De Cristina a Macri

Para más de un peronista el kirchnerismo es un fenómeno externo, una plaga que afecta al movimiento nacional, plaga a la que hay que combatir en el plazo más breve posible. No comparto este punto de vista. Entiendo la aflicción del peronismo, pero son los peronistas los que no entienden, no quieren o no les conviene entender, que el kirchnerismo es una creación propia, una versión auténtica y genuina del peronismo, tan auténtica y genuina como lo fue el menemismo o lo fueron Isabel, Lastiri y López Rega.

¿Esto quiere decir que todos los peronistas son iguales? Por supuesto que no. Hay diferentes modos de ser peronista. Se es peronista desde diversos lugares políticos e ideológicos, pero esa diversidad de perfiles no niega la identidad peronista que los expresa y los contiene a todos.

Peronismo de cambio de siglo

El kirchnerismo es el peronismo de los primeros quince años de este siglo. ¿Alguna duda al respecto? Guste o no, el kirchnerismo es un “invento” del peronismo. Ni fenómeno externo, ni extravagancia cultural. Néstor, Cristina y su corte solo pueden existir en el peronismo y en ninguna otra parte. Solo el peronismo es capaz de engendrarlos, como solo el peronismo es capaz de parir un Pata Medina. Es más, en la actualidad el kirchnerismo es la versión más representativa del peronismo, con un liderazgo que por el momento no encuentra ningún otro que le haga sombra. El hecho mismo de debatir si el kirchnerismo es o no peronista -como en su momento se discutió si el menemismo lo era- no deja de ser un asombroso exotismo criollo. Solo en la Argentina y solo en el peronismo pueden debatirse estas cuestiones que en cualquier otro lugar serían disparatadas y patéticas.

Lo siento entonces por los peronistas, pero el kirchnerismo existe y hasta tanto se demuestre lo contario es su versión mayoritaria. Su probable derrota electoral el próximo domingo 22 de octubre lo irá erosionando como corriente política, pero el proceso será relativamente lento. De todos modos, el balance no puede ser más desolador. Los principales dirigentes kirchneristas están procesados y algunos entre rejas. Su máxima dirigente, con su círculo familiar incluido, sabe que los próximos años los pasará dando explicaciones a los jueces o contándoles cuitas a sus carceleros. Pero el derrumbe político del kirchnerismo no significa el nacimiento inmediato de un nuevo liderazgo. Es más, la transición interna del peronismo hacia un nuevo liderazgo amenaza con ser exasperadamente lenta, una prolongada peregrinación por el llano, lejos del Estado y sus sensuales beneficios, una amenaza letal y temible para una fuerza política subyugada por el becerro de oro del poder.

¿El kirchnerismo está siendo derrotado por la magnífica gestión de Macri o por sus propios errores? Difícil dar una respuesta concluyente. Lo único cierto es que hoy Cristina huele a derrota. Sus errores, claro está, han sido decisivos. El kirchnerismo en el ocaso de su existencia política se revela como un formidable y desmesurado error. Formidable y desmesurado, porque los contratiempos en lugar de estimular rectificaciones han provocado efectos inversos: más errores, más diagnósticos equivocados y creciente marginalidad. Es así. El kirchnerismo en las actuales condiciones, y atendiendo los actos y declaraciones de sus dirigentes, avanza hacia una creciente y empecinada marginalidad.

¿Y los aciertos de Macri? Han sido importantes, pero convengamos que los errores del kirchnerismo fueron decisivos a la hora de instalar a Cambiemos como una fuerza política nacional cada vez más legitimada. Objetivamente Macri no ha hecho maravillas. Su principal capital político es esa vocación por lo normal, lo normal con sus luces y sombras, con sus virtudes y rutinas. Cambiemos no intimida, no inspira miedo, no asusta. Es empecinadamente previsible. Y esa previsibilidad es la que estima la sociedad luego de doce años de disparates.

