El presidente Alfonsín y el vicario castrense

El escenario fue la iglesia Stella Maris. Los protagonistas fueron el vicario castrense José Miguel Medina y el presidente Raúl Alfonsín. Los hechos ocurrieron el 2 de abril de 1987 con motivo de la misa celebrada en homenaje a los soldados argentinos caídos en la guerra de Malvinas. Conviene recordar la fecha: 2 de abril, es decir a pocos días de lo que luego se conocerá como la rebelión de los militares “carapintada” y en un clima de creciente beligerancia entre los militares y el gobierno nacional.

Monseñor Medina había sido designado obispo castrense a fines de 1982 por el Papa Juan Pablo II. A decir verdad, el candidato de los militares era monseñor Bonamín, pero por motivos que ignoramos el preferido fue Medina, entonces obispo en Jujuy y un sacerdote reconocido por sus ideas conservadoras y sus abiertas simpatías a la dictadura militar.

Medina reemplazaba en la vicaría castrense a monseñor Adolfo Servando Tortolo y atendiendo a sus simpatías políticas, los militares no tenían motivos para estar insatisfechos por su designación. No obstante ello, insistieron con Bonamín y cuando no fueron satisfechos en sus reclamos, le rindieron un cálido homenaje. El propio general Nicolaides lo ponderó como un auténtico soldado de Cristo y de la patria. Orgulloso, Bonamín aceptó los elogios con el talante de quien considera que es lo mínimo que se merecía.

José Miguel Medina

Medina, de todos modos, había hecho sus méritos para estar donde estaba. Caballero de la Orden de Malta, su nombre adquirió estado público durante los informes tomados por la Conadep, ocasión en la que el detenido Ernesto Reynaldo Samán denuncia que en la penitenciaría de Gorriti, provincia de Jujuy, “Medina celebró una misa y en el sermón nos expresó a los presos que conocía lo que nos estaba pasando, pero todo esto ocurría en bien de la patria y que los militares estaban obrando bien y que debíamos informar de todo lo que sabíamos, para lo cual él se ofrecía a recibir confesiones”. Tierno y amoroso. Pregunto a continuación desde mi ignorancia teológica: ¿Y el secreto de confesión? Dios sabrá, pero de lo que se deduce de la intención y el tono de sus palabras, pareciera que para Medina el secreto sigue funcionando pero compartido con los militares.

Antes de las escenas en Stella Maris, Medina había sido acusado por Fermín Emilio Mignone -presidente entonces del Cels- en un artículo publicado en el matutino La Voz el 21 de octubre de 1982. La nota se titulaba “Los dislates de Medina”. Y la acusación más liviana que le hacía era de oscurantista, reaccionario y cómplice de la dictadura.

O sea que para el 2 de abril de 1987, Medina además de obispo castrense reunía las virtudes necesarias para estar donde estaba y decir lo que decía. Según se sabe, las misas celebradas por Medina concluían con sermones que eran verdaderas proclamas contra el gobierno de Alfonsín, proclamas que contaban con al aprobación de una platea mayoritariamente militar.

Ese 2 de abril, el presidente Alfonsín se hizo presente en la iglesia Stella Maris acompañado por algunos de sus ministros, secretarios y el jefe del Estado Mayor, brigadier Teodoro Waldner. Alfonsín no ignoraba que tenía a “la tribuna en contra”, pero decidió asistir porque consideraba que el presidente de la Nación debía hacer valer su autoridad y su coraje civil en todas las circunstancias.

La ceremonia religiosa se celebró cumpliendo con todos sus rituales. Y al momento del sermón, Medina expresó entre otras cosas: “Digamos un no y vivamos este no: no al predominio de lo sectorial y el egoísta ‘no te metás’; no a la delincuencia, no a la patotería, no a la coima, el negociado y la injusticia; no a la disgregación, a la antisocial emigración, a la decadencia, a la destrucción de la identidad nacional…”.

En sus memorias, el entonces ministro Horacio Jaunarena, presente en la misa y sentado al lado de Alfonsín, escribe que, cuando concluye Medina, el presidente le dice en voz baja: “Che… ¿se puede hablar acá?”. Jaunarena le responde que no tiene la menor idea. Entonces lo consultan a José Ignacio López, quien les informa que si bien no es lo habitual, se puede pedir la palabra como cualquier feligrés y dirigirse al público.

