El pacto Perón-Frondizi

En una entrevista con Félix Luna, Arturo Frondizi negó terminantemente haber avalado un pacto con Perón. Sostuvo que nunca había firmado acuerdo alguno y que todo lo que se dijo al respecto provino de la mala fe de sus adversarios para desmerecer la victoria electoral de febrero de 1958. Rogelio Frigerio no fue tan concluyente. Consultado al respecto, el dirigente desarrollista elaboró uno de sus clásicos marcos teóricos para explicar la constitución del llamado frente nacional y, en ese contexto, consideró que el entendimiento político con el peronismo no hizo más que corroborar el entendimiento real que se produjo en la sociedad entre corrientes legítimas del frente nacional. Dicho con otras palabras, Frigerio no avalaba el pacto pero tampoco lo desconocía.

Por el lado del peronismo, el primero en ratificar la existencia del pacto fue Juan Domingo Perón. Desde su exilio en ciudad Trujillo hizo consideraciones algo risueñas, algo cínicas acerca de los límites y alcances de los pactos, para concluir que Frondizi había traicionado los acuerdos firmados en Santo Domingo, una decisión que a Perón nunca lo sorprendió demasiado porque, según sus propias palabras, “los pactos políticos entre fracciones adversas son siempre de mala fe, aunque sean convenientes”. Perón sabía de lo que estaba hablando. Los frondizistas no eran angelitos negociando, pero comparados con el viejo tahúr, eran tiernos nenes de pecho. Frondizi y Frigerio no iban a regalar nada, pero estaban dispuestos a cumplir hasta donde les fuera posible; para Perón el pacto se firmaba para no cumplirlo.

El otro dirigente peronista que admitió la existencia del pacto fue John William Cooke, quien para esos años ejercía el título de delegado personal de Perón. Cooke fue el único dirigente peronista a quien su jefe lo designó como heredero, honor que a Cooke no le duró mucho tiempo porque meses después perdería los favores de un amo que no estaba dispuesto a ser, como proponía Cooke, el segundo Fidel Castro de América, título que le quedaba algo grande al íntimo amigo de Stroessner, Trujillo, Somoza y Franco.

Retornado al pacto y a su legitimidad histórica, se sabe que en junio de 1959, cuando ya la ruptura del peronismo con el gobierno desarrollista estaba en la calle, Perón ordenó publicar los términos del acuerdo, donde se registran, además de su firma, las de Frigerio, Frondizi y Cooke. En estos dos últimos casos hay que destacar una novedad que daba cuenta del carácter profesional de estos políticos, porque unos años antes se habían batido a duelo.

La publicación del pacto, según los peronistas, se hacía en sintonía con una de sus últimas cláusulas, donde expresamente se admitía el derecho a publicarlo si algunas de las partes no cumplía con lo establecido. ¿Fue así? Según los peronistas, Frondizi traicionó el acuerdo, ya que salvo la ley de Asociaciones Profesionales y algunas reivindicaciones menores, se dedicó a gobernar con Aramburu, Alsogaray y los comisionistas de las multinacionales. “Un programa para veinte millones de argentinos”, declaró Frigerio como síntesis del congreso desarrollista firmado en Chascomús. “Un programa para veinte millonarios”, ironizó Jauretche.

¿Firmó Frondizi el pacto? Él dijo que no, pero la firma está. En su momento se sostuvo que era falsificada, y Nicolás Babini así lo demostró. Admitiendo incluso esa posibilidad, no se infiere de ello que el pacto no haya existido. Son muchos los testigos y los operadores que participaron de aquella maniobra para suponer que todo fue producto de la mala fe o la imaginación desmedida de algunos periodistas y políticos.