No se equivocan del todo algunos peronistas cuando señalan que el macrismo existe gracias al kirchnerismo. No se equivocan en la observación del hecho, pero se equivocan en sus conclusiones. En política toda fuerza nueva se constituye en contraste con el pasado que debe superar. Yrigoyen contra el régimen; Perón contra Braden; Alfonsín contra la dictadura militar… Macri contra el kirchnerismo.

Gradualismo, la clave

Lo novedoso, en todo caso, es que Cambiemos se está perfilando como la primera fuerza política de las últimas décadas que aseguraría la gobernabilidad desde una identidad no peronista. Ese desplazamiento desde el populismo hacia una legitimidad republicana y liberal se hace desde una de las herramientas claves del poder político de Cambiemos: el gradualismo, es decir la transición lenta, a veces zigzagueante, a veces contradictoria, desde el populismo kirchnerista a la república democrática y liberal (si no les gusta esta denominación pueden ponerle otra, pero el contenido en sus líneas generales es el mismo).

Curioso. A Cambiemos se le reprocha no comunicar con precisión sus objetivos e incluso sus logros, sin embargo, y a contrapelo de ese lugar común, su mérito principal ha sido convencer a la sociedad que más allá de errores, carencias y asignaturas pendientes la dirección tomada es la correcta. Para exasperación del populismo, la sociedad ha percibido que el gobierno en sus líneas generales está haciendo las cosas bien, bondades que se resaltan cuando se toma conciencia desde dónde se viene, o los peligros que nos acecharían si regresara al poder la cleptocracia que perdió el gobierno en 2015.

Que una suerte de nulidad política como Esteban Bullrich, un personaje que tal vez sea una buena persona pero políticamente es un cero a la izquierda, esté a punto de ganarle a la Señora, es una de las lecciones más elocuentes del tamaño de la derrota política y moral del kirchnerismo. Está claro que Bullrich no va a ganar por su carisma o su sabiduría, ganará porque votando a él se vota a María Eugenia Vidal y de alguna manera a Mauricio Macri o a Cambiemos.

El candidato es Bullrich, pero podría haber sido el Capitán Piluso el Gaucho Hormiga Negra o Isidorito Cañones. Lo que se vota es una esperanza o en todo caso un rechazo, el rechazo al rostro visible de la experiencia política más corrupta y dañina que hayamos padecido los argentinos.

En el futuro los historiadores se interrogarán acerca de lo que les pudo pasar a los argentinos para aceptar que una mujer -cuyas incompetencias son cada vez más visibles- haya dirigido los destinos del país y multitudes en su momento hayan creído en ella. En tiempo presente, los analistas políticos se preguntan sobre la torpeza de una dirigente que proclama a Boudou candidato a vicepresidente, al Morsa Fernández candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, o rechaza comicios internos con Randazzo con lo que precipita su derrota.

Todas las representaciones simbólicas e imaginarias que el kirchnerismo se ha hecho de sí mismo han estado equivocadas. En algunos casos como consecuencia de la alienación política, y en otras, sencillamente por su naturaleza farsesca. Plagiando a Perón, podría decirse que Macri está donde está no tanto por sus aciertos como por haber sido precedido por el kirchnerismo. Dicho con otras palabras, el principal responsable de Macri es Cristina.

¿Ningún mérito para Macri? Los que corresponden. Convengamos que para ser el hombre indicado en el lugar y el momento indicado se exigen ciertas condiciones. No hay fatalidad en la historia ni está dominada por fuerzas ciegas y fatales. Macri está donde está porque a su manera supo entender mejor que nadie el tiempo que vivía y dar las respuestas adecuadas para ello. Dispuso como todos los políticos que ganan, una cuota importante de suerte o el favor discreto de los dioses, pero en lo fundamental es el que mejor supo expresar la solución política a la crisis del populismo. Le puede ir bien o regular, pero ya es difícil que le vaya mal. Y aunque los populistas trinen, hay razonables posibilidades de que le vaya bien.

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