Jaunarena cuenta en su libro que acto seguido él se dirige al brigadier Waldner sentado a su derecha y le dice. “Prepárese porque lo que va a ver ahora no lo va a ver nunca más en su vida”. Siempre en voz baja, el brigadier pregunta el motivo. “Va a hablar el presidente”, anuncia Jaunarena. ¿Dónde?, pregunta Waldner. “Aquí” ¿Cuándo?, insiste Waldner. “Ahora”, responde el ministro. Waldner se acomoda en su asiento, traga saliva y apenas moviendo los labios dice: “A la mierda”.

Alfonsín subió al estrado. Era el presidente de la Nación y podía tomarse esa licencia. Importa recordar que a la tribuna la tenía en contra, pero sin embargo subió y habló. ¿Qué dijo? Ya lo vamos a oír, pero en principio hay que destacar que tan importante como lo que dijo fue haberse decidido subir al estrado con la tranquilidad o la relativa tranquilidad de saber que lo que hacía estaba religiosamente permitido.

Según los entendidos, Medina era un obispo elocuente, con facilidad de palabra y capaz de expresar con claridad sus ideas. Ocurre que ahora se encontró inesperadamente con un orador que estaba a su altura o tal vez lo superaba. Alfonsín no necesitó estudiar Retórica para saber lo que debía decir y cómo lo debía decir. Años de expresar ideas en tribunas callejeras, en locales partidarios, en reuniones improvisadas, le otorgaron a Alfonsín el don, la facilidad, de expresarse en todas las circunstancias y sobre todo en las más difíciles, en las que se pone a prueba un político.

Las palabras de Alfonsín no se extendieron por más de cinco o seis minutos. Pero cada palabra tuvo importancia. Inició su alocución hablando de Malvinas y expresando su solidaridad con quienes murieron defendiendo a la patria. Acto seguido llegó la primera diferencia con Medina. Alfonsín le reprocha al sacerdote no ser justo con Dios, nada más y nada menos. “No es justo con Dios porque los argentinos tenemos muchas cosas que agradecer a Dios: la paz, la democracia que vivimos, la libertad que disfrutamos”.

Después se refiere a las denuncias sobre la corrupción. El presidente insiste en que “nosotros servimos a la patria con honor y a la democracia con honor”. Luego se dirige a Medina y le recuerda que las denuncias que se hacen son bienvenidas, pero no pueden ser globales, sino concretas. “Si conoce de alguna coima o de algún negociado que lo diga y lo manifieste concretamente… porque si se ha dicho esto delante del presidente es porque seguramente conoce algo que el presidente desconoce”. Finalmente, y mirando a Medina, concluye: “Quiero darle la tranquilidad de que estamos transitando el camino de la patria grande”.

¿Hizo bien o hizo mal Alfonsín en subir al estrado, al púlpito y contestarle a Medina? No hay, no puede haber una respuesta exclusiva sobre este tema. Lo cierto es que el hecho ocurrió. Un presidente de la Nación subió al estrado y le contestó a un representante de la iglesia en su propia casa. Según los seguidores de Alfonsín, más que contestarle a un representante de Dios le contestó a un orgulloso representante de los militares.

Desde el punto de vista religioso, Medina era el titular de la casa de Dios y por lo tanto lo de Alfonsín fue una irreverencia o un acto autoritario. La polémica sigue abierta, pero lo cierto es que ni antes ni después ocurrió algo parecido. Está claro que para los radicales y para los laicos en general la actitud de Alfonsín fue ejemplar, porque puso en un primer plano la majestad del gobierno elegido por el pueblo o la de la república democrática acechada por un sacerdote de conocidas posiciones integristas.

En su momento sobre Alfonsín llovieron las críticas que incluyeron a dirigentes religiosos pero también a políticos de la Ucede y el peronismo. Una semana después el país estaba enredado en la crisis del levantamiento “Carapintada” y el episodio de la iglesia Stella Maris pasó a un segundo plano. De todos modos, lo ocurrido algunos efectos tuvo: monseñor Medina nunca más dio un sermón delante de un presidente de la nación.

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