Seguramente es la canción más conocida por los argentinos. El aprendizaje se inicia en la más tierna infancia y continúa a lo largo de los años. El Himno Nacional Argentino se canta en las escuelas, en los actos oficiales y en las celebraciones deportivas. Todos de pie, los acordes de la música y el clásico “Oíd mortales el grito sagrado”.
De sus autores sabemos los nombres. Se trata de Vicente López y Planes y Blas Parera, uno autor de la letra, el otro de la música; criollo uno, catalán el otro. Mucho más no se sabe. Puede que algunos curiosos recuerden las imágenes del salón de Mariquita Sánchez de Thompson, donde supuestamente se interpretó por primera vez el 14 de mayo de 1813, fecha tentativa porque no hay ninguna prueba documental de que así haya sido. La otra versión asegura que el Himno recién sacado del horno se estrenó el 25 de mayo de 1813, en la plaza de la Victoria, con los coristas alineados al lado de lo que ya se conocía como la Pirámide de Mayo.
Hay otras fechas para tener en cuenta. Una es la del 6 de mayo de 1813, cuando la Asamblea General Constituyente ordenó la creación de un Himno. La otra es la del 11 de mayo cuando fue oficialmente aprobado con el título de “Marcha Patriótica”. Más allá de las vicisitudes de las fechas, lo que importa saber es que el Himno Nacional es una creación histórica nacida en el contexto de la Revolución y destinada a honrar a través de la música y el canto a “la nueva y gloriosa Nación”.
No es casualidad que la iniciativa se haya concretado en 1813 y al calor de las profundas reformas promovidas por los patriotas. Dotar a la Revolución de un Himno significaba darle al pueblo un canto de batalla, que será entonado con inspirada emoción por soldados y civiles. El Himno se encuadraba en la línea de los procesos revolucionarios iniciados en Francia en 1789 y extendidos a América Latina en las primeras décadas del siglo XIX. Si los franceses “inventaron” la “Marsellesa”, los criollos hicieron lo mismo con el Himno Nacional. En todos los casos, se trataba de canciones que afirmaban los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad y convocaban a los pueblos a la lucha, una lucha que incluía el honor de morir con gloria en los campos de batalla.
En el contexto político del Río de la Plata, la aprobación del Himno anticipaba de una manera tácita la declaración de la Independencia. Basta releer su letra original o repasar el texto oficializado para advertir que la Revolución estaba abandonando la llamada “máscara fernandina”, y empezaba a asumir una identidad independentista.
El Himno Nacional aprobado en 1813 no es exactamente el mismo que nosotros conocemos en la actualidad. El poema ha sido reducido a dos estrofas y un estribillo, mientras que la música se alteró en dos ocasiones. Tampoco el título es el mismo. En su momento se lo conoció como “Marcha Patriótica”, luego como “Canción patriótica nacional” y recién en 1847 se habló por primera vez de Himno Nacional Argentino.
La música, por su parte, fue modificada en 1860 por Juan Pedro Esnaola. Luego, durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear se constituyó una comisión integrada por los compositores Florio Ugarte, Carlos López Buchardo y José André para estudiar algunas modificaciones. Fue allí cuando en una biblioteca se encontró un original de Blas Parera donado a la institución por los descendientes de Esteban de Luca. Entusiasmados por la novedad, los compositores decidieron dejar de lado las reformas de Esnaola y acondicionar el texto de Blas Parera. La flamante innovación se estrenó en el Teatro Colón el 25 de Mayo de ese año.
La reforma, según parece, dejó disconformes a muchos, motivo por el cual el 9 de Julio se convocaron frente a la Casa Rosada para entonar la versión tradicional. El desafío no le gustó nada a Alvear, pero la presión debe de haber sido alta porque el 20 de julio constituyó otra comisión encargada de trabajar una nueva versión, pero sobre la base del texto de Esnaola.
Con respecto al poema, se decidió acortarlo por razones diplomáticas. El 30 de marzo de 1900, y bajo la presidencia de Julio Roca, se resolvió suprimir para las ceremonias oficiales y escolares los textos en los que se trataba a los españoles como enemigos. En la actualidad ésta es la versión que se honra, aunque en los últimos años la música ha sido sometida a arreglos musicales que despertaron los recelos de los grupos más tradicionales. Me refiero a las versiones de Charly García, Lito Vitale y Jairo, entre otras. El conflicto llegó a la Justicia, y finalmente hubo un fallo que legitimó el derecho de los músicos a incluir los arreglos que estimasen más convenientes.
Si el Himno Nacional aprobado en 1813 tuvo un futuro rico en cambios, también contó con un pasado que merece conocerse, empezando por la biografía de sus autores. Por lo pronto, Vicente López y Planes antes de escribir el Himno escribió un poema que tituló “Triunfo argentino”. Recordemos que don Vicente peleó en Buenos Aires contra los ingleses, participó del Cabildo Abierto del 22 de mayo y apoyó públicamente a la Primera Junta. Más adelante, y luego de la renuncia de Rivadavia, fue presidente provisional, se desempeñó como funcionario de Rosas y, luego de Caseros, fue designado por Urquiza gobernador de la provincia de Buenos Aires. En esa condición estuvo presente en San Nicolás de los Arroyos para firmar el tratado que luego le habría de costar el cargo de gobernador.
López y Planes nació en 1785. Estudió en el Colegio San Carlos y, luego, en la Universidad de Chuquisaca. Murió en octubre de 1856. Para esa fecha ya era un prócer reconocido, honor que no le impidió a Paul Groussac calificarlo despectivamente de “venerable comodín”.
Por su parte, Blas Parera nació en Murcia, España, en febrero de 1776. Según se sabe, llegó a América en 1793 y al Río de la Plata en 1797. Sus biógrafos aseguran que era un músico mediocre, a lo sumo prolijo y muy laborioso, pero nada más. Enseñó música en la escuela San Francisco de Montevideo y en el Colegio de los Niños Expósitos de Buenos Aires. En 1806 se incorporó a las milicias que pelearon contra las Invasiones Inglesas. Para esa fecha se casó con una de sus alumnas. Se dice que en algún momento las autoridades revolucionarias le encargaron la música de una marcha patriótica. Demoró cuatro años en componerla y por el trabajo le pagaron doscientos pesos, una suma muy baja, incluso para la época. Parera regresó a España en 1818. Allí murió en el más oscuro anonimato, en 1840.
La leyenda más edulcorada asegura que el 24 de mayo de 1812 en la Casa de la Comedia se estrenó la obra de Parera titulada “El 25 de mayo”. Según se cuenta, López y Planes estaba entre el público y la obra lo inspiró de tal manera que regresó a su casa y de una sentada escribió el poema. La leyenda, por supuesto, no está confirmada. Sí se sabe que el Himno de López y Planes compitió con la versión escrita por Fray Cayetano Rodríguez. Por suerte para todos, ganó la versión actual.
La otra hipótesis que circula afirma que López y Planes tomó como modelo el “Canto guerrero para los asturianos”, escrito por don Gaspar Melchor de Jovellanos, uno de los grandes y entrañables liberales de España, alguien a quien muchos años después Carlos Marx calificaría como “un amigo del pueblo”.
El himno de Jovellanos posee el ritmo, la métrica e imágenes muy parecidas, demasiado parecidas, a la versión de López y Planes. ¿Plagio? Yo no sería tan duro. En las agitadas jornadas revolucionarias de entonces todo se hacía a fuerza de inspiración. Lo más probable es que, exigido por los tiempos, nuestro poeta haya tomado como base el hermoso poema de Jovellanos y lo haya adaptado a nuestra realidad. Detalles más, detalles menos, lo que importa como hecho cultural y político no es si hubo o no copia, sino el hecho histórico de que los argentinos nos apropiamos del texto de López y Planes y lo hicimos nuestro.