Ocurre que por diferentes motivos a Frondizi no le resultaba grato admitir la existencia de ese acuerdo. En primer lugar, para alguien que para ese entonces se seguía considerando un radical yrigoyenista, no era cómodo hacerse cargo de un pacto, palabra que en el folclore radical siempre fue mal considerada. Por otra parte, Frondizi para esos años no era un gorila al estilo del almirante Rojas, pero todos recordaban que en septiembre de 1955, la declaración oficial de la UCR apoyando el golpe de Estado y considerando a Perón un líder totalitario, estaba encabezada por su firma.

Por su parte, Frondizi estaba dispuesto en nombre del poder a hacer pactos con Perón y si era necesario con el diablo, pero a su inteligencia no se le escapaba que su base electoral seguía siendo antiperonista y a ningún dirigente le resulta cómodo contrariar las creencias y prejuicios de quienes están decididos a votarlo. Desde otra perspectiva, para Arturo Jauretche -ferviente opositor al pacto-, un acuerdo de esas características daba argumentos a los militares gorilas para boicotear el proceso electoral o, en su defecto, condicionar al nuevo gobierno por haber acordado con el tirano prófugo.

Para 1958 los militares más antiperonistas estaba decididos a suspender el proceso electoral al menor atisbo de presencia peronista. Aramburu era entonces el dirigente de la Libertadora más interesado en que hubiera una salida política, pero su apuesta a favor de Balbín incluía que los votos peronistas se dispersaran entre los candidatos neoperonistas. La maniobra de Aramburu apuntaba a debilitar a Frondizi y a fortalecer la candidatura de Balbín. Por lo tanto, un acuerdo de Perón con el dirigente de la Ucri violentaba su estrategia y daba argumentos a sus rivales internos en las Fuerzas Armadas para suspender las elecciones.

De los acontecimientos de referencia ha transcurrido más de medio siglo. Fobias y animosidades que entonces eran habituales, hoy nos parecen extrañas y hasta patéticas. Maniobras políticas hoy consideradas legítimas, en aquellos años eran condenadas. Asimismo, y por diferentes motivos, los peronistas estaban dispuestos a apoyar a Frondizi como la alternativa menos mala para salir del cerrojo impuesto por la Revolución Libertadora. Es que la estrategia del voto en blanco había dado buenos resultados, pero también exhibía sus límites. Perón, si quería seguir manteniendo su liderazgo, no podía exponerse a dar una orden -el voto en blanco- que no fuera acatada por una mayoría. La otra posibilidad era el apoyo a Frondizi, apoyo que no era una invención impuesta por Perón, sino un modo de ponerse al frente de una tendencia que ya estaba instalada en la sociedad. Fue lo que hizo. En el camino dejó en la estacada a dirigentes neoperonistas como Albrieu o Saadi y conservadores populares como Solano Lima, decisión que nunca le hizo perder el sueño, porque una cosa era apoyar a Frondizi -que después de todo era un radical del cual en la primera de cambio podía abrirse-, y otra muy diferente era darle aire a dirigentes peronistas, que con los votos obtenidos podían probar que el peronismo podía existir sin la necesidad de su presencia, algo que el ego de Perón nunca podía admitir.

Menos claras son las razones de los frondizistas para firmar un acuerdo que para muchos era innecesario porque los votos peronistas ya estaban ganados. Al respecto hay que decir que con el diario del lunes es muy fácil arribar a conclusiones sabias. Pero ocurre que en 1957 no estaba tan claro que los votos peronistas ya estuvieran en la bolsa. Por lo pronto, los operadores de la Ucri estaban seguros de que el liderazgo de Perón seguía siendo efectivo y, por lo tanto, una carta del general diciéndole a sus seguidores que había que votar a Frondizi, era decisiva en una elección que se avizoraba como reñida. Por otra parte, para un intelectual riguroso como Frigerio no estaba mal arribar a un acuerdo que hiciera realidad aquello que sus especulaciones teóricas ya habían establecido con aceitados argumentos dialécticos: la unidad del campo nacional alrededor de un programa que hicieran posible el desafío del desarrollo.

