El radicalismo y el bloque de los 44

No es una novedad destacar que las elecciones de febrero de 1946 marcaron un antes y un después en la política argentina. Por un lado, el peronismo se constituye como poder hegemónico y el liderazgo de Perón se fortalece a niveles apologéticos. La imprevista victoria del peronismo sobre la Unión Democrática puso en crisis a todos los partidos políticos opositores. La Unión Democrática se desintegró sin pena ni gloria. Los partidos socialista y comunista desaparecieron del Congreso y perdieron gravitación en el movimiento obrero; los conservadores vieron reducida su representación parlamentaria a un diputado, Reynaldo Pastor; y en el radicalismo se agudizó la lucha interna entre el joven bloque intransigente liderado por Moisés Lebensohn y la corriente unionista representada, entre otros, por Eduardo Laurencena.

En ese contexto se constituyó, en la Cámara de Diputados, el “Bloque de los 44”, en referencia al número de legisladores radicales electos, aunque al poco tiempo se transformó en un emblema político del partido y en un símbolo de la resistencia política y parlamentaria al régimen peronista.

La derrota de 1946 significó para la UCR el punto de partida de un proceso de renovación interna, que puso en un primer plano a dirigentes que habrían de desempeñar un rol político trascendente en los próximos años, incluso luego del derrocamiento del peronismo en 1945. Nombres como los de Balbín, Frondizi, Illia, Vítolo, Uranga, Alende, Perette, Lebensohn, Zabala Ortiz, Gabriel del Mazo, dan cuenta de una generación de políticos que incluye a dos presidentes de la Nación, ministros, legisladores y caudillos políticos relevantes en sus provincias.

Muchos de ellos se forjaron alrededor de los ideales socialdemócratas sostenidos por el Movimiento de Intransigencia y Renovación: otros provenían de lo que ya se conocía como el sabatinismo -en referencia al dirigente de Córdoba-; y los mayores, en algún momento, habían militado en el alvearismo. Por su parte, dirigentes como Dellepiane y Lebensohn se jactaban de haber participado en la década del treinta de las primeras exaltaciones nacionalistas y democráticas de Forja, mientras el joven Frondizi se destacaba por su participación en las instituciones defensoras de los derechos humanos y su abierta simpatía con la gesta de la república española.

Apenas incorporados a la Cámara, el “Bloque de los 44” constituyó su mesa directiva. El presidente fue Ricardo Balbín; y el vice, Arturo Frondizi. Participaron también de esa mesa los dirigentes Antonio Sobral, Luis Mac Kay, Oscar López Serrot y Pedro Zanoni. La hegemonía de la intransigencia estaba garantizada, pero el tema de fondo exigía decidir qué posición política asumiría la UCR ante el peronismo.

En el radicalismo de esos años, se iban a distinguir dos posiciones que en la vida real no serán tan tajantes: el unionismo conservador, para cuyos dirigentes el peronismo debía ser combatido en todos los terrenos; y la intransigencia, que compartía a rasgos generales la política social del peronismo, pero criticaba duramente sus afanes dictatoriales, su política represiva y el culto desmesurado e idolátrico al líder.

En el plano escabroso de la realidad estas diferencias eran más teóricas que prácticas, porque, a decir verdad, lo que se impuso fue el antiperonismo, entre otras cosas porque el régimen gobernante no dejaba márgenes para los matices, sobre todo cuando el atropello sistemático a las libertades públicas se fue transformando en una constante, en el rasgo decisivo del peronismo gobernante.

El “Bloque de los 44” seguirá manteniendo su nombre a lo largo de aquellos años inclementes, aunque su número real disminuyera por las propias vicisitudes electorales y porque algunos de sus destacados dirigentes fueron desaforados, suspendidos, y más de uno fue a dar con sus huesos a la cárcel, en tanto otros optaban por el exilio para preservar su libertad y salvar sus vidas.

