Las islas Malvinas no valen una gota de sangre argentina

Las  islas Malvinas no valen, no deben valer, una gota de sangre argentina. Si a este principio lo hubiéramos tenido en cuenta, hoy no estaríamos lamentando a los muchachos muertos, suicidados y despreciados. Las Malvinas no valen una gota de sangre argentina. Reclamemos lo que haya que reclamar, pero ése es el límite. Que cada padre, cada madre reflexione a fondo acerca de si están dispuestos a permitir que su hijos mueran por una causa que desde que los fascistas del Operativo Cóndor la inventaron en los años sesenta, sólo sirvió para atizar las peores pasiones y perpetrar los fraudes políticos más colosales.

El 2 de abril es una fecha nefasta y tramposa. Nefasta, porque da cuenta de una invasión perpetrada por una dictadura militar con el afán de perpetuarse en el poder; tramposa, porque debe ser el único caso en el mundo donde se reivindica una derrota, una derrota sin atenuantes que produjo como resultado que perdiéramos las posibilidades reales de recuperar las islas, salvo que alguien crea que perder una guerra no provoca consecuencias.

El aniversario del 2 de abril fue un invento de los militares que Alfonsín derogó, pero luego De la Rúa puso en vigencia para congraciarse con lo peor de las Fuerzas Armadas y contraponerla al 24 de marzo o, ¿por qué que no?, con el 30 de marzo de 1982, la fecha en la que el pueblo salió a la calle a protestar contra la dictadura y recibió como moneda de cambio palos y garrotes. ¡Ironías de la vida! Un par de semanas después, ese mismo pueblo salía a la calle para vivar hasta enronquecerse a Galtieri, cuando infatuado y ebrio de orgullo militar decía desde el balcón de la Casa Rosada: “Si quieren venir que vengan. Les presentaremos batalla”. Y los ingleses vinieron.

La cultura malvinera dispone de otro artificio efectivo: su carácter de farsa. Fue ese aspecto el que tuvieron en cuenta militares que, al decir de Borges, en su vida oyeron silbar una bala, para iniciar su empresa soberana. Hoy, se sabe que los bravos generales invadieron las Malvinas con la certeza de que los ingleses no iban a reaccionar. El negocio era redondo: posar de valientes gratis y ganarse el corazón de quienes viven una causa política como si estuvieran en una cancha de fútbol. ¿Exagero? No tanto. ¿O acaso no fueron el Mundial de 1978 y las Malvinas los dos momentos en que los militares despertaron pasiones populares? En el lenguaje callejero, a los que proceden de esa manera se les dice “cuenteros”, calificación liviana para referirse a quienes después de sembrar con impunidad el terror y la muerte puertas adentro, salieron afuera a hacer lo mismo y, fieles a su estilo, mandaron a la muerte a nuestros muchachos, a la muerte, la locura y la desolación.

La Argentina dispone de buenas razones para reclamar la soberanía sobre las islas Malvinas. El problema es que cuando se reactiva el dispositivo malvinero no son las razones las que pesan sino las pasiones, las pasiones del peor y más peligroso nacionalismo guerrero. Ya tuvimos la oportunidad de apreciarlo en 1982. Sin esa pulsión guerrera, sin esa pasión por ir a la muerte en nombre de la patria, el reclamo por Malvinas sería apenas un trámite.

No hay reclamo por Malvinas sin el afán de prepararse para la guerra. Según el relato nacionalista, la Argentina fue mutilada por las intrigas de las grandes potencias. La Patria Grande debe ser recuperada. Es curioso, tenemos dos millones y medio de kilómetros cuadrados de extensión, de los cuales más de la mitad están casi vacíos, pero nuestros nacionalistas baten el parche sobre la supuesta mutilación territorial.

No deberíamos declarar feriado patrio una fecha que, además de una derrota fue un fraude político y moral. Menos los muertos, todo fue un fraude. Fue un fraude la invasión, el “coraje” de Astiz, las consignas al estilo “Vamos ganando”. Un fraude y un disparate macabro. La pregunta a hacerse es la siguiente: ¿cabía esperar otra cosa? Guste o no, Malvinas es un “invento” del poder para estafar a la gente, para distraerla de los verdaderos problemas de la Nación. Un invento consumido por quienes suponen que la patria es un moloch que reclama periódicos sacrificios.

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