Las conversaciones que dieron lugar al pacto Perón-Frondizi se iniciaron en Santiago de Chile a mediados de 1957, continuaron en enero de 1958 en Caracas -donde residía Perón- y concluyeron al mes siguiente en Ciudad Trujillo, la localidad donde se exilió luego del derrocamiento de Pérez Jiménez. En el vértice del acuerdo estuvieron Perón y Frondizi, pero en un inmediato segundo plano los protagonistas fueron John William Cooke y Rogelio Frigerio. Por su parte, Ramón Prieto, Emilio Perina, Ricardo Rojo, Jorge Antonio y Américo Barrios, entre otros, también jugaron un rol importante como testigos y protagonistas.

Frigerio fue el político que más se movilizó para que este acuerdo fuera posible. En su momento, viajó a Chile para conectarse con el llamado Comando Adelantado y en enero de 1958 estuvo dos veces en Caracas, la segunda vez para llevarle al caudillo una valija con dólares donados “desinteresadamente” por la Banca Loeb, una de las favorecidas meses después en los controvertidos contratos petroleros. Advertencia: que nadie se persigne por lo de la valija, porque, bueno es saberlo, estos pactos incluyen, además de movidas políticas, sumas contantes y sonantes de dinero, sobre todo para un Perón que para esa fecha estaba atravesando por serios apremios económicos.

El acuerdo se tramó en un momento político muy delicado de la Argentina. Gobernaba la Revolución Libertadora; el peronismo estaba proscripto; la UCR, principal partido opositor, acababa de dividirse entre frondizistas y balbinistas y en noviembre de 1957, luego de prolongados y ásperos cabildeos, el gobierno militar convocaba a elecciones generales para el 23 de febrero de 1958, elecciones que incluían la proscripción de Perón y el peronismo.

En el mes de septiembre de 1957, sesionó en nuestra ciudad la asamblea constituyente. Las elecciones convocadas para elegir legisladores demostraron que el peronismo a través del voto en blanco era la primera fuerza política. La segunda fuerza en estos comicios constituyentes celebrados en julio de 1957, fue la UCRP, liderada por Balbín. Y en un tercer lugar estuvo la UCRI con 1.800.000 votos.

Las cifras merecen recordarse, porque siete meses después la UCRI duplicará sus votos y el llamado voto blanquismo se reducirá a menos de la mitad. Está claro que las célebres cartas de Perón llamando a votar por Frondizi modificaron el comportamiento del electorado peronista.

La otra posibilidad sería suponer que la propuesta de Frondizi era tan atractiva para los peronistas que éstos no vacilaron en apoyarlo. ¿Fue así? Para 1958, Frondizi era un político prestigiado. Dirigente con amplia trayectoria radical, se destacaba por sus posiciones progresistas, su inteligencia y su amplia formación cultural, virtudes que seducían a intelectuales y capas medias, pero dejaban indiferentes a las rústicas bases sociales del peronismo educadas en la consigna “alpargatas sí, libros no”.

En el sinuoso juego de la política y el poder, Frondizi se perfilaba entonces como el político no peronista menos comprometido con el régimen militar. Por lo pronto, se había preocupado por diferenciarse de Balbín, el candidato protegido más por Aramburu que por la Revolución Libertadora, ya que para el almirante Rojas y los mandos de la Marina, el caudillo de la UCRP seguía siendo un político sospechoso.

Intrigas y conspiraciones al margen, lo cierto es que para el peronismo y la izquierda, Frondizi era, si se quiere, el candidato menos malo. O sea, que el pacto, que como todo pacto es siempre reservado y se firma en las cúpulas del poder, tenía fundamentos sociales. Con más o menos entusiasmo, las bases peronistas estaban predispuestas a votar por Frondizi, pero si a esa predisposición la alentaba alguna cartita de Perón, mucho mejor.

La otra posibilidad interpretativa es suponer que a las masas peronistas les había dado un súbito ataque de frondizismo, hipótesis que ni el frondizista más devoto estaría dispuesto a creer. Que Perón ordenó votar por la UCRI, aclarándole a algunos de sus seguidores los alcances y sobre todo los límites de ese apoyo, es algo que está fuera de discusión. Más controvertida es la hipótesis que sostiene que no hubo un pacto, que todo fluyó espontáneamente.

