Nunca me olvides

Mi amigo Pablo siempre me decía que casarse era un error, pero mucho peor era separarse y después intentar el regreso. Eso decía. Y se moría de risa mientras predicaba sus conclusiones. Una vez me dijo que de la esposa uno se puede separar, pero de lo que uno nunca podrá separarse es de la ex esposa. Hagas lo que hagas ella siempre estará allí, como la mala suerte o como el mal aliento.

Mi amigo Pablo murió hace unos años. El alcohol, la soledad y la pobreza no perdonan. Y  él lo sabía. Vaya si lo sabía. La tarde en que lo enterraron yo no estaba en la ciudad y, según me contaron después, la única que se hizo presente en el cementerio fue su esposa, su ex esposa.

Claro que debería haberle llevado el apunte a mi amigo Pablo. Pero cuando uno está enredado en estos fandangos no se acuerda de los buenos consejos. O no quiere acordarse. A cierta edad es muy raro equivocare por ignorancia. Sobre todo en estos temas. No, no nos equivocamos, yo por lo menos no me equivoco. Lo que hacemos es mantenernos fiel a nuestro destino. ¿Muy retórico? Puede ser, pero no se me ocurre nada mejor para designar ese modo, ese estilo de empecinarnos en el error.

Hacía tres o cuatro meses que me había separado de Claudia. No sé si la que tomó la decisión fue ella o fui yo. Para el caso importa poco. Yo preparé mi valija y me fui. Alguna ropa, algunos libros y no mucho más. Ligero de equipaje, como le gustaba decir a Machado.

Me fui a un hotel. En realidad a un hotelucho de mala muerte que era lo único que me permitía poder pagar en aquellos tiempos. Suponía que había hecho lo que correspondía. No estaba particularmente feliz por haberme separado, pero tampoco estaba triste. Por lo menos eso es lo que creía. Para esa época, además, me había enredado con una flaca que al poco tiempo de empezar a salir me dijo que estaba embarazada de un músico que ahora andaba de gira por algún lugar del mundo.

Una noche, con unas copas de más, me confesó que estaba decidida a abortar. Le contesté que estaba dispuesto a acompañarla. Todo quedó ahí. Incluso, yo me olvidé de esa confidencia, pero una par de día después fui a su casa y la encontré llorando. Como pude me las ingenié para preguntarle los motivos de tantas lágrimas y me contestó que el responsable de ellas era yo. Después me trató de insensible, desagradecido y no sé cuántas lisonjas más. Casi al final de la escena me explicó –en realidad me escupió- que si alguna duda tenía respecto de mi condición de canalla, esta se había disipado cuando le dije –juro que con las intenciones más puras del mundo- que la acompañaría a hacerse un aborto.

-Sos una basura, un hijo de puta…te importa una mierda lo que que me pasa…

Intenté explicarle que esas escenas y esos insultos se los debía hacer a otro y no a mí, pero todo fue en vano. Me fui de su casa cuando ya se estaba durmiendo y me prometí a mí mismo no verla nunca más, promesa que como muy bien lo sé uno hace con las mejores intenciones pero nunca está decidido a cumplirlas.

Mientras caminaba de regreso a la pensión se me ocurrió que había llegado la hora de hablar con Claudia y pedirle disculpas por lo ocurrido. No sé por qué se me ocurrió semejante cosa, pero se me ocurrió. Y me conozco lo suficiente como para saber que cuando me nacen esas inspiraciones hasta que no las cumplo no paro.

Claudia para esa época trabajaba en una librería del centro, una librería chiquita que funcionaba en una galería. A la librería se la había comprado a un matrimonio amigo que por esas cosas que nos pasan periódicamente a los argentinos, un día decidieron irse a vivir a Europa, creo que a Barcelona o a un lugar parecido.

En esa librería trabajaba mañana y tarde e incluso a veces almorzaba allí, como un  pajarito, pero almuerzo al fin. Sinceramente no sé si esa librería le dejaba algún peso, porque las pocas veces que pasé por allí nunca había clientes y las estanterías estaban bastante despobladas, pero cuando alguna vez me animé a hacerle una pequeña observación se molestó mucho y me contestó que no me metiera en sus asuntos y mucho menos en temas que yo no entendía un pito.

