Florencio Sánchez y el teatro «caniya»

Los que lo conocieron lo describen delgado, ojeroso, el pelo largo y negro partido por la mitad, los ojos tristes y siempre vestido con ropas oscuras. Dicen que era reconcentrado, melancólico, pero despertaba afecto en los hombres y ternura en las mujeres. Los biógrafos lo definen como anarquista, pero habría que agregar que lo suyo era más una actitud de vida que una posición política. Se sentía solidario con los oprimidos, los trabajadores, los que sufren, pero esa solidaridad era la del poeta, no la del político.

Su militancia, si se permite la palabra, fue la del intelectual y la del bohemio. Cultivó ese modelo y se mantuvo fiel a esa imagen hasta el último día de su vida. El modelo era marginal, pero al mismo tiempo clásico: el poeta, el pintor, el músico, el artista en definitiva se rebelaba contra la vida burguesa cuestionando todos sus valores familiares, religiosos, laborales.

Siempre fue pobre y cuando ganó unos pesos los gastó sin preocuparse demasiado por ahorrar. Desde una perspectiva burguesa, era un irresponsable absoluto. El mismo juicio seguramente emitiría un obrero que trabajara durante ocho o diez horas todos los días para mantener su familia. Esas preocupaciones para él no existían. A su manera vivió en un presente permanente y su exclusiva preocupación fue su obra literaria. No era lo que se dice el yerno ideal, el muchacho que toda suegra desea para marido de su hija. Se presume que amó a su mujer y a sus hijos, pero cuando murió hacía un año que estaba en Europa llevando una vida desenfrenada y disoluta, nada diferente de la que había llevado en Montevideo, Buenos Aires o Rosario.

Antes de ser dramaturgo se ganó la vida como periodista, el oficio bohemio por excelencia de aquellos años. Al periodismo le debe sus primeros ingresos, pero sobre todo su habilidad para trabajar con las palabras. Escribía muy bien y sus sueltos -como se decía entonces- eran admirables. Trabajó en diarios de Montevideo, Buenos Aires, Rosario y La Plata. Los diarios duraban poco pero él duraba menos.

Lisandro de la Torre lo contrató para que dirigiera el diario “La República”. Llegó a Rosario con una mano atrás y otra adelante, pero enseguida se hizo conocer en los ambientes nocturnos y literarios. Don Lisandro era severo, exigente y poco dispuesto a entender el mundo de la bohemia. Sin embargo, con Florencio Sánchez tenía sorprendentes debilidades. Su flamante jefe de redacción llegaba tarde o se iba temprano, muchas veces la tarea quedaba inconclusa, pero tenía la capacidad o el don de despertar simpatías. Con Florencio era difícil, por no decir imposible enojarse. Además, como dijera el propio Lisandro, cada vez que estaba a punto de despedirlo él conjuraba la tormenta con un artículo excelente.

A Lisandro de la Torre le sorprendía cómo un muchacho que había llegado a Rosario sin conocer a nadie, en poco tiempo se hubiera transformado en uno de los personajes de la vida nocturna de una ciudad que ya para entonces tenía más de 100.000 habitantes. A su manera Florencio era previsible. Si no estaba en el diario estaba en alguno de los cafetines o bodegones de la ciudad donde escribía o alternaba con amigos libertarios, escritores, vivillos y mujeres de la noche.

Es importante detenerse en la vida de Sánchez en Rosario porque allí se inició como dramaturgo y una de sus obras principales -me refiero a “Canillita”- la escribió en esa ciudad que años después sería conocida como “la Chicago argentina”. Los biógrafos aseguran que el personaje vendedor de diarios que inspiró el texto existió, se llamaba “Pulga” y más de una vez tomaba una copa o un café con leche con él en un cafetín de mala muerte ubicado en la esquina de la redacción del diario.

Florencio Sánchez inmortaliza el nombre del chico vendedor de diarios. Cuarenta años después, cuando los vendedores de diarios hacía rato que habían dejado de ser chicos harapientos, se decidió honrar con ese nombre el oficio de repartidor de diarios. No se sabe si la moción fue del célebre Cholo Peco o de alguien parecido, pero lo cierto es que de allí en más el nombre del “Canillita” quedará ligado institucionalmente a la del chico descalzo, mal alimentado y vestido con ropas muy modestas.