Sería un error suponer que en el “Bloque…” hubo unanimidad, o que las posiciones sostenidas por sus integrantes respondían a una exclusiva lógica política. Había diferencias internas, algunas evidentes, otras más disimuladas. La disputa por espacios de poder era un lujo que los radicales no se privaban de sostener, incluso en los momentos más dramáticos. Pero más allá de las previsibles y hasta deseables diferencias, en lo que había un acuerdo básico era en defender las libertades y oponerse a los afanes totalitarios del peronismo; es decir, a las persecuciones, la abusiva propaganda oficial, las amenazas a toda disidencia, el culto desaforado a la personalidad, la demagogia ilimitada y, sobre todo, el afán deliberado de dividir al país entre buenos y malos, patriotas y antipatriotas, populares y porfiados enemigos del pueblo.

El primer enfrentamiento político público se produjo en ocasión de la reforma constitucional de 1949, promovida para asegurar la reelección de Perón, reforma en la que el régimen maniobró para viciar la representación de los constituyentes. El vocero de la UCR fue Moisés Lebensohn, quien se encargó de anunciar el retiro del bloque radical de las sesiones con la célebre consigna: “Volveremos, volveremos a dictar la Constitución que se merecen los argentinos”.

En los debates de aquellos años, abundaban los insultos, las burlas, alguna que otra escena pugilística y desafíos para batirse a duelo. A la hora de los debates, los radicales se hacían un picnic con los peronistas, un bloque donde muchos de sus legisladores, además de su inexperiencia, carecían de los refinamientos de la cultura parlamentaria, que los radicales mostraban a partir de una larga y rica tradición partidaria.

La respuesta del peronismo a las ironías, burlas o denuncias del radicalismo fueron los desafueros y las persecuciones. La primera víctima del aparato represor peronista fue Eduardo Sanmartino, el autor de la famosa y peyorativa frase del “aluvión zoológico”. Para fines de 1948, el diputado radical estaba afuera del Parlamento y del país. Su última chicana contra el régimen había sido la de acusarlo de rendir honores cortesanos a la esposa del presidente: “Un acto de servilismo que Mariano Moreno prohibió en 1810”.

Las palabras del legislador radical colmaron la paciencia de los peronistas. Otra vez los insultos, las silbatinas y las amenazas veladas y no tan veladas. En la misma sesión parlamentaria, Sanmartino optó por retirarse acompañado por algunos diputados, quienes fueron con él hasta la embajada de Uruguay. Montevideo se transformará, tal vez como en los tiempos de Rosas, en el refugio de los opositores al peronismo.

A Sanmartino lo sucedió Agustín Rodríguez Araya; y luego, Ricardo Balbín, Mauricio Yadarola y Atilio Cattáneo, estos dos últimos suspendidos. Balbín, por su parte, sumó al desafuero la cárcel en el presidio de Olmos. Los reclamos por su libertad se transformaron en una bandera de lucha de los radicales y del conjunto de la oposición. El afiche con el rostro de Balbín en la cárcel estaba en todos los hogares radicales y en las paredes de las universidades. Se trataba del presidente del “Bloque de los 44”, y de un radical que durante los años de la llamada “década infame” se había distinguido por sus enfrentamientos con los caudillos conservadores fraudulentos.

Corresponde destacar que en ese esforzado bloque participó una generación de políticos que sumaban, a su vocación militante y su honradez proverbial, una rigurosa formación teórica, una manifiesta preocupación por las ideas avanzadas de su tiempo y, en algunos de ellos, notables condiciones de liderazgo.

Por supuesto que cometieron errores y cayeron en excesos. El clima de la época y el carácter faccioso de la lucha empujaba en esa dirección. Lo que importa destacar en todo caso es que a pesar de las equivocaciones, fue la presencia militante de esos legisladores radicales la que puso límite a los afanes dictatoriales del peronismo. Sin ellos, el camino a la dictadura hubiera estado abierto. A título de anécdota, y para disponer de una idea aproximada de cómo se vivía en aquellos tiempos aciagos, conviene recordar que recién a fines de 1944, es decir, casi ocho años después de la llegada del peronismo al poder, un dirigente opositor, Arturo Frondizi, pudo al fin hablar por la radio.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *