El 17 de octubre de 1945

Un aniversario más del 17 de octubre. Un aniversario que, tal como se presentan los hechos, pareciera que sólo importa a los historiadores. Está bien que así sea: que el mito sea desplazado por la reflexión histórica. Tal vez ése sea el destino de todos los aniversarios. El 17 de octubre no tenía por qué ser la excepción y, efectivamente, no lo es.

En el caso que nos ocupa, los herederos del peronismo están preocupados por fundar otros mitos. Uno responde al nombre de Néstor y en su memoria se levantará un monumento superior al que aspiraron Perón y Evita. El otro mito intentará llamarse Cristina. En los dos casos no está escrito que su destino sea el mito, pero las intenciones son manifiestas.

Es curioso: el tiempo es el que debilita a los mitos, pero es también el tiempo el que los constituye como tales. El 17 de octubre necesitó de la ayuda de Kronos para intentar ser la fecha fundacional del peronismo. De la ayuda de Kronos y -por supuesto- de una abundante liturgia celebrada por los improvisados sacerdotes de la nueva causa.

No está escrito que lo mismo vaya a pasar con Néstor y Cristina. La publicidad puede ayudar a la fama, puede ganar elecciones, puede ser el instrumento preferido de serviles de todo pelaje, pero para fundar mitos hace falta algo más y ese “algo más” dudo -con todo respeto- que lo posea la pareja de la Patagonia o que lo puedan improvisar Mariotto, Barone o Verbitsky.

De todos modos, es razonable o previsible que el peronismo en su actual versión kirchnerista intente fundar su propia mitología. Quien supone que con ese acto traiciona al peronismo o a Perón pierden de vista que la moraleja que dejó el Jefe a sus sucesores es pensar y practicar la política a partir del culto a la causa personal. Perón no fue yrigoyenista a pesar de que respetaba a don Hipólito; tampoco fue roquista, más allá de su admiración por el Zorro. Perón -casi que está de más decirlo- fue peronista. Es lo que no entendieron Luis Gay y Cipriano Reyes. Y así les fue.

Su manera de concebir la política se centraba en el culto a su persona. Pensar así la política es algo más que el culto al ego o al narcisismo. Por lo tanto, si Perón fue el primer peronista, a nadie le debería sorprender que los Kirchner pretendan fundar el kirchnerismo, como versión actualizada de esa lectura ideológica de la historia que concibe a la política girando alrededor de líderes carismáticos.

En el peronismo siempre se debate sobre su origen. Los propios peronistas no se ponen de acuerdo sobre este tema. Para unos, todo empezó el 4 de junio de 1943 con el golpe de Estado que derrocó al presidente conservador Ramón Castillo. Para otros, no cabe duda de que el peronismo se forjó el 17 de octubre. Y no faltan los que dicen que la fecha inaugural fue el 13 de febrero de 1946, cuando derrotó a la Unión Democrática.

Perón, por lo pronto, eligió el 4 de junio de 1946 para asumir la presidencia. La fecha no es inocente. Alude al componente militar, vertical y autoritario del peronismo. A los coroneles que miraban con simpatía al Eje y apostaban a que Hitler fuera el ganador de la Segunda Guerra Mundial, los mismos a los que se les llenaron los ojos de lágrimas cuando se enteraron que el ejército que admiraban había sido derrotado en Stalingrado. Tampoco fue casualidad que en septiembre de 1955 Perón presentara la renuncia no al Congreso o a la Corte, como hubiera correspondido, sino a las Fuerzas Armadas.

De todos modos el 17 de octubre es, desde una perspectiva popular o populista, la fecha plebeya por excelencia; el momento en que se constituye el escenario clásico de la liturgia populista: el líder en el balcón y la masa en la plaza. Ese mito nunca más desaparecerá del imaginario popular.

El peronismo, en este sentido, fue una formidable maquinaria de construir mitos. El 17 de octubre fue uno de ellos. Poco importa saber que la multitud que se convocó en la plaza de Mayo era inferior en número a la que el 19 de septiembre de ese mismo año había convocado la Unión Democrática. A los efectos del mito, tampoco importa saber que la fotografía grabada en la memoria colectiva no es la del 17 de octubre de 1945, sino la de 1946, cuando la maquinaria del poder podía asegurar una presencia mucho más amplia. Importa poco saber que Evita no fue la heroína de Delacroix sino que estuvo ausente en esa jornada. Y que la CGT dudó hasta último momento convocar al paro; y cuando lo hizo, la fecha elegida fue el 18 de octubre y el nombre de Perón estuvo ausente en el comunicado.

Todo esto merece discutirse, pero a la hora de celebrar el mito estas cuestiones pierden importancia, porque el mito no trabaja con números y hechos sino con imágenes y “relatos”. ¿Más ejemplos? Perón instaló durante la campaña electoral la consigna “Braden o Perón”. La leyenda fabricaba un enemigo que, como dijera el propio Perón, si no hubiera existido habría que haberlo inventado. Braden encarnaba en esos meses al imperialismo y la entrega. ¿Fue así? Más o menos.

El imperialismo real en 1945 todavía seguía siendo el inglés que vio con muy buenos ojos la llegada del peronismo al poder. No en vano, el diario anarquista calificó al 17 de octubre como “asonada lumpen policial financiada por The Buenos Aires Herald”. Si hubiera alguna duda al respecto, basta averiguar quién fue el coronel Filomeno Velasco, el mismo a quien los obreros del flamante movimiento nacional vivaban ese 17 de octubre -mientras los policías hacían la venia- con la consigna “progresista”: “Que viva la cana, que viva el botón, que viva Velasco y que viva Perón”.

¿Y Braden? Braden estuvo menos de cinco meses en la Argentina, pero la leyenda lo presenta como un eterno virrey del imperio. Era un toro torpe y prepotente al que Perón se dio el lujo de torear con maestría. La misma maestría que empleó un año después para otorgarle la medalla de la lealtad peronista al embajador norteamericano que sucedió a Braden, es decir a George Messersmith. De todos modos, ¿a quién le importa hoy conocer estos datos?

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