Gustavo Durán, el comunismo y Braden

Gustavo Durán nació en Barcelona en 1906 y murió en Grecia en 1969. Vivió algo más de sesenta años, pero dispuso de la singular virtud de incluir en su vida varias vidas. No tenía veinte años y ya se destacaba como un eximio pianista y uno de los discípulos preferidos de Manuel de Falla. Vivió en Madrid en la célebre Residencia de Estudiantes, donde compartió jornadas de literatura, conspiración política y borrascas amorosas con Pablo Neruda, Federico García Lorca y Rafael Alberti. Fue, más que amigo, amigote, de Luis Buñuel y Salvador Dalí.

Ya para esos años se distinguía por su inteligencia, su belleza física, su audacia y su bisexualidad militante. En el Museo de las Palmas de Canarias, el visitante puede apreciar un cuadro de Néstor Martín Fernández de la Torre. Se llama “Poema del Atlántico”. En la escena se destaca un joven rubio desnudo haciendo la plancha en las aguas. Ese joven es Gustavo Durán.

Cuando en 1936 se inició la guerra civil, Durán habrá de probar que era algo más que un buen pianista y una cara bonita. Rápidamente se identificará con la causa republicana y su participación militar en la defensa de Madrid será notable. Su desempeño en los frentes de guerra y en tareas de inteligencia le permitirán ser ascendido a Coronel antes de los treinta y cinco años. Según el escritor soviético Ilyá Ehrenburg, Durán era el paradigma ideal del intelectual en armas. Algo de cierto debe de haber habido en esa valoración, porque André Malraux lo incluye en su novela “La esperanza”. Por su parte, Ernest Hemingway lo incorpora con nombre y apellido en “Por quien doblan las campanas”.

Derrotada la República, Durán se exilia primero en Inglaterra y luego en Estados Unidos. Se casa con Bonte Crapton, la mujer que le abre las puertas de la aristocracia inglesa y de la primera línea de la diplomacia norteamericana. El cuñado de Crapton lo relaciona con el denominado Círculo de Cambridge, una curiosa “logia” de aristócratas ingleses que espían para la URSS en Londres.

En Estados Unidos trabaja en el Museo de Arte Moderno, se codea con la elegante alta sociedad neoyorquina, protagoniza amores borrascosos con hombres y mujeres y en algún momento se suma a la actividad diplomática. Curioso. Acusado de comunista por los franquistas, de traidor a la revolución por los estalinistas y de agente doble por los socialistas, Durán se las ingenia a fuerza de talento, simpatía y capacidad de intriga para participar en los principales acontecimientos de su tiempo.

A mediados de los años cuarenta está en Cuba con Hemingway. En realidad es la mano derecha del embajador de EEUU, Spruille Braden. Su tarea: investigar las posibles conspiraciones de los nazis en la región. Cuando en mayo de 1945 Braden es designado por Roosevelt embajador en la Argentina, Durán se traslada a Buenos Aires para continuar con su labor de secretario privado.

En Buenos Aires seguirá haciendo de las suyas. Su amistad con Rafael Alberti y María Teresa de León, le permitirá acceder al círculo de Victoria Ocampo, quien está fascinada por este joven que aún no tiene cuarenta años y es ponderado por su audacia política y su sensibilidad artística. En esos meses Durán frecuenta la residencia de Victoria en San Isidro. Algunas de estas visitas las conocemos por la correspondencia de ella con Roger Caillois. De todos modos, no deja de ser sorprendente esta relación de la directora de la revista Sur, con el bon vivant, coronel exiliado de la República, funcionario del Departamento de Estado y marxista confeso. La propia Victoria confiesa su asombro por este muchacho acreditado por la embajada norteamericana que intenta convencerla entre conciertos de piano y veladas literarias, de la superioridad moral y estética del comunismo sobre el capitalismo.