Cuando entré al local –un cuchutril metido en una galería que alguna vez había sido importante- no había nadie, salvo ella, claro está, sentada en una silla al fondo y tejiendo. Sí, claro, tejiendo. Cosas de mujeres, como dice mi amigo. Cuando vivíamos juntos, Claudia despotricaba contra una vida que, según ella, la embrutecía, entre otras cosas porque en lugar de leer se la pasaba trajinando en miserables actividades domésticas. Yo la dejaba hablar y no le decía nada. ¿Para qué? Ya se sabe que cuando las mujeres se quejan en estos términos es porque la culpa de sus desgracias las tiene el tipo que está al lado de ella –yo en este caso- incapaz de ofrecerle una propuesta de vida interesante, como si la responsabilidad de forjar una “vida interesante” dependiera de mí.

Pues bien; ahora no estaba yo a su lado y además trabajaba rodeada de libros su “exclusiva fuente de inspiración”, como me decía con tono de reproche, pero las dos o tres veces que pasé por allí siempre la encontré tejiendo. La saludé con un beso. Me lo devolvió, algo que habitualmente no hacía. Me besó y noté que se alegraba de verme.

-Estás muy linda –le dije. Y en realidad, lo estaba. Claudia es una linda mujer. Yo lo sé y ella también lo sabe. Y, como suele pasar en estos casos, noté que desde que nos separamos se ocupaba más de ella misma. Detalles. La ropa, los aros, el pelo, la sonrisa. Inefable mi amigo predicaba: “Se acuerdan de ponerse lindas cuando se quedan solas…”.

-Soy una mujer hermosa- me respondió y se río, como dando a entender que no debía darle importancia a lo que decía.

Conversamos un rato de bueyes perdidos. Le comenté que lo que estaba haciendo y me escuchó con atención y en algún momento me tomó de la mano como le gustaba hacerlo cuando estábamos juntos y yo le hablaba de mis cosas y ella me escuchaba en silencio. En realidad no estaba haciendo nada. O casi nada. Desde hacía más de un año estaba sin trabajo, la plata que me quedaba me alcanzaba con suerte y viento a favor para vivir menos que decorosamente unos seis meses, el tiempo necesario, pensaba, para montar con un amigo una empresa de edición de carteles publicitarios. El proyecto estaba armado, conversado y aprobado, pero el único inconveniente que se nos presentaba es que a él y mí nos faltaba la plata para iniciarlo y hasta el momento no habíamos encontrado a ningún socio que quisiera incorporarse a nuestra sociedad. Parta hacerla corta, la estaba pasando mal pero no me preocupaba demasiado porque siempre fui un irresponsable con suerte –como alguna vez me dijo Claudia- y sabía que en un momento o en otro iba a aparecer la mano o la soga salvadora.

-Claudia…- me animé a decirle cuando la noté tan sensible con mi situación  en todos estos días estuve pensando mucho en vos.

La vi ponerse algo tensa. Un poquito. Un movimiento de la boca muy leve, una manera de mirar como de alguien que se pone alerta. Estaba por responderme, pero llegó una señora y ella se paró para saludarla. Pobre mujer. Hablaba y parecía ser muy cordial, pero ignoraba que el tipo que estaba parado a dos o tres metros de ella, es decir, yo, la odiaba cordialmente y le deseaba las peores de las desgracias.

-El libro que me recomendaste me gustó, pero hay cosas que no terminó de entender. Oí que le dijo a Claudia.

-A Faulkner hay que leerlo despacio –respondió Claudia, bajando un poquito la voz, no sé si para que yo no escuche o porque suponía que bajando el tono la mujer también haría lo mismo. Lo cierto es que en algún momento la mujer se fue y otra vez nos quedamos solos. Se acercó y me pasó la mano por el cabello, como lo hacía cuando estábamos juntos!

-Claudia –le dije, pero no puede terminar la frase.

-No Luis, no sigas.

No le hice caso; no hubiera podido hacerlo.

-Estuve pensando mucho todo este tiempo.

-Yo también Luis, yo también.

Y otra vez me acarició la mano.

-¿Y entonces?

-Entonces nada…lo hecho, hecho está,

En la mesa había un libro de Paulo Coelho. No sé qué hacia ese libro horrible allí, pero en algún momento lo tuve en mis manos y lo abría y lo cerraba como si ese adefesio me interesara.

-Nadie nos obligó a separarnos; nadie nos puede impedir regresar –se me ocurrió decirle y apenas lo dije me reproché mi incapacidad para decir cosas interesantes en los momentos importantes.

-Es tu manera de ver las cosas- respondió.

-¿Y la tuya cual es?

-Otra.

-Si, claro, me imagino, pero ¿no la puedo saber?

Intenté tomar su mano, pero ahora la rechazó. Apenas un movimiento, pero , inequívoco.

