1
El documental se titula «El fotógrafo y el cartero. El crimen de Cabezas». El título lo dice todo. El asesinato cometido contra el fotógrafo de la revista «Noticias», José Luis Cabezas, el 25 de enero de 1997. A la película, la miré de punta a punta el lunes a la siesta. No voy a decir que la disfruté porque el crimen, la corrupción y la muerte no se pueden disfrutar, pero sí digo que aprecié la calidad del filme dirigido por Alejandro Hartmann y Vanesa Ragone. El cine documental es equivalente a lo que sería la novela de no ficción en literatura. «El fotógrafo y el cartero», muy bien podrían compararse con «Operación masacre», «A sangre fría» o «Anatomía de un instante». Por supuesto, en el campo del documental hay realizaciones mejores y peores. A la de Hartmann y Ragone la ubicaría entre las mejores. Lo digo desde la literatura, pero también desde la historia, en tanto la reconstrucción del pasado y, muy en particular, la relación que se establece entre el pasado y el presente, está muy bien lograda. A Ragone y a Hartmann no los conozco, pero en el caso de Vanesa, siento como si la conociera porque conocí a su padre, fotógrafo del diario, pero algo más que fotógrafo, porque fue un hombre sensible a la belleza de la imagen y a la creación artística. También de Vanesa Ragone conozco algunos de sus documentales, uno referido precisamente a la vida de su padre. También he visto algunas películas en la que participó como directora o productora. Seguramente a Carlitos o el Conde, le sobran motivos para estar orgulloso de su hija. Insisto: no la conozco, pero tampoco hace falta. Como los verdaderos creadores, la obra habla por ella misma. En todo caso, como santafesino ejerzo un modesto orgullo local por tratarse de una «paisana», es decir, alguien nacida en estos pagos y con quien, en diferentes tiempos, compartimos un paisaje parecido.
2
Vamos al asesinato de José Luis Cabezas. El documental brinda todos los datos posibles. Como en las buenas tramas de la literatura policial, todo está en el texto. Le corresponde al lector prestar atención a los detalles, a las pistas. Estamos hablando de un crimen político atroz, cometido casi a fines de esa década singular, algo grotesca, algo trágica, algo siniestra, que se conoció como la década menemista, con los asesinatos de Soledad Morales, el conscripto Omar Carrasco o los atentados terroristas contra la embajada de Israel y la Amia. En el caso de Cabezas, estamos ante un crimen que compromete al poder, es decir, la «bonaerense» y cierta dirigencia política y empresaria. La tragedia ocurrió en enero de 1997. Pinamar, temporada de verano. Todo el cholulismo menemista se citaba en este balneario para hacer lo que más les gustaba hacer: exhibir riquezas y competir entre ellos en hazañas sexuales y maratones etílicas. Menemismo en estado puro. El crimen ocurrió en el verano de 1997, pero la historia la podríamos iniciar en el verano de 1996, en el momento exacto en que Cabezas fotografía a Alfredo Yabrán caminando en la playa con su esposa. «Fotografiarme es como pegarme un tiro en la frente», había declarado «Papi mafia» (así le decía su hija cariñosamente) cuando ya estaba asediado políticamente por las denuncias de Domingo Cavallo, quien no había vacilado en calificarlo, precisamente, de «mafioso», denuncia que para algunos fue valiente e incluyó su ruptura con Menem, pero para otros no fue más que la miserable disputa por espacios de poder o favoritismo económico.
3
¿Qué significa que un tipo más cercano a la catadura de un gangster que a un empresario, asimile una foto a un disparo en la frente? Si alguien en su momento se hizo esa pregunta, la respuesta llegó un año después. José Luis Cabezas secuestrado a través de un operativo parapolicial a la salida de la fiesta de otro cartero, Oscar Andreani. Secuestrado y ejecutado con dos tiros en la cabeza. Y como para que no queden dudas de la marca en el orillo, el auto quemado con el muerto adentro debidamente esposado. El documental va desplegando los hilos de la trama. Noticieros de aquellos años, opiniones de los protagonistas. Desde Eduardo Duhalde, entonces gobernador de la provincia, a periodistas. Y muy en particular a Gabriel Michi, el periodista de «Noticias» que trabajaba con él cuando ocurrió la tragedia. Solo el azar y los dioses permitieron que Michi no corriera la misma suerte que su colega. Esa decisión de irse un rato antes y luego el retorno solitario de Cabezas, casi al filo de la madrugada. Y el secuestro a pocos metros de su residencia. Todo esto en pleno centro de Pinamar, en una ciudad pequeña invadida por un aluvión de cholulaje menemista.
