Un paseo por la Costanera

Noche oscura y fría. Podemos permitir imaginar algo de bruma, una leve neblina que parece llegar desde el este. El auto estacionó a media cuadra. Un señor con sobretodo y sombrero subió al vehículo que enderezó en dirección al norte. Al auto lo manejaba un muchacho. En el asiento de atrás dos hombres mayores conversan en voz baja. La ciudad duerme. El auto toma la costanera y a muy baja velocidad comienza a recorrer la avenida. Al costado, el río. La soledad apenas se interrumpe por el paso de otro auto o algún carro tirado por un matungo viejo.

Los dos hombres mayores vestidos con ropas oscuras continúan conversando en voz baja. El hombre que subió al auto se llama Juan B. Justo; el que conversa con él es Hipólito Yrigoyen. La escena se desarrolla en el mes de junio de 1927 en la ciudad de Buenos Aires.

¿Por qué conversan estos dos políticos veteranos en un auto, casi en el anonimato? Yrigoyen y Justo se conocen desde hace años, tal vez desde las jornadas conocidas como la Revolución del Noventa. Sus diferencias son tan públicas como notorias. Son diferencias políticas, no personales, pero esas diferencias parecen ser irreductibles. Yrigoyen nunca se refiere a sus adversarios políticos; Justo se mantiene leal a su convicción de atacar ideas, no hombres. De más está decir que los dos son hombres de honor, hombres que respetan y se respetan. ¿Qué hacen ahora conversando en un auto que recorre la costanera de norte a sur y de sur a norte?

No están paseando; no están disfrutando del paisaje de un río que parece no tener orillas. Están hablando de política por supuesto. Son hombres para quienes cada uno de sus actos está marcado por la política. Nada de lo que hacen es ajeno a lo que representa la pasión de sus vidas. Pero, ¿por qué en un auto habiendo tantos lugares donde reunirse: una casa, el casco de alguna estancia, una oficina? No hay respuestas. Lo cierto es que a cierta hora de la noche de un día de semana de junio de 1927, Yrigoyen y Justo conversan en voz baja.

¿Qué está ocurriendo en la Argentina para ese año? El presidente de la Nación es Marcelo T. de Alvear. Está concluyendo su mandato. Hay elecciones nacionales previstas para el año siguiente. Ya se sabe que los radicales van a llevar de candidato a Yrigoyen, al Peludo, como le dicen los que no lo quieren. También la oposición está definiendo sus candidatos. El radicalismo antipersonalista proclama a Leopoldo Melo y Vicente Gallo. Melo, alguna vez abogado de la familia Vasena, es famoso en estos años porque está imputado en el negociado por la Sucesión Barolo. También es el autor de la célebre frase: “La encrucijada alevosa del cuarto oscuro”.

La candidatura será apoyada por los conservadores. En algún momento -pero nos estamos adelantando a los acontecimientos- dará su apoyo a esta fórmula una facción disidente del Partido Socialista, los socialistas independientes dirigidos por los jóvenes más brillantes, más audaces y más controvertidos del viejo partido, entre los que se destacan Antonio Di Tomaso y Federico Pinedo.

Desde hace un tiempo los radicales antipersonalistas presionan a Alvear para que intervenga la provincia de Buenos Aires gobernada por un yrigoyenista y ponga un hombre de su confianza. La especulación es previsible: si se ganan las elecciones en provincia de Buenos Aires se gana la presidencia de la Nación. Pero hay un inconveniente: Alvear se opone. Mejor dicho, se opone a hacerlo por decreto. Sus diferencias con Yrigoyen son conocidas, pero no quiere quedar “pegado” con sus amigos antipersonalistas de los que sospecha que son cada vez más conservadores y menos radicales. No se va a equivocar don Hipólito cuando unos años más tarde le diga a sus correligionarios: “Síganlo a Marcelo, no tiene mística pero es radical”.

