El pacto federal de 1831

El 4 de enero de 1831 los representantes de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos se reúnen en la ciudad de Santa Fe para firmar el Pacto Federal, considerado por los historiadores como el principal antecedente entre los que veintidós años después van a tener en cuenta los constituyentes para redactar la Constitución Nacional.

El pacto está firmado por José María Roxas y Patrón, Domingo Cullen y Domingo Crespo. Consta de dieciséis artículos y desde el punto de vista político el más trascendente es el último, porque allí se habla de la conformación de una Comisión Representativa que habrá de funcionar en nuestra ciudad, con un representante por provincia, y de la convocatoria a la Organización Nacional no bien se normalice la situación política.

El pacto se firma a iniciativa de Buenos Aires como respuesta militar y política a la Liga del Interior liderada por José María Paz que acababa de constituirse el 31 de agosto de 1830. Juan Manuel de Rosas estaba preocupado por la gravitación que había adquirido Paz después de haber derrotado a Facundo Quiroga en La Tablada y Oncativo. El célebre Manco controlaba desde Córdoba las provincias del interior y proponía un proyecto de Organización Nacional que sólo la mala fe de los revisionistas puede calificar de unitario.

Por su parte, Juan Manuel no las tiene todas consigo. Corrientes está dispuesta a acordar con Buenos Aires siempre y cuando Rosas acceda a tres reclamos: la Organización Nacional, el reparto de los ingresos aduaneros y la protección de las industrias del interior. Rosas no está dispuesto a conceder ninguno de estos reclamos, pero su infalible pragmatismo lo obliga a aceptar algunos de ellos porque le importa más por el momento derrotar a Paz que poner en debate cuestiones estratégicas de mediano y largo plazo.

Rosas había vivido de cerca la crisis del veinte y como porteño soportó la humillación de ver cómo los toscos caudillos federales ataban sus pingos a la Pirámide de Mayo. Once años después no estaba dispuesto a soportar una experiencia semejante. Para ello, la alianza con Santa Fe, Corrientes y Entre Ríos era indispensable. Las diferencias que mantenía con las provincias del Litoral eran importantes pero no inmanejables. Sin haber leído a Mao, el Restaurador sabía manejar muy bien el juego de las contradicciones principales y secundarias ,

En julio de 1830 Roxas y Patrón, el delegado de Rosas, polemiza con Pedro Ferré. Para más de un historiador, este debate es uno de los más interesantes de la época. Allí queda claro que el federalismo rosista atiende en primer lugar los intereses de Buenos Aires y, muy en particular, el de los ganaderos. Y que en temas tales como la aduana y el libre comercio, las diferencias entre Rosas y Rivadavia eran casi inexistentes.

La “|araña de Palermo”, como dice Borges, mientras tanto tejía su tela. El poder económico y militar de Buenos Aires le permitía un amplio margen de maniobra. Corrientes por el momento no era un problema serio porque no disponía de recursos para atacar a Buenos Aires. Respecto de Santa Fe, el acuerdo con López siempre era posible, sobre todo si las conversaciones iban acompañadas de un generoso rodeo de vacas. En 1820 el Brigadier arregló sus diferencias con Rosas por el módico precio de 25.0000 cabezas de ganado. En el camino quedaron Ramírez y Artigas.

Santa Fe como Buenos Aires es también una provincia ganadera, pero una provincia ganadera pobre, dependiente de Buenos Aires y, de alguna manera, sometida a ella. El talento de López, pero también su límite, era ser consciente de esa realidad. El caudillo santafesino sabía que con Buenos Aires había que negociar. A veces convenía presionar; en oportunidades, consentir. Otra alternativa no quedaba.

Con el otro caudillo temible, Facundo Quiroga, la situación era relativamente más llevadera, no sólo porque el Tigre de los Llanos había sido derrotado por Paz poniendo punto final a su fama de invencible, sino porque después estaban los recursos de la corrupción a los que Facundo accedería casi sin darse cuenta. Instalado en Buenos Aires, Quiroga descubrirá los beneficios de ser millonario. El otrora caudillo mal entrazado disponía del mejor sastre de la ciudad, disfrutaba de las tertulias de los clubes sociales más distinguidos y jugaba fortunas todas las noches en los garitos del Restaurador.

