Mariano Moreno y la prensa política

El 7 de junio de 1810 el secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno, funda La Gaceta. Las efemérides escolares y los excesos retóricos han hecho perder de vista la calidad de esta iniciativa. No viene al caso lamentarse por el deterioro que el tiempo ha infligido a los proyectos más audaces, en todo caso el esfuerzo consiste en recuperar, a través de la investigación histórica, las condiciones que dieron lugar a una propuesta, cuyo objetivo apuntaba a fundar las bases políticas de un proceso revolucionario que recién estaba dando sus primeros pasos.

El itinerario de La Gaceta se confunde con el itinerario de su fundador. A través de sus textos, es posible hacer inteligible el vocabulario político y los recursos discursivos que Mariano Moreno fue organizando a través de una actividad periodística que vinculaba sin fisuras el lenguaje con la acción.

Para el secretario de la Primera Junta, el periodismo será el instrumento que le permitirá desarrollar una reflexiva actividad revolucionaria. Los textos publicados entre el 7 de junio y el 18 de diciembre de 1810, permiten registrar la coherencia y el rigor intelectual de quien propone no sólo dar a conocer un programa político, sino fundar una opinión pública considerada como imprescindible para la consolidación de una cultura emancipadora.

Alguien decía que el lenguaje nunca es inocente y que las palabras tienen como meta imaginar un mundo. Sin duda que para 1810 la imaginación debía imaginar el poder y constituir la entidad “pueblo” de acuerdo con una realidad que reclamaba esa presencia. Así se explica que en esos primeros textos el empleo de la palabra “pueblo” (s) se manifieste con monótona insistencia. Importa destacar que lo que hoy parece ser un lugar común, en 1810 constituía una absoluta novedad.

Moreno va a insistir casi hasta la redundancia en hablar de una entidad inexistente hasta hacía casi unos meses. En ese contexto, el concepto “pueblo” se contrastará con el concepto “colonial”. Y de allí en más se articulará un dispositivo teórico cuyo despliegue permitirá dar cuenta de la condición colonial de los pueblos americanos y de la resistencia a esa condición colonial.

El otro argumento que el secretario comenzará a elaborar desde los primeros números del diario será el de “patria”, que asociado al ideal de “pueblo” se transforma en el centro de una argumentación política que estará presente en todos los textos. Es notable la capacidad y los esfuerzos del periodista para conciliar las demandas de la realidad con las exigencias de la ideología.

Los historiadores hasta la fecha -por ejemplo- no se han puesto de acuerdo con respecto al carácter de la denominada “máscara fernandina”. ¿Conveniencia, sinceridad, oportunismo, confusión? Daría la impresión de que para Moreno la defensa del rey no es más que un recurso político orientado a determinar lo posible de lo deseable. En este contexto, la defensa del rey representa la defensa de los denominados “pueblos americanos” sometidos a las autoridades del régimen español en América. Para Moreno, por lo tanto, la prisión de Fernando VII ha permitido a los pueblos recuperar sus legítimos derechos.

Cumplir con estos objetivos exige que se designe con precisión quiénes son los enemigos del pueblo. Para Moreno, no hay dudas al respecto. Esos enemigos no son los españoles en general, mucho menos el rey, sino los funcionarios coloniales en América a los cuales los califica de “mandones”, “nobles” o “poderosos”. Es posible distinguir en esta adjetivación arrebatada, un esfuerzo por aludir a la condición social de estos enemigos: los españoles en América suman a sus despreciados títulos nobiliarios la capacidad de mando y la posesión de riquezas.

Ese poderoso sistema que el director de La Gaceta señala sin eufemismos es, al mismo tiempo, extranjero, y funda su dominación sobre la base de un pacto de sujeción colonial que deberá ser reemplazado por un nuevo pacto o contrato diseñado en las claves que Rousseau pensara en su momento.

La categoría “colonia” es uno de los temas que a partir del mes de septiembre comienza a adquirir una rigurosa precisión. En estos ejes discursivos, es posible observar una creciente radicalización política. Hasta entonces los enemigos eran los funcionarios españoles, pero a partir de ahora lo será también el denominado “espíritu mercantil de Cádiz, fecundo en arbitrios para perpetrar en América la triste condición de una factoría”.

A esta altura de los acontecimientos -y luego de la expulsión de Cisneros y la corte virreinal de Buenos Aires, más los frentes de tormenta abiertos en el Alto Perú, Córdoba, Paraguay y Montevideo-, a la lista de enemigos se agregan los “españoles europeos”. Como contrapartida, ello obliga a establecer distinciones en términos étnicos, lingüísticos y culturales. La idea de Nación se ha instalado y ya no abandonará el escenario.

Es mucho, tal vez demasiado, lo que se ha discurrido acerca de un Moreno revolucionario y un Saavedra conservador. En algunos casos, estas diferencias han intentado reducirse a cuestiones temperamentales, pero lo que va a distinguir la corriente revolucionaria de la moderada será algo más profundo que una simple e inocente cuestión temperamental.

El proyecto político de Moreno apunta a crear una nueva identidad nacional que se constituye desde la categoría “pueblo”. Precisamente, la distinción entre moderados y radicales estará dada por la extensión que cada uno está dispuesto a reconocer a estos derechos. Para Moreno, esta perspectiva no admite ambigüedades: los beneficios de la revolución son para todos. Lo dice con claridad en uno de sus textos: “La Junta es portadora de ideas que preparan una sociedad independiente”. El esfuerzo consiste en crear una opinión pública capaz de asumir este desafío.

Para ellos, se proyecta la creación de una biblioteca pública, una academia de música y una escuela de matemáticas. Se alienta la educación política de los soldados concebidos como ciudadanos armados. Por decreto, se fundan dos escuelas y se le ordena a los sacerdotes que desde el púlpito lean a sus feligreses los textos escritos en La Gaceta.

En los meses de noviembre y diciembre, los artículos comienzan a insistir en la necesidad de redactar una Constitución. El proyecto independentista ya está anunciado: “Un pueblo es pueblo antes de darse un rey”, escribirá. Y a partir del 15 de noviembre comenzará a cuestionar la identidad del rey y la legitimidad de la monarquía.

En apretada síntesis se puede decir que la secuencia desarrollada por La Gaceta permite distinguir tres momentos perfectamente articulados. Primero, se advierte sobre la realidad colonial de los pueblos americanos; luego, se esbozan los pasos a dar para definir las tareas emancipatorias y, finalmente, se convoca a elaborar una Constitución política que asegure nuestra independencia. Atendiendo a estos datos, no es arbitrario reconocer que la prensa escrita cumplió un rol decisivo en la gesta liberadora fijando objetivos, elaborando programas, creando lenguajes e incluso fijando mitos.

Personalidad fascinante la de Moreno. Lúcido, contradictorio, atrevido. Su vida pública fue breve y azarosa, pero esos seis meses en la Junta siguen brillando con un resplandor incandescente. Walter Benjamin dice que en épocas revolucionarias se rompe con la linealidad del tiempo, por lo que los acontecimientos y los hombres son dominados por un extraño e inquietante vértigo.

En su lucidez, en sus contradicciones, en su audacia intelectual, en sus obsesivas convicciones, en su fugacidad, la figura de Moreno sigue representando uno de los momentos más notables y persistentes de nuestra historia. Y la marca de sus actos nos continúa interpelando desde la irreductible tensión entre lo posible y lo deseable, entre el sometimiento a lo real y la voluntad de modelarlo desde la letra escrita y entre las exigencias de la acción, la tentación de los sueños y los imperativos de la razón.

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