¿El alvearismo no es lo mismo que el antipersonalismo? No es exactamente lo mismo. Y la disputa por la provincia de Buenos Aires así lo demuestra. Dirá Alvear, para referirse a estas presiones de los antipersonalistas con los cuales ha mantenido hasta hace unos meses una relación que podremos calificar de amistosa: “Para mí era preferible soportar la crítica de los amigos y aún caer del gobierno con las manos limpias y la conciencia tranquila, antes que adoptar una medida que iba a destruir la política institucional”.

Alvear no se priva de decir lo que piensa. Es impulsivo, “carajeador”, dispuesto si es necesario a irse a las manos en defensa de su hombría de bien. Los comedidos cuentan que cuando las presiones de los antipersonalistas para intervenir Buenos Aires se hicieron más intensas, los despidió con las siguientes palabras: “A mí no me vengan a joder con la intervención. Arréglense solos si son guapos y ganen si son más”.

José Luis Cantilo, yrigoyenista leal, pudo concluir su mandato como gobernador de la provincia. Yrigoyen sugiere -Yrigoyen siempre sugería- que el candidato a gobernador fuera Delfor del Valle, director del diario radical La Época e yrigoyenista de paladar negro. Los antipersonalistas ponen el grito en el cielo. Alvear también.

Yrigoyen escucha, evalúa y negocia. Don Hipólito es un político implacable, pero llegado el caso es un negociador nato. Se baja el nombre de Delfor del Valle y en su lugar se propone a Valentín Vergara, también yrigoyenista pero más moderado. Alvear acepta. Los antipersonalistas se quedan con las ganas. En 1926 Vergara es elegido gobernador.

En el año 1927 abundarán las maniobras y las intrigas. Los conservadores controlan provincias como Córdoba, Corrientes, Salta y San Luis. Los antipersonalistas gobiernan en Entre Ríos y Santa Fe. San Juan y Mendoza están en conflicto. Allí gobiernan los Lencinas y los Cantoni, antiyrigoyenistas que serán intervenidos a través de graves conflictos institucionales. Las elecciones se ganaban con votos, pero los votos se ganaban controlando provincias.

Conservadores y antipersonalistas suponen que en 1928 llegará su hora. Pero para que la estrategia sea perfecta se impone intervenir Buenos Aires. No pueden hacerlo. Alvear no firma el decreto y en el Congreso conservadores y radicales están equilibrados. Los únicos que pueden desequilibrar son los socialistas.

El socialismo es un opositor duro contra Yrigoyen, pero en principio parecería que no están dispuestos a hacerle el juego a los conservadores, considerados como socios de los radicales en lo que califican como política criolla. De pronto, el diputado Adolfo Dickmann presenta un pedido de intervención a la provincia. ¿Qué pasó? En la Legislatura bonaerense radicales y conservadores de Alberto Barceló han votado una ley que autoriza la ruleta en Mar del Plata.

Comienzan las presiones. Los socialistas bonaerenses no están del todo conformes con lo que hacen los dirigentes nacionales de su partido. Asimismo, los radicales no ahorran críticas contra los socialistas. Lo más liviano que le dicen es “contubernistas”, esa palabra impresa por don Hipólito para calificar al acuerdo entre conservadores y antipersonalistas. Ahora suma al contubernio “el malón socialista dirigido por los pulcros directores de La Vanguardia”.

La crisis es aguda. Los radicales no se pueden permitir perder Buenos Aires. Los socialistas están presionados por sus bases que desconfían de una intervención que favorece a los conservadores. En la ciudad de Buenos Aires, Pinedo y Di Tomaso, alientan la intervención, lo que despierta los recelos de Justo cada vez más hostil contra los que califica como jóvenes insolentes

El auto sigue por la Costanera. “Suspenda las casas de juego”, le dice Justo a Yrigoyen. Don Hipólito le asegura que “mañana mismo”. “En este caso, le garantizo doctor Yrigoyen, que el Socialismo no se prestará para apoyar una actitud de aparcería política”. Don Hipólito escucha y responde con voz algo quebrada: “No esperaba otra cosa de su señoría”. Como dice el tango: eran otros hombres, más hombres los nuestros.

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