Lo importante por lo tanto era derrotar a la Liga del Interior. Quiroga había recuperado las provincias de Cuyo y cuando Paz decide tomar el toro por las astas y atacar a López, un golpe de suerte, bajo la forma de unas boleadoras manejadas por un gaucho diestro y mercenario, liquidó por muchos años su carrera política y militar.

En mayo de 1831, cinco meses después de firmado el Pacto Federal, Rosas ha ganado la partida. La caída de Paz es también la caída de la Liga del Interior. El gran proyecto provinciano orientado por un militar lúcido y culto desaparece devorado por el azar y la lógica de hierro de los acontecimientos. Rosas, mientras tanto, sigue maniobrando para poner límites a Quiroga y López. Para ello atiza sus diferencias; del resto se encargan los hechos de la historia.

En febrero de 1835 Quiroga es asesinado en Barranca Yaco. Todos aseguran que los Reynafé, es decir, los hermanos que gobernaban Córdoba, son los autores intelectuales del crimen. Muchos sospechan que los Reynafé pueden animarse a dar ese paso porque cuentan con la autorización de López. Por lo pronto, Barranca Yaco, como en su momento el fusilamiento de Dorrego, le permiten a Rosas avanzar hacia la conquista del poder absoluto.

En 1838 muere el caudillo santafesino. En poco tiempo, los principales aliados de Rosas, los caudillos que con sus agachadas y ligerezas eran capaces de poner nervioso al Restaurador, desaparecen del escenario. Para esa fecha Rosas dispone de la suma del poder público, mientras que el pacto firmado en 1831 es letra muerta.

En realidad, para Rosas el pacto nació como consecuencia del rigor de las circunstancias y nunca se le ocurrió que podía servir para otra cosa. Cuando Ferré y el propio López le recuerden que caído Paz ha llegado la hora de la Organización Nacional, Juan Manuel se floreará con hábiles gambetas políticas y la única decisión que tomará será la de retirar al representante porteño de la Comisión Representativa.

Sin Buenos Aires, la Comisión se transformó en un sello inservible. El poder estaba otra vez en Palermo, y hasta 1852 seguirá en el mismo lugar. Rosas ya no necesita de pactos y acuerdos para ejercer el poder. La unidad política de esto que está queriendo empezar a ser la Argentina se hace desde Buenos Aires y a palos. El sueño de los unitarios se concreta con la divisa punzó, la retórica federal y el mugido de vacas.

En 1839, un año después de la muerte de López, Domingo Cullen es ejecutado por orden de Rosas. Ya no hay lugar en la Confederación para caudillos con vuelo propio. López podría haber sido Urquiza, pero ni el tiempo histórico, ni los acontecimientos, ni las leyes del azar, incluidas las de la biología, se lo permitieron. Veinte años más tarde, ese rol, el rol de un caudillo con poder, con vacas y puertos para plantearse la Organización Nacional, lo cumplirá Urquiza. Son otras las circunstancias y es otro el país, pero ya se sabe que en historia se estudia no sólo lo que cambia sino también lo que permanece.

Cuando el 1º de mayo de 1852 Urquiza realice su célebre Pronunciamiento, tendrá en cuenta lo escrito y firmado en aquel lejano 4 de enero de 1831. Junto con el desafío a Rosas, Urquiza hace una convocatoria a todos los gobernadores. Todos, salvo el de Corrientes, miran para otro lado. Cuando unos meses después, con Rosas en el exilio y Urquiza transformado en el hombre fuerte de la política nacional, se convoque a un acuerdo, todos los gobernadores descubrirán que siempre habían estado con Urquiza y marcharán a San Nicolás para dar el aval a la Asamblea Constituyente que, como se sabe, se celebrará en la ciudad de Santa Fe. Pero eso ya es otra historia.

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