No solo en tertulias literarias participa este hombre que asombra a sus amigos porteños por sus habilidades y virtudes estéticas. Además hace política. Y vaya si la hace. Durán es el hombre que le da letra a Braden para atacar a Perón, a quien no duda en calificar como un agente nazi que lo menos que se merece es ser trasladado a Núremberg. El célebre “Libro Azul” publicado por el Departamento de Estado y que generó tantas controversias, fue escrito por él.

Perón en su momento lo denunciará con nombre y apellido. La presencia de Durán al lado de Braden justificaría algunas de sus versiones más conspirativas, particularmente aquella que sostiene que su gobierno es víctima de una intriga de capitalistas y comunistas. Al respecto, conviene tener presente para no caer en la celada de las teorías conspirativas urdidas por Perón, que a fines de la segunda guerra mundial la colaboración entre EEUU y la URSS generará en sectores progresistas algunas ilusiones de confluencia entre ambos sistemas.

La expresión más alta de esa expectativa la dará el secretario general del Partido Comunista yanqui, Earl Browder. Por supuesto, el “browderismo” tendrá corta vida y el propio Browder será finalmente expulsado del Partido Comunista, pero para 1945 esa suerte de colaboración entre capitalistas y roosveltianos y comunistas occidentales parecía funcionar.

Después está la personalidad intrigante de Durán. Su talento para pensar estrategias y seducir a personajes tan opuestos como Victoria Ocampo y Victorio Codovilla. No me consta que la estrategia de los comunistas argentinos de integrar la Unión Democrática y denunciar a Perón como agente nazi provenía exclusivamente de Durán. Pero no se debe descartar la influencia que este intrigante profesional tuvo en ella.

Digamos, para disipar leyendas y mitos, que Braden y Durán estuvieron en la Argentina apenas cuatro meses. Por supuesto que dieron que hablar. Una de las principales consignas de Perón para las elecciones de febrero de 1946 fue precisamente “Braden o Perón”, una consigna que por su eficacia hoy hubiera envidiado Durán Barba, aunque para cuando esta consigna estaba en la calle, Braden vivía en EEUU. Muchos años después, la juventud maravillosa que descubría al peronismo, creía que Braden prácticamente había vivido en Buenos Aires desde 1810. Nada que ver. No solo estuvo apenas cuatro meses, sino que estaba a miles de kilómetros de distancia cuando se produjo el 17 de octubre.

Bien por Perón por su astucia. Asimismo habría que preguntarles a los impúberes de la juventud maravillosa que creían que con el viejo carcamán harían el socialismo nacional, por qué misteriosa razón Braden era el demonio en 1945 y meses después el siguiente embajador norteamericano, George S. Messersmith, se transformará en un personaje dotado de virtudes tan eximias que le permitirán recibir de mano del general la medalla a la lealtad peronista y la orden del Libertador General San Martín, honores que ningún otro presidente de la Nación le otorgará a un embajador norteamericano. Genialidades tácticas del Viejo, como decían los candorosos chicos de la Tendencia.

Durán mientras tanto regresa a EEUU y poco tiempo después debe afrontar las acusaciones de comunista por parte del senador Joseph McCarthy. El hombre dispone de las relaciones y las habilidades necesarias como para zafar de los zarpazos del Tío Joe. De todos modos, debe renunciar a su cargo en el Departamento de Estado, pero continuará como diplomático de las Naciones Unidas.

Pocos años después, lo encontramos en el Congo presidiendo una delegación de la ONU contra el colonialismo. Finalmente se traslada como diplomático a Grecia. Allí inicia relaciones amorosas con el poeta español Jaime Gil de Biedma, quien en nombre de esa pasión le dedica el poema “Para Gustavo en sus sesenta años”.

Durán murió el 26 de marzo de 1969 en la isla de Creta. Cuando lo sorprendió el infarto estaba leyendo el Quijote. Por orden suya fue enterrado bajo un olivo en el pueblito cretense de Alones. Dos biografías fueron publicadas en estos años: “El soldado de porcelana”, de Horacio Vázquez Rial y “El comandante Durán”, de Javier Juárez. Falta la película. A lo cholulo, digo que al personaje lo debería interpretar el mismo Robert Redford que interpretó “El Gran Gatsby”.

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