PATRICIA II

CUARENTA Y CUATRO

Patricia pide un café y se acomoda a una mesa que está cerca de la ventana. Es mediodía y la luz del sol parece iluminar el salón poblado de mesas de estudiantes que conversan entre ellos, toman café o beben cerveza mientras leen los diarios de la mañana. Patricia acomoda las carpetas y separa el libro que esta leyendo, el mismo que le recomendó Dalton, a quien ahora está esperando que salga de clase. Saca del bolsillo de la campera los cigarrillos y enciende uno con el encendedor. Después apoya el paquete en la mesa, una costumbre que su tía María Julia le dice que es de varones y no de mujeres, pero ella hace rato que dejó de hacerle caso a su tía que le insiste para que estudie una carrera sencillita, porque si no los hombres después tienen miedo de acercase a una mujer que sabe mucho. O le insiste que aproveche su juventud para ponerse de novia y casarse porque los años pasan y no es bueno que una mujer a cierta edad se quede con el pescado sin vender. Tía María Julia. La quiere porque prácticamente la crió, pero cada vez tiene menos cosas que conversar con ella. El otro día, sin ir más lejos, vio que estaba leyendo La Náusea, de Jean Paúl Sartre y preguntó quién era ese señor. Patricia intentó explicarle, pero a la segunda o tercera frase ella le dijo que el tipo no le interesaba porque era muy feo. Patricia lee, fuma y espera. Sabe que Dalton saldrá de clase, conversarán seguramente de la película que vieron anoche o de la obra de teatro que se presenta en el el salón de la Casa del Maestro. Dalton. ¿Por qué estudia abogacía un tipo que no tiene nada que ver con la imagen que ella tiene de los abogados? ¿Por qué es tan amigo, por ejemplo, de Tracy que habla, camina y se sienta como si fuera un juez? Misterio. Lo que si sabe es que le encanta conversar con él. ¿Enamorada? Cuántas veces se hizo esa pregunta. Sí, seguramente está enamorada de ese hombre mucho mayor que ella. ¿Y cual es el problema de enamorarse de un hombre así? Porque en definitiva de eso se trata. Patricia sabe, siente que Mario es un hombre; alguien con quien una mujer como ella se siente importante. Imagina las objeciones de tía María Julia: Buscate un pibe de tu edad; además ese Mario no tiene donde caerse muerto. ¿Escritor? Un muerto de hambre. Vas a tener que trabajar vos, mijita, para parar la olla. Haceme caso querida, buscate un pibe que estudie  y si es posible que tenga plata. Y si ya está recibido, mucho mejor, porque con la suerte que tenés seguro que te enganchás un estudiante crónico. Pobre tía María Julia, tan sola y tan vieja. Dando consejos de lo que hay que hacer con los hombres, justamente ella que nunca en su vida tuvo un novio. Otro cigarrillo y un trago corto de café. Dalton es mucho mayor que ella, claro está, pero ella al lado de un hombre así nunca se aburriría, siempre tendría de qué hablar y eso es importante. Se lo dijo él una noche cuando le contó por qué se había separado de Cristina, su primera mujer. No hablábamos, decía, y se le arrugaba la frente. Y cuando una pareja no habla está perdida –agregaba- se puede dejar de hacer el amor, se pueden dejar de hacer muchas cosas, pero lo que no se puede hacer es no hablar. A Patricia esas opiniones le parecieron algo estrafalarias, pero después, pensándolo, descubrió que eran certeras. Con Dalton siempre le pasaba lo mismo. ¿Estoy enamorada o en realidad lo admiro? ¿Es el hombre de su vida o el maestro de su vida? Una buena pregunta para hacerse. En realidad, ella está convencida de que nunca podría estar con un hombre que no admirase. ¿Y el sexo? Dalton le gusta. Es feo, pero hasta esa fealdad le resulta agradable, incluso seductora. Y ella, Patricia, no es la única que piensa lo mismo. Angélica, Susana, Marcela, por mencionar a las mujeres que ve con más frecuencia, están o estuvieron enamoradas de él. Nadie se lo dijo, pero ella sabe muy bien cuando una mujer mira a un hombre con los ojos del deseo. Patricia se levanta, llega hasta la barra y pide otro café. No falta mucho para que él salga de clase. Otra vez ese tipo rubio con pinta de pavo real que la mira. Un pavo real. Con su traje y esa corbata y esos modales de gran señor. Estúpido. Patricia llega a la mesa y retoma la lectura de Pavese. El profesor solitario y tal vez misógino que pasa las vacaciones en la playa con su amigo de la infancia ahora casado. Qué bien que escribe. Ese talento, como dice Dalton, para sostener un relato con el rigor de las palabras. Se abre la puerta del bar y entra un tumulto de estudiantes que salen de clase. Entre ellos está Dalton, que parece más el profesor que un estudiante. La ve a Patricia, pero antes de acercarse a la mesa va hasta la barra y pide una cerveza y dos vasos.

 

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