudillo revolucionario. Sus proclamas ingeniosas, humoristas, poéticas, encontraron la rápida y bulliciosa adhesión de Danielle Miterrand, José Saramago, Norman Mailer y Vázquez Montalbán. Intelectuales, artistas, líderes de izquierda peregrinaron hacia Chiapas para conocer la buena nueva. A todos los maravilló la personalidad de Marcos, pero algunos en su momento sintieron cierta inquietud: Marcos era encantador, pero no quedaba en claro si era un poeta o un político.

En definitiva, todo era muy lindo, pero de política, revolución, estrategia real de poder, nada. Bellas imágenes, ingeniosas frases, poéticos manifiestos, pero si la revolución es una de las manifestaciones políticas de la modernidad, y si la revolución como tal es una experiencia práctica, el EZLN era muy popular en el mundo, pero el precio a pagar por su fama era olvidarse de la revolución como proyecto de poder y práctica social y política.

Algunas dudas y críticas deben haber impactado en el universo de certezas de Marcos, por lo que decidió organizar una gran marcha hacia el Distrito Federal, marcha que contó con la adhesión de cientos de miles de personas.

Disipados luego los vapores de la popularidad y apagados los flashes de las cámaras, quedó pendiente la política, es decir, qué hacer para traducir con hechos reales las proclamas, las citas y los poemas. Pocos años después, Marcos le negará el apoyo al candidato de la izquierda mexicana. Manuel López Obrador perderá las elecciones por poca diferencia de votos, de lo que se deduce que el apoyo de Marcos podría haber cambiado el resultado. Sin embargo, ninguna de esas consideraciones afectó al jefe del EZLN.

Hoy, el subcomandante Marcos es más una leyenda que una realidad. El señor Rafael Sebastián Guillén Vicente se ha sacado el pasamontaña, vive en la ciudad y el único misterio que rodea a su persona son los rasgos verdaderos de su rostro, porque lo que se conoce es una foto. A su favor debe decirse que la campaña publicitaria de su imagen instaló a Chiapas en el centro del escenario y obligó a los políticos a promover inversiones y políticas sociales. Hoy, Chiapas es un Estado mucho más justo de lo que era antes de Marcos. El territorio que treinta años atrás era considerado un feudo del PRI, hoy exhibe una realidad mucho más plural y participativa. La calidad de vida de los indios y de las clases más postergadas ha mejorado, y todo ello se debe a que la publicidad del EZLN hizo visible a Chiapas.

El subcomandante Marcos y su EZLN no salieron de la nada. El creador de toda esta movilización social y cultural fue el obispo Samuel Ruiz, un sacerdote que se hizo cargo de la diócesis de Chiapas en 1960 y desde ese momento se preocupó por reivindicar la causa de los más explotados y, muy en particular, la de los indígenas. La labor social de Ruiz fue considerada por algunos observadores como santa, y en su mejor momento estuvo a punto de ganar el Premio Nobel de la Paz.

Adherente entusiasta de la teología de la liberación, organizó comunidades, les otorgó un sueño colectivo y para ello se valió de un ejército de catequistas que subieron a la sierra a predicar con el libro de Paulo Freire bajo el brazo. Con Ruiz, los indios encontraron un sacerdote, un defensor y un líder investido de dotes sagradas. Bajo su auspicio se escribió un nuevo catecismo que incorporaba las tradiciones y leyendas de los indios. La articulación de los mitos del Viejo y Nuevo Testamento con los mitos de los indios fue su gran hallazgo intelectual. Los antiguos perseguidos del faraón que debieron marchar hacia el desierto buscando la tierra prometida, se expresaba ahora en estas tribus oprimidas y explotadas por los nuevos faraones.

Gracias a la gestión del obispo, los indios adquirieron conciencia de sus derechos, aprendieron a organizarse y participar en la vida comunitaria y descubrieron las virtudes de la militancia social. Todo estaba permitido en estas comunidades, menos discutirle al obispo, considerado algo así como un rey y en esos términos tratado por las comunidades de la sierra cuando llegaba acompañado de su séquito de catequistas.

El subcomandante Marcos ni siquiera fue el primer izquierdista que aprovechó el trabajo social iniciado por el obispo. Pocos años antes, algo parecido hicieron militantes maoístas y los primeros zapatistas. En todos estaba presente el proyecto de revolución social y toma del poder, proyecto que Ruiz aprobaba a regañadientes.

Cuando en 2004 Marcos lanzó su proclama revolucionaria, él mismo aprendió en pocas horas que no había lugar para ilusiones de ese tipo, pero su alternativa no sería el retorno a la teología de la liberación, sino la elaboración de una estrategia mediática, considerada por los críticos como la primera experiencia posmoderna de una izquierda que se esfuerza por balbucear el abecedario de una estrategia revolucionaria en tiempos en que la revolución ha perdido vigencia.

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