A través del teatro Sánchez se preocupa por representar el drama social de su tiempo. Su modelo, si es que tuvo alguno, es el naturalismo de Emile Zola y sus protagonistas preferidos son los explotados, los pobres, los parias y abandonados. A principios de siglo existían condiciones históricas y culturales para que estas manifestaciones artísticas tuvieran lugar. Sánchez describe el mundo del inmigrante y el de los pobres del campo y la ciudad, pero fundamentalmente se detiene en sus dramas y comedias, sus sueños y sus pesadillas, sus esperanzas y sus fracasos. Temas como “Las del barranco”, “M’hijo el doctor”; “El conventillo”; “El desalojo”; “Moneda falsa” o “La tigra”, son representativos de esa estética que Sánchez compartió con Roberto Payró y Gregorio de Laferrere.

Al mundo de los pobres y los tristes lo conocía mejor que ninguno. Sabía de lo que hablaba y, además, se preocupaba por conocer y estudiar los matices de ese universo que luego expresaría con palabras. No fue el primer dramaturgo del Río de la Plata, pero fue el más importante de aquellos años y el más querido. Sus obras fueron populares, se representaban en las abundantes salas de teatro de las ciudades de entonces. Hoy un crítico exigente podría objetarlas con muy buenos argumentos, pero más allá de sus límites y de los propios límites del autor, la obra algún valor debe tener porque sus piezas todavía se siguen representando.

Florencio Sánchez nació en Montevideo el 17 de enero de 1875 y murió en Milán el 7 de noviembre de 1910, cuando apenas tenía 35 años. Sánchez no pudo escapar a la costumbre de estas tierras de poner la fecha de su muerte como recordatorio. Nació en Uruguay y antes de los veinte años ya escribía en los diarios de la época y hacía sus primeras excursiones en la política. En el Uruguay de aquellos años se era Blanco o Colorado, no había demasiadas opciones. Sánchez por tradición familiar se hizo Blanco y en 1897, se sumó a las tropas de Aparicio Saravia, el legendario caudillo Blanco. Muy bien no le fue en el frente de guerra porque desertó al poco tiempo y escribió un ensayo crítico a la política tal como se la concebía entonces que tituló “Memorias de un flojo”.

Antes de fin de siglo está definido como anarquista. La mayoría de la bohemia artística de aquellos años se inclinaba por pasión, intuición, instinto romántico, hacia la izquierda. Florencio Sánchez no fue la excepción.

Sus primeros escritos en Buenos Aires los hace en el célebre diario libertario “La Protesta” y en la revista “El Sol”, dirigida por Alberto Ghiraldo. En 1903 se casa con Catalina Raventos. Los testigos de la boda son José Ingenieros y Joaquín de Vedia.

Su obra de arte como dramaturgo la desarrolló básicamente entre 1902 y 1907. Cinco años le bastaron para crear una obra singular y de reconocida calidad para la crítica de entonces. En 1909 el presidente de Uruguay, Claudio Williman, lo envía a Europa para que investigue y participe en la Exposición Artística de Roma. Del puerto de Montevideo sale el 25 de septiembre de 1909. Lo despiden sus amigos y la esposa. Ninguno sospecha que nunca más lo van a ver vivo. En Europa, Sánchez se dedica muy poco a trabajar de agente artístico porque más interesado que en indagar sobre la viabilidad económica de alguna exposición, está interesado en relacionarse con los artistas de Viejo Mundo. Durante meses se dedica a recorrer ciudades de Europa con la plata del gobierno uruguayo. Las trasnochadas, la vida en los cafetines ruinosos de las grandes capitales de Europa, agravaron su enfermedad, que, como no podía ser de otra manera para un artista, era la tuberculosis, la clásica enfermedad de los bohemios y las heroínas de aquellos años.

Murió internado en el Hospital de Caridad de Milán. Estaba solo y sin un peso en el bolsillo. Unos días antes había escrito su testamento. Allí decía, entre otras consideraciones lúgubres: “Si yo muero, cosa difícil dado mi amor a la vida, muero porque he resuelto morir. La única dificultad que no he sabido vencer en la vida ha sido la de vivir. Por lo demás, si algo puede la voluntad de quien no ha podido tenerla dispongo: que no haya entierro; que no haya luto, que mi cadáver sea llevado sin ruido a la Asistencia Pública y de allí a la Morgue. Sería para mí un honor único que un estudiante de Medicina fundara su saber provechoso para la humanidad en la disección de cualquiera de mis músculos”.

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