-Todo esto lo deberíamos haber conversado antes- dijo.

-Lo estamos conversando ahora…¿cuál es la diferencia?

Ahora si la vi ponerse incómoda. La conozco. Sé cuando una situación la supera. Vaya si lo sé.

-Claudia. Yo te quiero.

-Ya lo sé

-¿Y vos?

-¿Y yo qué?

-¿Vos, me querés?

Se paró y se acercó a la estantería de los libros; acomodó algunos y volvió a la silla.

-Te quise mucho Luis.

-¿Pero ahora…me querés o no?

-No lo sé.

-Cómo que no lo sabés.

-Así como lo oíste…no lo sé…

-No te entiendo.

-Yo tampoco me entiendo.

Hablábamos en voz baja; como si estuviéramos solos en el mundo. Un muchacho entró al local y se puso a mirar los libros que estaban en oferta en una mesa. Yo lo vi, pero no se si Claudia lo vio. Estuvo un rato revolviendo libros y en algún momento se fue sin comprar nada.

-Fuiste vos el que me dejaste –me dijo.

No era un reproche, por lo menos no lo sentí así; era como la constatación de un hecho: yo la había dejado.

-Y vos estabas de acuerdo.

-¿Tenía otra alternativa?

-Calculo que sí: pero acordate que la estábamos pasando mal como pareja.

-Si, claro.

-A  veces Claudia, nos tienen que pasar esas cosas…es como que necesitábamos separarnos, tomar aire, mirar el mundo desde otro lado para saber que lo más importante en ese mundo somos nosotros.

-Y ahora me lo venís a decir.

-No importa si ahora, antes o después, lo que importa es que te lo digo y lo que importa es que ahora sé que te quiero.

-Vos alguna vez dijiste que la vida es tiempo…que estamos hechos de tiempo.

-No me acuerdo haberlo dicho.

-Yo sí me acuerdo….estábamos en el patio de casa; hacía calor y tomábamos cerveza. Y a vos se te dio por hablar del tiempo y me contabas que el tiempo pasa y que la vida se nos va sin darnos cuenta…

-No sé qué tiene que ver …

-Si tiene que ver…porque es cierto…pero además porque entonces presentí que todo lo que estabas diciendo era una coartada para informarme que conmigo estabas perdiendo tu tiempo.

-No creo que haya sido así Claudia, sinceramente no lo creo,…pero de todos modos, si fue así, ahora estoy acá para decirte que el tiempo de mi vida solo tiene sentido a tu lado.

La vi lagrimear, apenas un rubor y cierta humedad en sus ojos grises.

-Sos el de siempre, Luis, el de siempre…

-¿Qué quiere decir eso?

-Que solo estás preocupado por vos…hablamos del tiempo y el único tiempo que existe es el tuyo; hablamos de lo que nos pasa y lo único que se te ocurre es decir que has descubierto que estás enamorado de mí.

-¿Y si así fuera, hay algo de malo?

-Lo que tiene de malo es que yo siempre me quedo afuera…que seguís dejándome afuera.

-No es lo que te estoy diciendo.

-Pero es lo que te digo yo.

Dos señoras entraron a la librería. Maldita las mujeres que entran a una librería justo cuando yo estoy hablando con Claudia. Ella se paró y se puso a conversar con las mujeres. Yo me quedé hojeando el libro de Coelho…Pasaron cinco minutos, diez minutos…no sé…paso un montón de tiempo. Y mientras tanto Claudia seguía conversando con las señoras como si no tuviera en la vida otra cosa que eso: hablar con dos mujeres tontas sobre libros tontos. Y cuando estas  dosinsoportables estaban por irse entró un veterano que se acercó a mí creyendo que era un empleado de la librería y me pidió una novela de Jack London. Le contesté que de Jack London no había nada, ni novelas ni cuentos. No sé si me creyó o no; además no era lo que más me importaba en ese momento.

-Deberían tenerlo –me dijo. No era un reproche, lo dijo como quien intenta hacerle un favor a alguien, a mí en este caso. Después me dijo que si no le leía debía leerlo…yo me hice hombre leyéndolo, agregó, las mejores lecciones de coraje, soledad, miedo, frío y muerte las aprendí con él, las aprendí leyéndolo… a veces, no siempre, el mundo puede ser esa nieve que él describe y esos lobos que pueden representar la muerte y la vida, la soledad y la esperanza.