¿Por qué este empecinamiento en negar lo obvio? Que Frondizi afirme que nunca firmó un pacto, es una negativa que tiene más que ver con sus responsabilidades presidenciales que con su preocupación por una verdad cuyas consecuencias políticas podían ser devastadoras para sus planes. Recordemos que para 1958 la animosidad militar contra Perón era absoluta. Los rumores sobre la existencia, no de un pacto sino de conversaciones entre dirigentes peronistas y de la UCRI, provocaron en su momento una crisis en el régimen militar, crisis que incluyó la renuncia del ministro de Relaciones Exteriores, Alfonso de Laferrére y renovadas tensiones entre Rojas y Aramburu respecto de la opción entre salida electoral proscriptiva o dictadura militar lisa y llana. Conclusión: Frondizi tenía muy buenos motivos para negar la existencia del pacto o, como en el caso de Frigerio, relativizar sus consecuencias.

¿Por qué Frondizi no admitió años después el pacto? Puede haber varias respuestas a este interrogante, pero ninguna de ellas puede negar lo obvio, aquello que la inmensa mayoría de los historiadores y políticos admiten como real. Convengamos, de todos modos, que a más de medio siglo de lo ocurrido, tantas reservas no se justifican. Quienes conocemos los avatares de la política y el poder, ya sea como protagonistas u observadores, no tenemos derecho a escandalizarnos por un acuerdo que visto a la distancia está justificado, incluida la supuesta mala fe de los firmantes. Al respecto, se cuenta que Jorge Antonio en esos días le preguntó a Perón si creía que Frondizi iba a respetar el pacto. El viejo zorro con su habitual sonrisa socarrona le contestó: “No m’hijito, no lo va a respetar y nosotros tampoco”,

Perón a través de su correspondencia deja en claro bajo qué condiciones apoya a Frondizi. Ya para entonces, el caudillo es un maestro de la política pendular y mientras desactiva cualquier tentación del neoperonismo, no deja de aclarar a sus seguidores, sobre todo a los que van persistir con el voto en blanco, que “votar por el enemigo repugna al espíritu peronista”, cosa que nadie crea que su apoyo a la UCRI va más allá de los avatares de la coyuntura.

Digamos que Perón consuma una de sus habituales jugadas a tres o cuatro bandas: apoya a Frondizi para impedir que gane el candidato de la Libertadora; satisface a quienes ya decidieron votar al candidato de la UCRI; pero también conforma a sus votos más intransigentes, advirtiéndoles que no tomen en serio ese apoyo. En el camino, impide que se consolide una alternativa al margen de su liderazgo y demuestra a amigos y adversarios que sin él, no hay solución política duradera en la Argentina.

Frondizi, por su parte, obtiene entre otros beneficios nada más y nada menos que la Presidencia de la Nación. ¿Sin el pacto esto hubiera sido posible? Personalmente no lo creo. ¿Esto habla mal de Frondizi? Para nada. Un político juega con las cartas que tiene y no con las que le hubiera gustado tener. Ser el candidato opositor a la Libertadora en 1958, pero al mismo tiempo beneficiarse con la legalidad que el régimen militar le dispensa, significaba transitar por un desfiladero muy angosto en el que el menor tropiezo para un lado o para el otro precipitaba el fracaso. Su habilidad política, su cerebral manejo de los tiempos, probaron que era el dirigente más capacitado para resolver en la Argentina de 1958 -como lo plantea Altamirano- los grandes dilemas de la política: qué hacer con las masas y qué hacer con el capitalismo.

Es que Frondizi y Perón no se diferenciaban de sus pares por perpetrar maniobras supuestamente reñidas con la moral convencional, se diferenciaban porque, a diferencia de otros, podían consumar esas maniobras de manera eficaz.

 

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