4
Territorio liberado. Sin duda. Operativo de policías y lúmpenes con el visto bueno de alguna autoridad para que a esa hora exactamente no haya nadie que los moleste. Los argentinos algo sabíamos de estos menesteres, pero suponíamos que esa «sana costumbre» inaugurada por el peronismo de Perón, Isabel y las Tres A, y perfeccionada luego por los militares, había concluido con el retorno de la democracia. Pues bien. No fue así. El asesianto de Cabezas fue un horror por los métodos, los objetivos y las modalidades. A la bestialidad del crimen, sumaron el retorno de nuestras peores pesadillas. Los monstruos seguían sueltos. Podían secuestrar con territorio liberado, asesinar impunemente y, como toque de distinción, quemar el cuerpo de la víctima. Estuve varias veces en Pinamar después de este crimen. En algún momento me acerqué a la cava donde se encontró el auto y el cadáver. Un camino de tierra que «casualmente» era el que recorría Duhalde periódicamente para ir a pescar en una laguna perdida. En temas de crímenes cometidos por el hampa policial no hay casualidades. Ese muerto se lo tiraron a Duhlade, el mismo que alguna vez se había jactado de disponer de la mejor policía del mundo. Pues bien, esa policía le retribuía el piropo con esta obra maestra del terror.
5
El documental de Vanesa y Alejandro nos permite recuperar desde el lenguaje de las imágenes ese tiempo que hoy nos parece lejano, pero que no bien nos acercamos a él, como las viejas heridas, empieza a lastimar, porque son heridas que no cierran nunca. El 25 de enero de 1997 fue asesinada una persona que se llamaba José Luis Cabezas, pero también fue ejecutado un periodista gráfico. Para ser más precisos, hay que decir que no lo mataron por llamarse Cabezas, lo mataron porque sacaba fotos, fotos de excelente calidad, fotos que ponían en evidencia los rasgos protervos del poder. Cabezas hizo muchas fotos, algunas más cercanas al arte que al periodismo gráfico. Pero hay dos fotos que me parecen decisivas. Dos fotos que a Cabezas le costaron la vida. Una, la de Yabrán, por lo que ya sabemos. La otra, la del jefe de la policía bonaerense, Pedro Klodczyc. Fue esa foto, tomada desde un ángulo que todo fotógrafo de calidad sabe encontrar para expresar lo que importa, la que instala la consigna de la «maldita policía», es decir, la institución que para ese entonces era considerada una cloaca de asesinos, chantajistas y corruptos. No todos por supuesto. No eran todos, pero eran muchos.
6
El documental nos va mostrando cómo se teje la trama de complicidades, cómo maniobra el poder para vender carne podrida. Y sobre todo, muestra la movilización de la opinión pública. Multitudes en la calle pidiendo por el esclarecimiento del crimen. La sabiduría de esa consigna central: «No se olviden de Cabezas», porque todo periodista sabe que una noticia por más truculenta que sea luego es tapada por otra. Es lo que había que impedir. Y no nos olvidamos. Y por las dudas, este documental nos lo recuerda. En cierto momento de la investigación, la conexión con Yabrán es más nítida. «El poder es impunidad», había declarado el cartero. Debe de haber sido una de sus declaraciones más sinceras acerca de lo que significa este becerro siniestro llamado «poder». Yabrán no estaba solo. Alguna vez habrá que investigar cuántos políticos, empresarios y funcionarios judiciales se beneficiaron con la generosa billetera del «cartero». El poder es impunidad, dijo Yabrán. Y cuando ese maleficio se rompió, se quitó la vida. Si Drácula no podía soportar la «verdad» del crucifijo, Yabrán no podía soportar la verdad de una investigación judicial. Sin poder, la vida de Yabrán no tenía sentido. Seguramente así lo vivió y así lo decidió en la soledad del casco de su estancia, un día cualquiera de mayo de 1998.