No le dije nada. Lo escuché y no le dije nada. Se fue caminado muy despacio. Era un hombre mayor, un viejo que rastreaba sin suerte a Jack London; un hombre que no sé por qué motivo  me habló, justo en ese momento, de la nieve, del frío y de los lobos.

Claudia al fin se despidió de esas buenas mujeres, pero cuando regresó me di cuenta que no sé por qué motivo el momento mágico -para llamarlo de alguna manera más o menos convencional- que habíamos vivido se había esfumado, mejor dicho se había roto y se había roto para siempre.

Esta vez no me tomó la mano, ni me acarició el pelo, ni siquiera se sentó. Intente decir algo y me interrumpió en seco.

-No Luis…no hay más nada que hablar…

-Hace un rato estábamos hablando…

-hace un rato…dijiste bien…hace un rato…

Se puso a acomodar los libros en la estantería y en algún momento hasta me dio la espalda.

-Claudia…por favor… podés dejar los libros y escucharme…

Esta vez me hizo caso; dejó los libros y se sentó en la silla.

-Luis…terminamos…ya está…terminamos…todo esto no tiene sentido.

-Hace un rato dijiste que me querías…

-Hace un rato dije que te había querido, no es lo mismo y no creo que sea necesario que te explique la importancia de los tiempos verbales…

-¿Así que de golpe dejaste de quererme?

…….

-Claudia…no me contestes ahora, pero prometeme que lo vamos a seguir hablando

-No te prometo nada…no puedo prometerte nada…

-¿Por qué Claudia, por qué?

-No sé por qué…no lo sé…

-Claudia…vos me querés…

Hizo un gesto como para enojarse; creí que se iba a enojar y sin embargo bajando la voz me dijo que sí, que me quería.

Se me ocurrió pensar que a las mujeres no las entiende nadie, pero por supuesto no dije una palabra porque además sabía, no sé por qué, pero lo sabía que su reconocimiento amoroso no cambiaba para nada las cosas.

-¿Y entonces Claudia cual es el problema?

Movió la cabeza, un gesto que todos hacemos cuando queremos despejarnos o apartarnos alguna idea que nos fastidia…

-Además…

Y se calló y se quedó mirando a Paulo Coelho

-¿Además qué?

-Nada…nada…no me hagás caso…

-Además qué Claudia…

Me miró y allí me di cuenta que las palabras no eran necesarias. De todas manera habló:

-No estoy sola Luis…lo siento mucho, pero no estoy sola.

No supe que contestarle, yo que siempre me he jactado de no quedarme callado ni siquiera en el paredón y frente al pelotón de fusilamiento. Sinceramente esa respuesta no la esperaba. No sé por qué, porque lo previsible cuando uno deja a una mujer joven y linda es que en algún momento algún gavilán se acerque…pero bueno…esa posibilidad yo no la había tenido en cuenta. Y la cara que puse debe de haber sido tan elocuente que me miró con algo de recelo y después con algo de cariño…

-Entendelo Luis…por favor te lo pido…entendelo…estaba sola…me dejaste sola…

-Pedime cualquier cosa Claudia , pero no me pidás que lo entienda….cualquier cosa menos eso…

Esta vez me tomó de la mano y el que la apartó fui yo.

-Pobre Luis- murmuró.

Me puse furioso, pero me contuve

-No me tengas lástima…hacé lo que quieras, pero por favor no me tengas lástima…

Se puso mal y creo que estuvo a punto de enojarse, pero también se contuvo.

-¿Y se puede saber quién es?

-Eso es cosa mía…

-¿Lo conozco?

-Luis…no es problema tuyo.

-¿Y acaso es un problema tuyo?…quiero saber quién es…

-No importa quién es Luis, no importa…

Y otra vez lo vi claro; no sé por qué pero lo vi claro…es como que en esas situaciones límites la luz se hace.

-¿No me digas…?

La vi ponerse incómoda y hasta sonrojarse levemente…

-Luis no hagas todo más difícil.

-¿Es él, no…es él?

-Luis andate por favor…andate…

Esta vez sí me paré. Me paré y allí me di cuenta que me sentía como un boxeador que están a punto de noquear. No sabía qué hacer, sinceramente no sabía que hacer. Di unos pasos y la vi a ella acercarse a mí y no sé en qué momento me besó en la boca, un beso leve, fugaz…

-Chau Luis, cuídate…

Caminé hasta la puerta de la librería, no sé cómo hice para llegar hasta allí, pero lo hice…pienso que mis pasos deben haber sido tan torpes como los del veterano que buscaba a London, los lobos y la nieve.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.